Día ocho.

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Día 8.

De compras.

El chico le había traído de vuelta algunos vicios.

Un cigarrillo después del sexo, un trago de oporto rojo en las noches frías, y la costumbre perdida de sonreír cada día.

A sus cuarenta años, Barry Allen era un prestigioso cirujano. Siempre había vívido de forma diligente, era un buen padre de familia y un buen ciudadano. Pero no era un buen esposo, porque tenía un amante.

Highball, había entrado a su vida una noche de ocio en internet. Su imagen de perfil era sencilla. Un muchacho de veinte años, relajado, sonriente, con el cabello castaño, despeinado por el agua de aquella playa dorada donde se había hecho la foto. Estaba recargado en una tabla de surf y con solo verlo, Barry se sintió diez años más joven.

Contactaron en privado, fue el Dr. Allen quién envió el primer mensaje, ofreciéndose para ocupar el lugar del Sugar Daddy que Highball estaba solicitando. Al principio no tenía intenciones de trascender más allá de la red, descubrió que se llamaba Hal Jordan, charlaba con él a diario, veía algunas fotos suyas y le depositaba cierta cantidad de dinero cada tanto, para que, Higball pudiera disponer de él como fuera su deseo. Lo movía la curiosidad, y muy tarde, se dio cuenta de que la curiosidad era la chispa que había encendido el fuego de un enamoramiento brutal.

Muy pronto, el contacto a través de la fría pantalla dejó de ser suficiente y tuvieron su primer encuentro en un restaurante de Coast City. Hal era un chico tremendamente divertido, carecía de empatía pero lo compensaba con una nobleza natural y bien intencionada. Nunca hacía peticiones explicitas sobre lo que deseaba o necesitaba pero Barry era un proveedor generoso, lo convenció de mudarse a Central City y le compró un departamento. Hal había elegido un piso con vista a un letrero espectacular que anunciaba una academia de astronomía con una imagen enorme del cosmos. Cuando cancelaron el letrero y lo reemplazaron, el chico se puso triste, así que Barry compró el espacio publicitario y mandó poner, de nuevo, un cielo estrellado.

— ¿Qué ocurre? Estás silencioso — Hal le quitó el cigarrillo de la boca, lo llevó a sus propios labios y le dio una calada antes de apagarlo de forma despreocupada contra la pared— ¿Los años te pasan factura y te estás reponiendo del orgasmo para que no te de un paro cardiaco? —Se movió en la cama, estaba desnudo, igual que su compañero, así que se sentó sobre sus caderas y le tocó los labios.

Barry le atrapó la mano y le besó, una a una, la punta de cada dedo— Lo que te doy, ¿es suficiente para comprar tu amor?

La risa de Hal, hirió el ego del cirujano que lo derrumbó hacía un lado y se colocó sobre él, entre sus piernas, para morder su cuello e insinuarse de nuevo contra su entrada, que aún estaba mojada y blanda.

Hal jadeó, pero siguió riéndose divertido— Oye lobo feroz, basta, basta—. Aceptó de forma dócil la presión de aquellos dientes marcando su piel y lo dejó estar mientras movía un poco la cadera buscando sentir más—. El amor no se puede comprar. Pero siempre quise tener mi propio avión, —bromeó.

— Dalo por hecho—, Barry murmuró con la voz ahogada—, si el precio de tu amor es un avión, puedes elegir tu modelo favorito.

Hal volvió a reírse y Barry le correspondió con una sonrisa amorosa mientras se abrazaban apretándose uno contra el otro y mantenían apagado el teléfono celular del cirujano.



Notas de la autora: ¡Primera actualización del año nuevo! 

Como verán estoy aprovechando este challenge  para desarrollar las ideas de la forma menos convencional posible. Me gusta explorar las posibilidades y darles un vistazo de otros mundos donde Hal y Barry podrían estar juntos bajo  todo tipo de circunstancias. 

Los invitó a  darle like a mi página de facebook. Es un proyecto nuevo que me tiene muy emocionada, ahí podrán ver  más trabajos y colaboraciones mías, además de escenas extras de algunos relatos, como este. 

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30 Días de HalBarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora