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Lo agarro del cuello y lo acerco más a mí, profundizando el beso. Sé que no debería estar besándolo, pero simplemente no puedo resistirme. Lo necesito.
Me siento a horcajadas encima suyo, y sus manos viajan directamente hacia mi culo, apretándolo y haciéndome sonreír. Enredo mis dedos en su pelo, moviendo mis caderas de atrás para adelante y recibiendo un gemido de su parte como respuesta.
—A la pieza. —digo con un hilo de voz, volviendo a unir nuestros labios rápidamente.
Él no tarda mucho en entender el mensaje; afianza su agarre en mi culo y se para del sofá, cargándome hasta su cuarto. Sé que para lo flaco que es probablemente yo le pese un montón, pero tampoco parece quejarse, así que sigo besándolo.
Me apoya sobre la cama deshecha y se saca la remera, tirándola al piso. Yo aprovecho el tiempo y me saco el short junto con las sandalias; siento sus manos acariciar mis piernas hasta llegar a la cara interna de mis muslos, y jadeo cuando sus dedos pasan sobre la tela de mi ropa interior.
No sé si es el momento para decirlo, pero amo que Damián tenga dedos tan largos.
En cuestión de segundos mi remera desaparece al igual que mi corpiño, y al verlo a los ojos, noto la mirada de Damián recorriéndome de arriba a abajo, esbozando una pequeña sonrisa antes de posicionarse entre mis piernas y sacarme la última prenda de ropa que tenía puesta.
Una de sus manos acapara mi pecho izquierdo mientras la otra juega conmigo abajo, y mi primera reacción es arquear la espalda para luego soltar un gemido.
—Me vas a matar. —susurra en mi oído metiendo dos de sus dedos y luego deja besos en mi cuello.
Mis piernas tiemblan y mi instinto ante el orgasmo es juntar las rodillas y agarrar la mano de Damián para que pare, pero él no me hace caso y sigue haciéndolo. Mi pecho sube y baja aceleradamente, y cierro los ojos antes de venirme otra vez.
—Vení acá. —hablo entre dientes agarrándolo del cuello y besándolo con fuerza; él se deja, y siento la hebilla de su cinturón presionar contra mi vientre, haciéndome suspirar ante el contacto del metal frío.
Ahora sus manos dejan de tocar mi cuerpo y se dirigen a su cintura, sacándose el cinturón y desabrochándose el jean para sacarlo de en medio en unos pocos segundos.
Decido jugar un poco y muevo mis caderas contra las suyas, pero su jadeo se ve interrumpido por el sonido de su celular, avisando una llamada entrante.
Yo sigo moviendo mis caderas tratando de ignorar el sonido, pero es persistente y mata toda la magia que venía sucediendo. Damián me da un beso rápido antes de pararse e ir hasta el living. La casa no es muy grande y las paredes son finitas, por lo tanto soy capaz de escuchar todo lo que habla.
—¿Qué querés? Ya sé, boludo... No entendés, pero no te puedo explicar... Deciles que me descompuse, qué sé yo... Creéme, si no fuera importante no me hubiera quedado acá, pelotudo... No me importa la guita, que se la metan por el orto. Sí, no me rompas las bolas... Bue, ando apurado, después hablamos, no jodas más... Se, se, yo también te quiero, Augeputo. Chau.
No puedo evitar reír ante el apodo que le puso a Nacho. Damián aparece a los pocos segundos y me observa fijamente, haciéndome recordar de que estoy completamente desnuda.
»—Cortó todo el mambo, ¿no?
—Y... Sí, un poco. —me encojo de hombros esbozando una sonrisa.
De repente, todo lo que pasó me cae como un baldazo de agua fría.
Estuve a punto de coger con Damián. De volver a estar con él, íntimamente, cosa que no es para nada bueno cuando lo que busco es alejarme de él y poder llegar a olvidarlo. No puedo volver a sufrir, no puedo estar con...
—No empecés a maquinar. —dice sacándome de mis pensamientos y acercándose a mí. Busco cubrirme con la sábana porque me agarra una repentina vergüenza, pero él no me deja y toma mis manos entre las suyas.
—Damián... No puedo. Perdoname, pero no puedo. Me tengo que ir.
