Los Cofres del Saber (Capítulo 10 y 11)

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Capítulo 10

 Vladymir seguía quieto en lo alto de las escaleras de casa de Sara, en una posición estática, pétrea, como si sus pies se hubieran encolado al suelo y todos los músculos de su cuerpo se hubieran convertido en la piedra que moldea a una estatua. Su porte rígido y erguido acompañaba una mirada feroz de penetrantes ojos negros que cruzaba la distancia en busca de su presa.

 La rabia emitía punzadas regulares en su cerebro, pero su increíble control de las emociones la aniquilaba rápidamente para no perder la concentración Necesitaba desesperadamente encontrar a Sara y a su acompañante antes de que la muchacha compartiera con él la información de Jaime, antes de que ellos encontraran el cofre de los prigenios, antes de que aquel chico desconocido accediera al poder que escondía ese cofre.

 ¿Quién era el chico que ayudaba a Sara? ¿Cómo podía bloquear sus envistes con tanta facilidad? Vladymir intentó acceder a su interior, escarbar entre sus pensamientos, descubrir la esencia de aquel chico que captó cuando se adentró en el interior del encapuchado y le obligó a golpear a Sara para detenerla y traerla de vuelta. Fue extraño, el chico rechazó todos los intentos de entrar en él y consiguió escapar de su dominio, alejando a Sara del lugar.

   Desde ese instante Vladymir intentó localizar a la pareja. Conocía su ubicación física gracias al taxista y al encapuchado, así que buscó a las pocas personas que caminaban por el barrio Gótico a esas horas para ver con sus ojos, pero el muchacho era escurridizo, caminaba de alguna manera zigzagueante, como si detectara las personas antes de llegar a ellas y las esquivara con giros inesperados en las callejas.

Cuando la pareja salió a las Ramblas los encontró, a pesar de que el reloj marcaba las dos menos veinte de la noche, las Ramblas eran un lugar suficientemente concurrido como para localizarlos.              

Vladymir aumentó la potencia de sus facultades mentales para introducirse en el interior de Sara y hacerla regresar a casa, pero ella lo bloqueaba con fiereza, resistiéndose con la misma intensidad que en los últimos meses había guardado el secreto de Jaime.

La cara de Vladymir se contrajo en una expresión feroz. Sara era una presa difícil para sus facultades mentales. Durante seis meses la había drogado para debilitar sus defensas y desenterrar el saber que Jaime le transfirió en su lecho de muerte, pero todo fue inútil, la chica lo guardaba en algún lugar inaccesible de su mente, rodeado de miles de recuerdos intensos.

Con una fuerte aceleración de sus sentidos aumentados gracias a los cofres que desenterró en el pasado, el transilvano permitió que todo el potencial almacenado en su mente se concentrara en penetrar en la mente de Sara y descubrir la identidad de aquel muchacho que estaba sentado a su lado.

A través de los ojos de una mujer del autobús descubrió el rostro pálido de Ignacio, con un tono plúmbeo, casi fantasmal, que aparecía enmarcado dentro de la cabellera de rizos morenos que caía en cascada hasta sus hombros rectos, enfundados en un abrigo negro de lana. Se demoró un instante en sus ojos marrones, ribeteados por unas largas cejas que le conferían un aire penetrante a su mirada.

 A medida que aumentaba la intensidad de sus embistes para poseer la mente de Sara Vladymir sentía cómo la mirada de Ignacio se adentraba peligrosamente en su interior. Veía dos esferas marrones reflejadas delante de Sara con un brillo amenazador, las notaba fijas en un espacio de su cerebro, enviándole unos latigazos cervicales muy dolorosos, interfiriendo en su capacidad para surcar las distancias con su mente.

 La concentración de Vladymir empezó a flojer cuando los azotes de Ignacio se convirtieron en unos ruidos que retumbaban en su mente como las reverberaciones de un tambor incesante. Cada uno de los golpes se introducía en sus neuronas y las iba desarmando, como si deshiciera su capacidad de seguir utilizando los dones de los cofres.

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