—Te ha faltado uno.

Tenya hace una mueca. Bebe un sorbo de la bebida hirviente. La saborea y asiente.

—Es demasiado sutil. Jazmín.

Tensei sonríe.

—Veo que no has perdido la práctica.

Tenya sonríe también.

Los días son tranquilos en Rasaquan, una ciudad próspera, productiva y trabajadora. Su gente se levanta temprano y trabaja hasta la tarde. Luego se relajan en compañía de sus vecinos o de sus amigos. Beben té, comen pasteles, hablan sobre las novedades de la región y después se van a sus casas para cenar y dormir con sus familias.

Tensei está casado con una bella mujer. Una chica castaña, alegre y de ojos verdes como el agua de las lagunas. Ahora está embarazada, por lo que algunos días se queda en casa, pues el bebé vendrá pronto. Tensei se dedica a atender la panadería. Sus padres viven con él en la misma casa, que es grande. Son viejos y dedican los días a fumar (su padre) y a tejer (su madre). Se aseguran de que la casa esté limpia y de preparar la comida de Tensei, quien funge como el proveedor de la familia junto con Tenya, quien les trae una aportación cada fin de ciclo.

Es una vida apacible y sin preocupaciones. Es el tipo de vida que Tenya quisiera conservar. Es por su familia que se ha unido a los Caballeros de los Pueblos, porque si él puede hacer algo para garantizar que este estilo de vida tan pacífico se mantenga, entonces podrá sentirse en paz.

—Tenya, ¿estarás aquí para el nacimiento del bebé? Debe venir en estos días —anuncia el hermano, mirándole con las manos en la cintura. Tenya sonríe.

—Tengo un par de días libres. Cuando se termina el Novaño las cosas suelen estar muy tranquilas así que no me requieren mucho.

Y Tensei responde a la sonrisa.

—Excelente. Ve a ver a mamá y a papá cuando termines de desayunar, entonces. Te mereces un descanso.

Es aquella una vida de paz. Y, cada vez que Tenya viene, tiene más claro que ha tomado la decisión correcta.


———


—¡Treinta días sin sangre! ¡Sólo treinta! ¡Escuchen lo que les he venido a contar!

Un hombre de esos de salud mental dudosa grita a los cuatro vientos en el centro de la plaza de Rasaquan. Tenya, que se dirigía hacia su hogar después de desayunar, tuerce los labios de forma reprobatoria y se acerca a la pequeña plaza para escuchar lo que aquel individuo pretende decir. La gente, apenas verlo, le hace espacio, reconociendo su armadura.

El alborotador, de formas literales y figuradas, escupe sus palabras.

—¡En el treintavo día de la primavera nació el Señor de los Dragones Bakugou, dice el Tratado de los Dragones de Kronos! ¡Quien no me crea, que lo lea, tengo el libro aquí mismo! —y ostenta dicho artículo entre sus manos. Es una pieza muy vieja de cuero podrido y hojas llenas de humedad—. ¡El treintavo día de primavera del año 525 de la Segunda Luna! —rectifica—. ¡Hace exactamente quinientos años! En tan sólo veintitrés días, todos caeremos bajo las sombras, la oscuridad y la sangre. El Señor Bakugou vendrá a devorarnos y no hay nada qué hacer al respecto.

Iida suspira.

Los alborotadores como éste son comunes y no le sorprende. Sabe perfectamente bien cómo lidiar con ellos. Muchas veces, basta la presencia de un caballero para amedrentarlos. Pero éste, cuando le ve acercándose entre la multitud, abre los ojos grandes, de forma cuasi demente, y eleva la voz.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora