IV Hogar

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Parado justo frente a la puerta pude ver las ventanas cubiertas desde adentro por plástico negro, había incluso un par de agujeros en la puerta, pero estaban tapados desde adentro, sin embargo, me conmocionó ver algunas gotas de sangre que iniciaban justo en la entrada hacia donde estaba yo.
Me acerqué y golpeé la puerta dos veces sin respuesta. Trataba de mirar si alguien se asomaba por la ventana, pero no podía levantar demasiado la vista sin exponerme al agua. Golpeé de nuevo la puerta, esta vez más fuerte, aún sin respuesta.
– ¡Señor David! Soy Mario... soy... soy hijo de Carlos... usted y mi padre son... – noté que algo detrás de la ventana se movió un poco. – son amigos. – Volví a tocar con mucha fuerza esta vez. – ¡Por favor! Necesito ayuda, por favor... – trataba de mirar la ventana, pues podía jurar que algo se movía tras de ella, como si alguien me mirara desde el otro lado. – Mi hermana está enferma, necesita medicamento... – me atreví a levantar un poco más la vista; una de las esquinas del forro en la ventana se levantaba lentamente. Traté de distinguir quién estaba ahí.
La puerta se abrió de pronto y en fracciones de segundo, un hombre cubierto por un traje impermeable y una extraña máscara de oxigeno salió y me arrojó al piso con una mano mientras sostenía un machete en el aire con la otra. Al caer, unas gotas de lluvia cayeron en mi cara; bajé la vista rápidamente junto cuando el hombre se acercó dispuesto a partirme con el machete. Solo pude interponer mi mano, suplicando.
– ¡NO! ¡Por favor!
– ¡¿Qué haces aquí?! – gruñó.
– Solo busco medicinas, mi hermana está enferma y si no la ayudo pronto...
– ¡¿Quién eres?! – me interrumpió.
– Soy hijo de Carlos... su amigo... – ambos nos quedamos en silencio un momento, hasta que me tomó por la espalda y me arrastró al interior de la casa para después cerrar la puerta bruscamente.
Atrancó la puerta, colgó el machete cerca de ella mientras yo solo lo miraba. Giró y pude sentir su mirada detrás de la máscara. Nos quedamos en silencio mientras nuestros trajes escurrían agua.
– Quítate el impermeable y déjalo aquí.
De inmediato comencé a quitarme todo; el traje, chamarras, guantes e incluso los tenis que estaban completamente empapados. Él estaba esperándome ya sin su espantoso traje del otro lado de la sala.
Tomé mi mochila y lo seguí. Hasta ese momento noté a dos niños pequeños sentados en el sofá; tenían entre 6 y 9 años cada uno, jugando con unos pequeños muñecos en silencio. Uno de ellos levantó un segundo la mirada; su piel era increíblemente blanca. Llegué con el señor David aún sintiendo la mirada del niño.
– ¡Qué tienes ahí? – señaló mi mochila.
– Son algunas latas de comida y agua, creí que podríamos intercambiar comida por medicina.
– Me parece un buen trato. Sígueme. – Caminó hacia la cocina y yo fui detrás de él. – ¿Qué es lo que tiene tu hermana?
– Tiene una herida en su hombro, creo que está infectada, ha tenido fiebre desde hace días.
– Necesita antibióticos. Debe ser un milagro que siga viva hasta ahora. – traté de solo morder un poco mis labios y ocultar lo molesto que eso fue.
De inmediato noté a una mujer sentada en el comedor; estaba dando de comer a una niña pequeña que estaba de espaldas a mí. La niña no parecía tener más de 4 años.
El señor David entró hasta uno de los cuartos al otro lado de la cocina y yo lo esperé detrás. Al notar mi presencia la mujer me miró.
– Tú eres el hijo de Carlos ¿No? – preguntó en tono cansado y amable.
– Si... mi padre me llegó a hablar de ustedes. Incluso recuerdo haber venido alguna vez aquí cuando era niño. – Cuando aún parecía un hogar.
– Si... lo recuerdo. – limpió un poco la cara de la niña.
– ... ¿Mi padre nunca vino aquí? Me refiero a: después de esto. – La señora solo negó con la cabeza.
En ese momento, la niña giró para verme, sonriendo. Sentí un fuerte golpe en mi pecho, más fuerte que cualquier golpe que he tenido en la vida, como un gran puñetazo en el pecho, pues vi una lagrima roja bajando por sus mejillas blancas. Solo en ese momento noté los ojos hinchados de la mujer y su también pálida piel.
Estaba en shock, solo pude reaccionar a cubrir mi boca con la bufanda que colgaba en mi cuello. La niña aún me sonreía.
– Esto le servirá. – David regresó con un frasco de medicamento en la mano; al ver a la niña mirándome, me tomó del hombro y me regresó a la sala. Al llegar, me puso el medicamento en las manos, pero debido al peso supe que estaba casi vacío.
– Creo... creo que esto es muy poco.
– Es lo justo, te dejé una lata y una botella de agua en tu mochila.
– Pero no es suficiente, mi hermana morirá.
– Mira, niño. No sé cómo han sobrevivido tanto tiempo tú y tu hermana solos, pero...
– ¿Cómo sabe que estamos solos? – lo interrumpí.
– ... Es obvio.
– Pero...
– Es todo lo que puedo hacer ahora por ti. Ahora solo vete, por favor. – Me dio la mochila y me empujó hasta la puerta.
Me resigné y solo me puse todas mis cosas de nuevo tratando de no salpicar agua muy lejos de la puerta. David solo me miraba con los brazos cruzados esperando a que saliera.
– Creo que es muy raro que mi padre no haya pensado en venir aquí antes.
– ¿A qué te refieres? – ambos nos quedamos mirándonos en silencio.
– Creo que mis papás vinieron aquí por ayuda y usted se las negó.
– ¿Y qué te hace suponer eso?
– Que usted es su amigo, es obvio que él vino para que usted lo ayudara y no lo hizo, solo lo trató como un ladrón, no dudaría ni siquiera que... ¿La mancha de sangre que está afuera es de ellos?
– ¡No! Yo nunca le hice daño a tus padres, solo hago lo necesario para proteger a mi familia.
– ¿Y por eso prefirió dejarnos morir, tal como lo hace ahora?
– Será mejor que te largues ahora. – se acercó amenazante hacia mí, sus hijos solo nos miraban asustados, y yo... por primera vez en mi vida sentía más ira que miedo.
– ¿Usted los asesinó? ¿A los dos? – mis ojos comenzaban a romperse.
– Tienes razón, ellos vinieron hace varios días buscando ayuda, pero no les hice daño, nunca lo haría.
– No, solo los dejó afuera, en el infierno.
– No podía dejarlos entrar, no podía arriesgar así a mi familia.
– Pues ahora veo que no sirvió de mucho ¿No?
– ¿Qué quieres decir? – me miró fijamente.
– ¿Por qué me permitió entrar a mi ahora a su casa? ¿Para redimir lo que pasó o porque de todas formas toda su familia tiene el mal del invierno y están por morir? – me tomó del cuello y me estrelló contra la puerta.
– ¡Lárgate! – comenzó a asfixiarme. – Será mejor que te resignes ahora y vallas con tu hermana, así al menos morirán juntos en su hogar. – Abrió la puerta y me arrojó a la calle.
Caí de espaldas. EL golpe me dejó sofocado mientras David solo me miraba desde la puerta. Levanté como pude la mirada tratando de recuperar el aliento cuando un ruido en el cielo llamó la atención de los dos.
Un helicóptero se acercaba a lo lejos. Al recuperar mejor el aliento, me puse de pie. Ambos mirábamos esa cosa acercarse en el cielo sin decir nada mientras el agua nos caía en el rostro sin importarnos. Entonces otro ruido, justo del otro lado; al final de la calle nos hizo girar, fue cuando vimos a varios hombres armados usando mascaras de gas entrando a la fuerza en todas las casas. El señor David entró de pronto a su casa y cerró la puerta. Yo solo comencé a correr para alejarme de ellos.

Lluvia en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora