II Después de la tormenta

45 5 0
                                    

La comida y el agua era poca, ya no había brigadistas repartiendo víveres. No éramos los únicos en esta situación, pues sin una ley protegiéndonos no tardó en caerse la sociedad cuando los primeros disparos comenzaron a escucharse en la calle de tanto en tanto. La gente desesperada trataba de sobrevivir a costa de los demás, como animales.
Un día, mientras mi hermana y yo tratábamos de distraernos con un juego de mesa, comenzaron a golpear la puerta desde afuera. Tomé a mi hermana y corrimos con mis padres, mi papá se puso frente a nosotros con un cuchillo que tomó de la cocina, cuando la puerta al fin se venció y dos hombres entraron al departamento. Ambos tenían el rostro cubierto usando ropa impermeable, pero también notamos que quien iba adelante tenía una pistola y el otro un cuchillo. Todos nos tiramos al piso tratando de escondernos tras mi padre, mientras él ponía le filo del cuchillo entre ellos y nosotros.
Lentamente se acercaron y caminaron hasta la cocina, ignorándonos. Tomaron toda nuestra comida, agua y medicinas mientras mi familia solo observaba en silencio. El hombre con el arma salió al frente casi de prisa, pero quien iba detrás, justo antes de cruzar la puerta, justo antes de que todo terminara se detuvo y nos miró, pero rápidamente pude darme cuenta de su mirada fija en mi hermana; los dos segundos que bastaron para que mi corazón comenzara a acelerarse mientras se acercó apuntando el cuchillo hacia nosotros sin quitar la mirada de mi hermana.
– ¡Aléjate! – gritó mi padre al tirar un golpe con el cuchillo, pero después de esquivarlo el hombre le dio un golpe en el cuello que lo tiró al piso mientras mi madre gritaba, yo solo me aferré a su brazo, llorando. El hombre tomó a mi hermana del cabello y la arrastró hasta la puerta, mi padre aturdido se puso de pie con esfuerzo mientras la casa y el edificio se llenaba de gritos y llantos, pero nadie iba a llegar a ayudarnos.
Cerré mis ojos aferrándome al brazo de mi madre con todas mis fuerzas, solo escuchaba los gritos y no podía cubrir mis oídos por temor a no sentir a mi madre cerca, no quería moverme de ahí y al mismo tiempo solo quería desaparecer, hundirme en la tierra.
No me di cuenta de en qué momento, pero los gritos pasaron a un chillido pequeño, como un alarido, solo entonces me atreví a abrir los ojos. Mi padre estaba de rodillas en la puerta con mi hermana en brazos, abrazándola, el llanto era de él. Mi madre se levantó y corrió hacia ellos, toda mi familia estaba tirada n el piso, llorando. Me acerqué lentamente, sabiendo que al hacerlo lo suficiente me daría cuenta de algo que no quería, pues poco a poco comencé a ver sangre.
En el forcejeo mi padre logró arrebatar a mi hermana de las manos del hombre, pero no logró evitar que la lastimara y entre todos los gritos y golpes el cuchillo logró cortar profundamente a mi hermana, justo en el hombro.
Desinfectaron la herida y la saturaron con lo que tuvimos a la mano, pero a pesar del cuidado y por la falta de medicamento la herida se infectó.
Durante varios días mis padres decidieron salir al edificio para buscar... lo que fuera, cualquier cosa. Algunas latas de comida en casa de unos vecinos del edificio, botellas de agua, ropa, cobijas, incluso un día llegaron con una muñeca que reconocí de inmediato; era de la nieta de la señora Sofía. En muchas ocasiones llegué a ir a su casa cuando me enfermaba, pues la señora era una enfermera jubilada que siempre procuró ayudar a los demás cuando sus rodillas se lo permitían. Le dieron esa muñeca a mi hermana para levantarle un poco el ánimo, pues nos hacía mucha falta a los dos. Un día, un poco antes de que salieran la última vez, regresaron con un par de trajes impermeables para niños, uno perfecto para mi y otro que le quedaría muy grande a mi hermana, pero igual podríamos necesitar en algún momento. Recuerdo habérmelo medido y estaba a mi medida, era de color azul oscuro, casi negro, cuando miré la manga noté una etiqueta en el interior, al verla bien decía "Ángel".
Con el paso de los días, mi hermana empeoró, su fiebre ahora era fuerte, pero al menos descartamos el mal del invierno, pues si lo tuviera, en ese punto ya estaría escupiendo sangre.
Mis padres estaban en su cuarto, pero escuché perfectamente que hablaban, decían que ya habían recorrido todo el edificio y aún no lograban conseguir ningún tipo de antibiótico... decidieron salir, esta vez más lejos, esta vez decidieron salir del edificio y exponerse a la lluvia.
Recuerdo perfectamente a mi padre preocupándose por alistarse, mientras mi madre solo me abrazaba; a pesar de que nadie derramó una sola lágrima, sabía que, en el fondo, todos estábamos consientes del peor escenario.
Cruzaron la puerta y justo antes de irse, mi madre me miró y me dijo con una voz tan baja que tuve que leer sus labios; "Cuida a tu hermana".
Han pasado tantos días de eso que simplemente perdí la cuenta, perdí el sentido del tiempo hacía mucho. No sabía en qué fecha del año estábamos, mucho menos el día de la semana, ni la hora... solo sabía que estaba justo en el huracán, a mitad del invierno, tal vez cerca de primavera o simplemente el tiempo afuera se había detenido, pues la lluvia llevaba ya varios días sin detenerse.
Entre los días, mi hermana empeoró tanto, su cuerpo estaba helado y ella estaba completamente pálida.
Mucho tiempo había pasado y no podía dejar pasar más, mi hermana estaba muriendo y lo último y único que mi madre me pidió fue cuidarla; pero irme y encontrar el mismo destino que han tenido mis padres, dejarla aquí... muriendo sola.
Me senté junto a ella y acaricié su cabello mientras mi pecho se llenaba de miedo; quería explotar. Mordiendo mis labios solo me puse de pie, tomé una mochila y fui a la cocina, abrí la alacena y solo había cinco latas de comida y cuatro botellas de agua. Lo tomé todo y lo puse en la mochila. Tomé varias chamarras y me puse una encima de la otra, un par de guantes, me cubrí el rostro con una bufanda descubriendo solo mis ojos y con la mochila puesta, me puse encima el impermeable. Tomé el par de llaves que guardábamos encima del librero y me acerqué a la puerta. Solo en ese momento sentí pánico, pero estaba decidido como nunca en la vida.

Lluvia en inviernoWhere stories live. Discover now