I Detrás de la ventana

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El silencio puede llegar a atornillar tus oídos más pronto de lo que crees; un silencio absoluto detrás de las ventanas y las gotas de lluvia que golpean el cristal con falsa calma. Yo solo miro la pantalla apagada del televisor, respiro profundo tratando de no dejar que mi mente caiga al suelo. Solo tengo 11 años y estoy solo en casa con mi hermana menor enferma.
En la primavera del 2019 pasó algo, algo muy malo, aunque al principio no lo parecía. Se hablaba de una enfermedad que comenzó a matar poco a poco a las personas en países húmedos, sin embargo, muy tarde se supo que el mismo aire podía arrastrar la muerte hasta países secos y contaminar el agua, la única fuente de vida en países de África, que en pocos meses redujo la población un 30% sin que el mundo aún pudiera darse cuenta de lo que pasaba.
Me levanté del sillón y caminé hasta el cuarto de mi hermana y la miré ahí, temblando debajo de todas esas cobijas sobre ella; aún estaba el vaso de agua que le había puesto. Caminé hasta su ventana y miré un poco de agua entrando por debajo. De inmediato tomé un trapo, limpié el agua y tapé el hueco por donde se filtraba. Miré la calle desierta desde lo alto de nuestro departamento.
Recuerdo cuando en las noticias hablaban de la lluvia como si se tratara de ácido, cosa que la gente nunca tomó con la seriedad necesaria, ni siquiera mi familia.
Una enfermedad que se transporta por el aire y puede contaminar el agua por toneladas advertía de un inevitable apocalipsis. Cuando se llegó el otoño y llegaron algunas lluvias la tasa de mortalidad subió al mismo tiempo que la desesperación y el caos. Todos los medios y el gobierno mismo advertían del invierno, pues un poco de lluvias comenzaba a matar a la gente por millones diariamente, el clima en invierno podía significar una devastación de escala extintiva, pues dicha enfermedad comenzaba a mutar y matar a algunos animales; lo llamaban el mal del invierno. Primero te causaba un dolor horrible en todo el cuerpo y los huesos, fiebre, sangrados internos, llegaban a sangrarte los ojos, los oídos, la boca, la nariz y todo terminaba en un derrame cerebral al cabo de pocos días de contagiarte, con suerte durabas unas semanas, pero el final era siempre el mismo.
Recuerdo que antes solíamos ser una familia normal, con problemas normales, con costumbres normales, solíamos ver televisión juntos, solíamos ir a fiestas familiares, mi hermana y yo íbamos cada día a la escuela mientras mis padres salían a trabajar. Cerca de nuestra casa había un enorme parque natural al que íbamos en familia casi todos los fines de semana, jugábamos en el pasto mientras mis padres solo nos miraban riendo, pero la mejor parte de esos días era cuando al final del día, cuando el sol apenas comenzaba a meterse, íbamos hasta el fondo del parque, en lo profundo, donde había una banca, justo frente al enorme lago que había en el centro del parque, y nos sentábamos ahí, en silencio, solo nosotros. Era perfecto.
Me senté junto a mi hermana y traté de calentarla un poco, pero no podía hacer nada, necesitaba medicamentos que ya no teníamos. Tomé su vaso de agua y le di un pequeño sorbo. Estaba supuestamente hervida y purificada con unos frascos de gotas que debíamos poner en el agua antes de beberla; nos los dieron casi al inicio de todo, antes de que se dejara de transmitir en la televisión.
Antes del corte mundial de las transmisiones, se nos advertía y recalcaba que no saliéramos de nuestras casas y por ningún motivo entráramos en contacto directo con el agua de la lluvia, no tomar agua de la llave y el agua embotellada que era repartida en las casas debía hervirse y purificarse, sólo podíamos consumir comida enlatada y atender las indicaciones de las autoridades.
Muchos lo esperaban, pero otros no. A pesar de ello, las transmisiones de televisión se cortaron de la nada, dejando los televisores y pantallas con estática y desesperanza, solo escuchando voces detrás de la nada. Antes del corte se habló del fin del mundo y de una cura que se prometía, pero no llegaba, y la fe en que algún día llegara se desvanecieron junto a la humanidad. Aún se podían escuchar algunas estaciones de radio con cánticos religiosos y personas tratando de mantener a la gente animada ante la muerte inminente, pero al final también se cortaron y solo quedó silencio.
En un punto ya no respondían al servicio de emergencia de ningún tipo, solo recuerdo que mi madre lloraba en el teléfono tratando de hablar con mis familiares, pero creo que ya estaban muertos, al menos la mayoría y no podíamos hacer nada, no podíamos cruzar la puerta sin exponernos a morir. La policía, las ambulancias, ni los bomberos podían hacer ya nada y todo quedó en manos de nadie, como si Dios se hubiera olvidado de nosotros, los pocos que aún vivíamos.

Lluvia en inviernoWhere stories live. Discover now