setenta y dos. (final)

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El recuerdo continuó en mi mente.

Me acerqué hasta la mesa en donde Sharon había dejado aquel papel arrugado y vuelto a desarrugar y curioso lo tomé entre mis manos. El corazón me volvió a palpitar cuando leí escrito del puño y letra de Emma las palabras “te juro que lo amo”. Pero ya era demasiado tarde, su vuelo había partido y se la había llevado lejos.

O tal vez no tan lejos. Corrí a mi casa y empaqué mis cosas, llamé a Alex como cuatro veces, pero no contestó ninguna, así que mejor le escribí un texto, diciéndole que me iba, que me perdonara; casi lo mismo que Emma en su carta para Sharon, pero más breve; y por último agregué: Sé feliz y hazla feliz.

Emma había tomado una buena fotografía del beso entre Sharon y Alex. Sonreí. Los murmullos de la gente a mí alrededor me hicieron perderme de nuevo.

-Un boleto para Egipto, por favor –le dije a la señorita de la aerolínea, convencido totalmente de mi decisión. Recordando la vez que Emma me había dicho que a ese lugar escaparía y con la esperanza de que estuviera más cerca de mí en vez de haber volado a California, como dijo que lo haría.

-Tiene suerte, señor –me dijo la muchacha-. Hay un vuelo para esta noche.

Me pidió identificación y luego pagué mi boleto, estaba dispuesto a cruzar el mediterráneo ahora que sabía que ella también me amaba e ir a buscarla, así fuera por cielo, mar o tierra. La encontraría.

Emma volvió a sentarse a mi lado y me miró, provocando que volviera bruscamente al presente y me perdiera en su mirada. Ató su mano a la mía y yo miré esa acción.

-¿Vamos? –me preguntó, haciendo seña con la cabeza hacía la pareja recién casada.

-Claro –le sonreí y me paré junto a ella, siguiéndola a través de la gente, atado de su mano.

Todos los rostros lucían felices, sonrientes. Incluso el mío. Cuando llegamos hasta Alex y Sharon, miré a ambos y al instante Emma los abrazó, felicitándolos.

Mi mente volvió a irse.

-¿Cómo está Sharon? –le pregunté, a través de la bocina del teléfono se escuchó un suspiro.

-Mejor –musitó Alex.

-¿Aun me odia? –inquirí, sintiéndome culpable.

Luego de un silencio corto, mi hermano contestó:

-No lo creo. Ni a ti ni a Emma. Aunque sigue dolida… Logan, ha pasado más de un mes. ¿Ya la encontraste? –me preguntó y la decepción saltó a mi rostro.

-No –respondí, sintiéndome tonto.

-¿Y si sí volvió a California?

-No lo sé, Alex. Estaba casi seguro de que la encontraría aquí –admití.

-¿Y ahora?

-Necesito alguna señal de dónde es que se encuentra –me pregunté que tan desesperado soné-. Lo que sea, Alex.

-Logan –mi cabeza se sacudió al llamado de mi nombre y miré a mi hermano frente a mí.

-¡Ey, felicidades! –lo abracé con sinceridad, dándole unas palmadas en la espalda- Ahora estás con la mujer que amas, me alegro por ti –le dije.

-Y tú también –me palmeó el hombro y luego miré a Emma, que parloteaba animosa con un chico alto y delgado, su amigo Andrew, a quien le daba órdenes de dónde y cómo tomar fotografías.

el manual de lo prohibido; logan lermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora