setenta y dos. (final)

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#NarraLogan

Contemplé por un rato a la feliz pareja de pie junto al altar y luego mi mirada revoloteó hacía la bella chica que estaba sentada a mi lado. Los recuerdos salieron a florecer en mi cabeza, haciéndome vibrar por la nitidez con la que se proyectaron.

Mientras el ministro hablaba uniendo a la pareja frente a él, recordé las palabras de Sharon el año pasado; me golpeaba el pecho con fuerza y rencor, mientras me miraba con sus grandes ojos cafés y lloraba sin contenerse. Me partía el alma verla así.

-¡Vete tras en ella entonces! –me decía- ¡Alcánzala porque el amor de tu vida se escapa! –me golpeó por doceava vez el pecho.

-Sharon –musité.

-Debí de haberme dado cuenta antes –gritaba-. ¡Nos hubiéramos ahorrado todo esto! –manoteó, cansada.

-En ningún momento te engañé, Sharon –expuse-. Ella me robó un beso, pero estaba ebria, Shar.

-¡Pero tú no! –exclamó, con voz estrangulada- Además, el que haya estado o no ebria no quita que se haya enamorado de ti –señaló un papel sobre la mesa, arrugado violentamente-. ¿Y sabes qué es lo peor? –sollozó- Que tú, perfectamente cuerdo, te enamoraste también… de ella. De mi mejor amiga –gimió.

-Sharon –quise acercarme, abrigarla en mis brazos para que de alguna manera cesara su dolor, pero me quedé a distancia, sabiendo que después de mi confesión, no serviría de nada-, nunca quise hacerte daño –expliqué-. Simplemente… no pude controlarlo.

Recordé entonces el primer día que descubrí que sentía algo por Emma, o mejor dicho, cuando acepté que sentía algo por ella. Aquella vez que ella veía una película de terror y que de cierta manera, sin explicarme cómo, quería protegerla entre mis brazos y luego, jamás dejarla ir. Con el paso del tiempo me di cuenta de que me gustaba estar a su lado, pasar las horas en su compañía y hacer chistes tontos de cualquier cosa.

-¡Pero pudiste decírmelo! –las palabras de Sharon continuaron- No había necesidad de que me hirieras de esta forma –sollozó, de nuevo-. Pero yo soy la estúpida, ¿sabes? Debí de darme cuenta, por cómo mirabas a Josh cuando se le acercaba, le hablaba o la besaba.

Mi rostro de endureció al recordarlo. Era una furia devastadora, una inquietud por querer alejarla de Josh cuando éste se le acercaba. Algo que en ese momento me inundaba de pies a cabeza y que no podía explicarme la razón. Ahora lo sabía.

Volví a perderme en el recuerdo, en la escena de aquel día gris.

Me encontraba inmovilizado en el centro del departamento de Sharon, después de haber parecido un idiota y sentirme como uno. Viendo a Alex parado en la puerta y a Sharon entre sus brazos, sollozando en su pecho. Entonces, sólo entonces, me di cuenta de que yo había sido igual de ingenuo que Sharon, ahora comprendía quién era la chica a la que Alex amaba y porqué es que nunca me lo dijo. Estaba de pie allí, mirándome con la comprensión de un amigo, con el dolor de un hermano; mientras Sharon lo apartaba lejos, llevándoselo consigo como el único apoyo con el que contaba.

-Acepto –musitó el novio, mirando fijamente a su futura esposa y sonriéndole, haciendo que mi mente volviera al presente.

-Y tú, Sharon Simone Baecke, ¿aceptas a Alexander Richard Lerman como tu futuro esposo; para amarlo, cuidarlo, en la salud y enfermedad, hasta que la muerte los separe? –preguntó el ministro.

-Acepto –respondió ella.

Emma se levantó de la silla y sacó su cámara fotográfica. La miré desde abajo, sentado aun.

el manual de lo prohibido; logan lermanOù les histoires vivent. Découvrez maintenant