Epílogo

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Epílogo

Dos años después…

Entro en la casa donde me crié de pequeño y donde ahora vivo junto con mi mujer y mis dos hijos. Antes de que nacieran buscaba un hogar, uno en el que mis pequeños pudieran ser felices.Y puede que mis últimos años en esta casa no hayan sido los mejores, no obstante Vicky me ha abierto los ojos. Me enseñó a perdonar, y a recordar que un día, entre estas paredes fui un niño dichoso. Puede que mi padre no tomara buenas decisiones, no obstante antes de eso, antes de que todo se fuera por la borda, eramos una familia feliz. Y Vicky me enseñó a recordar esos momentos.

A mamá le entusiasmó a la idea en cuanto se la planteé, quería que ella viviera con nosotros, pero eligió mudarse a una pequeña casita, con un enorme jardín por el que Sinatra y sus nietos pudieran correr. Era el momento de que ella cambiara de aires, y pudiera seguir adelante.

Me acerco hasta el salón de donde proviene un suave murmullo y me quedo admirando la imagen que se reproduce ante mí. Vicky está sentada en la alfombra, con las piernas cruzadas y ante ella, Julieta y Edward la observan y escuchan atentos, mientras ellas les lee un cuento. Nuestros pequeños ni pestañean, pendientes de lo que sale de la boca de su madre. Sin hacer ruido, me apoyo contra la pared, sonriendo como un bobo enamorado. Miro a mi preciosa mujer y me contengo para no ir y retirarle los mechones rubios que me impiden apreciar su rostro.

Los ojos azules, replicas exactos a los míos, de mi princesa, me descubren. La sonrisa juguetona se dibuja en la carita redonda de mi hija y rápidamente se levanta para venir hasta mi. Alza sus bracitos y me pide que la coja, para acto seguido llenarme de besos. El corazón se me hincha felicidad.

–¿Cómo está mi pequeña marmotita hoy?

La niña mueve su cabecita, haciendo que sus rizos castaños se agiten y se echa a reír.

–Papá. Tonto. – Dice entre risas con su vocecita aguda.

–Veo que tú madre ha estado enseñándote mal.

–Oye– Se queja Vicky– No me culpes a mi. La niña es inteligente y sabe ver las cosas por si solita.

Arqueo una ceja, haciéndome el ofendido. Me dirijo hacía donde mi mujer y mi hijo están sentandos, y beso la cabellera rubia de Edward.

–¿Y mi beso? – Pregunta mi mujer aleteando sus negras pestañas.

–¿Es que te lo mereces?

Se pone en pie, echándome una mirada asesina. Se pega a mí y tira de las solapas de mi americana.

–Tonto– Murmura antes de besarme.

Nuestra hija, la cual está en medio, pone expresión de asco y me pide que la devuelva al suelo. Inmediatamente se desata la locura. Los dos pequeños terremotos comienzan a corretear de un lado al otro.  Edward y Juelita son tan diferentes como la noche y el día, Julieta es un pizpereta que no para quieta y se lleva a todos a su terreno con su adorable mirada. Edward, por el contrario, no es muy hablador, y lo único que quiere es estar con su madre las veinticuatro horas, cosa que para nada me parece extraña, ya que su padre sufre de lo mismo. No obstante, tener a los dos hermanos juntos, es como tener al mismísimo demonio de Tazmania, para lo único que se detienen es para dormir.

Con una cerveza en la mano, la cual es de agradecer, dado que las temperaturas están comenzando a subir, me siento en le porche trasero de la casa, sobre el sofá de mimbre, observando como los monstruitos se bañan en la piscina.

Oír sus risas hace me sienta completo, como jamás me había sentido. En realidad jamás había experimentado lo que siento. Creo que Vicky me ha hecho creer en los cuentos de hadas.

La Desconocida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora