Capítulo 1

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—Ey, Lea, hazme caso—sentí unos chasquidos sobre mi cara, dí un respingo y miré a Dan, quién me contemplaba divertido.

—Deberías dejar de hacer eso—le reclamé un poco molesta.

No me gustaba que hiciera eso.

Me apresuré a juntar los variopintos libros que estaban esparcidos por mi revoltosa cama y los coloque en mi escritorio en una sola pila.

—Uy, mi princesa ya se enojó—canturreo jocoso.

Me fue inevitable no sonrojarme por ese apodo. Pude sentir mis mejillas calentarse y tuve que colocar mis manos sobre estas para comprobar que no era mi imaginación. Hace años que me decía lo mismo y siempre pasaba lo mismo.

Maldije en mi mente a Dan por ello.

Tan pronto acabe el repertorio de insultos dispuestos a mi amigo, este terminó por estallar en risas. Sabía de antemano que mi vergüenza, a pesar de no mirarme directamente a los ojos, provocaría mi sofoco.

—Ya... vámonos—intente recuperar mi compostura un poco.

Mordí mi labio y respiré.

Lo vas a pagar.

Exhale y me voltee, dirigí mis pasos hacia mi cama, en la que reposaba Dan con una sonrisa angelical, y sin que se lo esperara, lo hale de la oreja, a lo que él soltó un sonoro quejido, para llevarlo al comedor. Sabía que mamá nos estaría esperando.

Baje las escaleras con premura, incitando a que mi amigo apresurara su andar para no sentir el jaloneo.

—Mis niños, la comida ya está lista—fue lo primero que escuchamos al introducirnos al comedor.

Mi mamá salió de la cocina sonriente. Por fin había hecho una comida sin que saliera volando la cocina. Eso la encontentaba.

—Buenas tardes, Ana—Dan le guiño el ojo a mi madre descaradamente una vez se zafo de mi agarre.

Fruncí el ceño, contraria. ¿Acaso no terminaría con sus coqueterías?

Giré mi cabeza unas cuantas veces para no poder la paciencia y me senté, esperando a que mi mamá terminara de alistar la mesa. Intente no volver a pensar en este día, lo cual fue un estrepitoso error. Por primera vez saldría con Dan a ver una carrera de motos. Hace unos años, aun cuando éramos tan solo unos mancebos, habíamos apreciado las múltiples carreras que reproducían en la televisión, y en algunas ocasiones, a los hijos de las vecinas con las suyas.

Despertaban una emoción un tanto extravagante en nosotros.

Mi mamá no perdió detalle de mi sonrisa, de la cual no me había dado cuenta que se extendió. Ella siempre decía que cuando no somos conscientes de nuestras expresiones es porque lo que pensamos es lo suficientemente apasionante para no darnos cuenta de cuánto o cómo nos afecta. Sin embargo, ni ella, ni mucho menos mi padre, les gustaban ese tipo de cosas. Para ellos representaba un peligro, y por mucho que me habían dejado la condescendencia para elegir, eso no significaba que lo aprobaban. Más mi padre.

Dan llegó más contento que yo por la noticia. Había conseguido que una amiga que tenía lo invitará a una de esas tan emocionantes carreras en donde se prometía acción, diversión y experiencias inolvidables.

Aunque todo no era color de rosas.

Mis padres esperaban vernos llegar un poco tarde—pero no lo suficiente para atemorizarlos—de una fiesta inexistente, fantasma.

Fue la primera excusa que se nos vino la cabeza.

—Con permiso—dijimos al unísono.

Nos levantamos a la par de la mesa para encerrarnos en mi cuarto y esperar pacientemente hasta la noche.

Huyendo del mafioso Where stories live. Discover now