Lea Thompson

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Los rayos del son atraviesan las ventanas con una intensidad abrumadora, y mi primer pensamiento al recostarme sobre mis antebrazos, es el tortuoso lugar en el que me hallo, el orfanato— exactamente en la segunda—en el que me había dado la tarea de conocer a las chicas con las que compartía dormitorio, aunque muchas de ellas no fueran tan afables y acometidas como Meredith y Dani—actualmente las únicas que entendían mis decaídas constantes y el humor trasiego—puesto que el chisme sobre mi llegada, y con ello el posible motivo, certero, he de recalcar, se esparció cómo pólvora.

Todos los días despertaba con el constate miedo hacia Eva y su séquito, esperando sentir la cabeza llena agua fría, empapando mi menudo cuerpo, y el sonido de sus burlas, aunque augurando el hecho de la esperanza que se pegaba a mi pecho con una insistencia que a veces me ponía perpleja. Esperanza en cuanto a salir de este inhóspito lugar y de ser adoptada para cumplir con la pequeña promesa, que se iba arraigando con más fuerza, y que le había jurado cumplir a mi hermano.

Lo tenía que hacer.

Tenía que cumplir aquello y volver con la cabeza en alto a su lápida.

Salte de mi cama y me puse unas pantuflas, me estiré un poco y me fui a lavar la cara; había despertado antes para no tener que ver a Eva haciéndolo.

Quería tener un día en el que alguien no me reprochará el estar aquí.

Ate mi cabello en una coleta y fui a tender mi cama con parsimonia, procurando cuidar los pequeños detalles que las cuidadoras nos daban de vez en cuando.

Tomé ropa del gran armario que todas usábamos y me dirigí a las duchas para asearme, escogiendo la más retirada.

Pase bajo las gotas del agua recordando cada uno de estos días, sin negar que habían sido duros y tediosos cómo felices y ociosos. Uno a uno se fue rememorando en mi mente mientras las gotas resbalaban con una calma extraña, queriendo hacerme saber que podía tomarme un respiro, un momento para concentrarme.

Disfrute del agua que recorrió mi cuerpo, y pronto a más de una media hora salí envuelta en una toalla para cambiarme con la bermuda que se encontraba en el lavabo, intentando apresurar mis movimientos. Ya había pasado mucho tiempo, no tardarían en despertar todos.

Salí de la habitación, observando cada rostro dormido, complacidos en sus sueños, aparté la vista y caminé por el pasillo, observando los pequeños detalles en las paredes hasta llegar al comedor, sentándome en una de las tantas mesas que había.

—Buenos días—salude a Laura y ella, con una gran sonrisa, me devolvió el saludo, llamándome.

Me levanté de la mesa y me dirigí hasta la cocina.

—Lea, mi niña ¿vos qué haces despierta a estas horas?—sonreí apenada. Ella hizo un aspavientos con las manos, desintegrada—que va, tenés que ayudarme, preparé tu comida favorita, asi que... —hizo un ademán mientras caminaba, asentí y nos dirigimos por la comida—pero mira que tenemos aquí, preparé crispetas para ti—me tendió el tazón y empecé a tomar las palomitas que había preparado.

—Gracias—me sonrió y continuó con sus labores.

Corrí hacia la pequeña biblioteca para agarrar un libro cualquiera, siendo los que se encontraban en los estantes más bajos los ganadores.

Huyendo del mafioso Where stories live. Discover now