Capítulo 3

277 21 4
                                    

"El pecado y el vacío"

-Capítulo 3-



Disclaimer: Los personajes son propiedad de sus respectivos autores. No busco una ganancia comercial al usarlos, si no satisfacer un fin meramente ocioso.



Milo cerró los ojos: el sol se colaba entre las rendijas de la persiana. Quemaba. Era temprano aún, y aunque no había dormido sabía que llamaría.

Otro día más sin Shaina y nada tenía más sentido, exceptuando la maldita canción que se repetía en su cabeza, hasta el hartazgo.

Hoy tampoco había vuelto pero igual la habitación olía a sexo, a un momento olvidado y recluido bajo el desazón de su ausencia.

"Escribo mi propia historia y sólo vivo para recordar-"

—¿Hola...? — la garganta reseca lo traicionó, entrecortándose al atender la llamada.

Allí estaba. Otra vez, del otro lado del teléfono, la respiración agitada de Shaina lo saludaba y su mueca se movió hacia arriba. Creyó oír algo del otro lado, quizás su mente inventaba voces, palabras, un atisbo de disculpas para resguardarse a sí misma, a su debilitada voluntad.

—Shai, mi vida... ¿Estás ahí?

Como era usual no había respuesta alguna. Colgó. Milo se volvió a echar en la cama, ansioso, expectante... Su mente divagando en los recuerdos, percibiendo la entrega de quien supo ser su mujer, porque no eran solo alucinaciones auditivas: Shaina estaba del otro lado y quien sostenía el teléfono no era precisamente ella.

"Para recordar que al final soy el único que se percata de mí, y todas las voces que escucho son ecos de mi deseo."

Otra vez, otra vez esa canción... No podía tolerarla.

Volvió a responder, casi como si atendiese a una propia necesidad de arrancarse constantemente el alma del cuerpo.

—¿Shaina...?

"Impotente me enfrento a mi soledad e impotente lo echo en cara, como si me desgarrase en-"

—Te extraño... Déjame escucharte.

El celular rebotó sobre la cama con un sonido pausado, seco, y mediante el altavoz activado el pedido de Milo llegó a oídos de Camus.

—Ya lo oíste. — pudo percibir muy claramente del otro lado. — Esta vez déjalo disfrutar un poco más, Shaina.

Los ojos se le rebalsaron de lágrimas y la melodía burlona en su interior se vio amplificada por los gemidos de quien supo ser su mujer: era evidente que se había estado conteniendo, quizás atada, en un plano muy inconsciente, a lo que fueron sus cortos recuerdos. Pero su voz ya no reflejaba odio ni rencor, si no el más obsceno placer.

Camus lo había hecho muy bien.

—A-ah... Ah...

El escorpión se lamentó. Se lamentó como nunca, restringido por la maldita erección que comenzaba a levantarse de sólo registrar el timbre de aquella femenina voz raspándole los oídos y la indecencia.

"Como si me desgarrase en miles de pedazos para arrastrarme en miles de direcciones, pero no sostengo tu mano lo suficientemente firme y escapo-"

Pero aun así, aun cuando Camus sabía que los tenía a ambos en la palma de su mano, no pensaba darle alivio. La llamada se cortó al mismo tiempo en el que Milo intentaba deshacerse de sus pantalones, patéticamente, para desagotar su infortunio; dejando entrever lo que había terminado por convertirse en un mar de lástima, un acto de abandono a la par de sus recuerdos.

Los ojos de Shaina con los que se encontró esa noche sólo mostraban oscuridad: él los había arruinado.

Los ojos de Shaina impuros, huecos, desangrados en la malicia, en el rencor, y no había sanidad que aguantase las puñaladas al corazón que sentía cada vez que los rememoraba, cada vez que instintiva e insistentemente tocaban la puerta a su pecho, a lo que alguna vez había sido su hombría y ego.

En cada video diario que recibía por parte de ellos podía comprobar la degeneración, la pérdida de sentido, el abandono de su mujer, de su Shaina, de la única persona a la que realmente amó y dio por sentado como el tremendo imbécil que era.

Era su culpa, él la estaba matando.

"Y escapo en falsos sueños, deseando sentarme en lugares ocupados, siempre buscando la gloria que es estar contigo..."

Otra vez Shaina se corrompía bajo su tacto, empotrada por su mejor amigo en todo tipo de situaciones, Milo entendiendo realmente cuál era el regalo del francés...

Camus lo hacía mejor que él, según Shaina.

La llenaba por completo, la tocaba como ella siempre había deseado, o eso decía.

Una y otra y otra y otra vez adentro, todo el día, incluso cuando no estaba presente físicamente, reiterándose en su imaginación, en el suspiro de su propia piel, cada poro grabado a fuego con su esencia, con el descontrol y el odio que Camus destilaba, convirtiéndola en un cadáver de fácil acceso, repugnante, vicioso vestigio de mujer.

Y mientras Milo volvía a repetir el instante en el cual el rostro de su amada era cubierto en blanco hervor, otra vez sus orbes se entornaban hacia adentro, desangrándose en tristeza, su propia hombría patéticamente húmeda y activa.

Otra mañana más quedaba atrás y las lágrimas decoraban sus mejillas: había arruinado la presencia más pura que alguna vez hubiese existido en este mundo.

Al momento de involucrarse con Camus, Shaina cometería el peor error de su existencia... Había vendido su alma al mismísimo Diablo, a quien cuyo odio motivaba la sola razón de vivir, inescrupuloso, dispuesto a quitarle por completo su esencia sin ningún tipo de culpa.

Nuevamente cantaba. Cantaba a viva voz, sediento de ella, acompañado de la patética melodía del engaño, empujado por el grito sordo de su amor, de aquel "amor" transformado que Camus le regalaría día a día, minuto a minuto, segundo a segundo de su mísera existencia. Lo haría pacientemente para que no olvide, para arruinar a Milo para siempre a través del sufrimiento de quien, estaba convencido, era el único amor del escorpión.

Sí, Camus lo había hecho muy bien y se deleitaría en ese vaivén constante, ante el manejo de la vida y la muerte de dos simples e ingenuos mortales.

"...Siempre buscando la gloria que es estar contigo, pero sólo encontré la ridícula soledad."

Sin embargo, jamás sería suficiente y Shaina se perpetuaría engañada en lo que, quería creer, era su propia justicia.

Y Acuario sonrió, omnipotente, al palpar en su espíritu el dolor de la desgracia: ya había comenzado.

Bienvenido sea el vacío ante el encierro de tu carne y soledad.

El pecado y el vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora