Loki

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Algo perturbó el silencio de mi prisión. Sentía la roca vibrar, y las cadenas que a ella me aferraban comenzaron a temblar. Sigyn, mi fiel y devota esposa, continuaba recogiendo el veneno que aquella condenada serpiente convocada por Skadi vertía sobre mí. El recipiente comenzaba a llenarse de nuevo, pronto Sigyn tendría que marchar a derramarlo, y sería entonces cuando el veneno caería sobre mí, trayendo consigo el dolor que durante siglos me atormentaba. No tuvieron suficiente con atarme a aquellas rocas con las entrañas de mi propio hijo. Las paredes de roca y oscuridad se cernían a nuestro alrededor como sombras al acecho esperando un descuido.

El temblor de las rocas continuaba, colándose en mi cuerpo, estremeciendo cada fibra de mi ser. Sigyn se incorporó, completamente ajena a lo que ocurría en mi prisión de piedra, con cuidado de no verter el veneno que casi rebosaba del barreño.

–No tardaré, amor mío —dijo apenas en un murmullo. El agotamiento la invadía tras tantos siglos, a pesar de su condición de Aesir.

No respondí. Tan sólo cerré los ojos, a la espera del dolor. A pesar de todos aquellos siglos en los que había permanecido a mi lado, compartiendo mi condena, mi corazón había congelado cualquier sentimiento. Antaño jamás le fui fiel, pero la amaba. Sin embargo, ahora sólo uno prevalecía: la ira. Cuando la primera gota de veneno cayó sobre mi rostro, apenas fui capaz de escuchar los pasos apresurados de Sigyn. Mi cuerpo se retorció, presa del suplicio. Aquellos momentos apenas duraban unos segundos, hasta que el barreño volvía a protegerme. Sin embargo, para mí eran horas. Bajo mi cuerpo la tierra comenzó a sacudirse con violencia, y mis gritos reverberaron en las paredes de mi prisión. Mis extremidades tiraban de las cadenas, retorciéndose entre ellas. En mi rostro sentía el ácido del veneno quemar mi piel, la carne se derretía bajo su contacto. El ponzoñoso líquido se filtraba entre mis labios agónicos, abrasando mis vísceras a su paso, lamiendo cada tejido de mis órganos ya convertidos en un amasijo de carne y veneno. Estas heridas regenerarían, pero en mi mente quedaban grabadas cada una de ellas.

Tras lo que me parecieron horas, Sigyn volvió e interrumpió el goteo de mi martirio. Comencé a sentir un picor en mi rostro y mis entrañas, señal de que comenzaba a sanar, y dejé caer mi cabeza respirando con dificultad. Mi lengua volvió a crecer, aún con el regusto amargo de la ponzoña en ella; mi garganta se rehízo con un agudo escozor. La carne disuelta de mis labios entumecidos se recompuso. Pero aquel alivio no era más que una quimera. Pronto mi esposa volvería a marcharse, alimentando el charco de veneno que a pocos metros crecía cada vez más, y mi cuerpo volvería a sucumbir al dolor.

«Vamos Loki, hay cosas peores» pensé con sarcasmo. Aún me asombraba conservar algo de sentido del humor. «Diste a luz a un condenado caballo de ocho patas, esto no es nada» sentí ganas de reír, pero el único sonido que emitió mi garganta fue un áspero gruñido.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por el grito ahogado de Sigyn.

–Loki... —farfulló. —Tus ataduras...

Extrañado, alcé los brazos. Las cadenas, antes las entrañas de mi hijo Narfi, se habían desprendido del lecho rocoso, liberándome de mi encierro.

–Al fin.

Me incorporé, no sin cierto esfuerzo, y sentí cómo cada fibra de mis músculos protestaba. Estaba tan entumecido que mis movimientos se volvían lentos y torpes. Alzándome por encima de las rocas que habían sido mi lecho durante siglos, agarré a la serpiente de Skadi y, a fuerza de mis propias manos, la estrangulé hasta que no quedó de ella más que un despojo escamoso. Sigyn, dejando caer la vasija de veneno, corrió hacia mí con lágrimas en los ojos.

–¡Oh, esposo! —sollozó, abrazada a mi pecho. –¡Eres libre!

Su piel ardía al contacto con la mía, apenas pude contener el impulso de apartarla.

–Aún no, mujer. —Mi voz sonada rota y fría, desprovista de emoción.

A paso vacilante me encaminé a la salida de la cueva que durante siglos había sido mi prisión, con Sigyn a la zaga, siempre servicial. Ya era hora de cumplir mi destino. Me estremecí con anticipación, pues pronto caminaría sobre la sangre y cenizas de los dioses que osaron encarcelar y torturar mi cuerpo.

Que 

se haga

la luz.

La Forja de las RunasWhere stories live. Discover now