PRIMERO

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La crisis empieza a la una menos quince. No estoy seguro de cómo, pero cuando abro los ojos, las luces del reloj son lo mismo que faros a mi lado.

Por la ventana abierta, el aire se filtra en una corriente suave y húmeda. Apenas entra a mis pulmones, se convierte en llamaradas que me consumen desde dentro. En algún punto termino por dejar de respirar.

Todo es molesto. La luz, el aire, mi respiración. Los latidos de mi corazón resuenan igual que tambores en mis oídos. ¿Cómo puede alguien ignorar eso? Conforme pasan los segundos, las sensaciones se intensifican.

Inhalo de nuevo y el fuego vuelve a expandirse en mi interior.

Me pongo en pie. A veces, si la ansiedad no es tan fuerte, caminar ayuda. El problema es que este no es uno de esos casos. Incluso el roce del piso en la planta de mis pies lo empeora. Sujeto mis manos entre sí para evitar que empiecen a moverse en desesperación.

La experiencia me basta para saber que las cosas van a ir mal.

He pasado por esto tantas veces que debería ser capaz de controlarlo. Pero es imposible. Sin importar lo que las personas digan, no hay forma de conseguirlo.

Me muevo por la habitación. Un paso, después otro. Al llegar hasta el balcón, sé que debería alejarme; la ansiedad y la depresión no son lo mismo, pero en algunas circunstancias sus resultados pueden ir de la mano. Lo otro es que el frio de la noche ayuda a menguar la sensación de angustia y ya no quiero regresar adentro.

Por tres años estos episodios se han presentado de forma aislada. En la mayoría de esas veces acompañan algún suceso trascendental, aunque en otras, como esta, parece estúpido.

Con la imagen de la pendiente que eleva esta zona de la ciudad, lucho por encontrar alguna señal sobre lo que podría haberlo desencadenado. No se trata de una pesadilla sobre ella, hace meses que no he tenido ninguna y ha pasado más desde que alguien cometió el error de mencionarla. No importa. No hay duda de que si busco lo suficiente terminaré por encontrar su presencia de alguna forma.

Siempre es así. Sofía está arraigada a mi vida y olvidarla es tan posible como detener los ataques de ansiedad. Después de todo, nunca hay efecto sin una causa.

No debería pensar en esto. No es sano, pero también es cierto que hay muchas cosas que no debería haber hecho y al final nada impidió que ocurrieran. 

Todas las respuestas son azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora