Capítulo cinco

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Algunas veces seguir sus instintos era mejor. Su madre, seguro se burlaría si lo escuchaba decir tal cosa, pero era lo cierto. Algunas veces no todo lo que pasaba a su alrededor estaba medido con suma precisión, algunas veces solamente tenía que moverse siguiendo sus instintos. Dejando que su cuerpo siguiera aquello que deseaba con toda el alma encontrar, para luego tenerlo enfrente.

En esa ocasión no fue muy diferente.

Claro que no era un hombre normal, nunca lo había sido y no había duda de que muy pocos podían decir que "sintieron" que debían cruzar la calle e ir directamente a un bar. Tampoco creía que alguno de ellos dijera que había sentido las manos temblar y su corazón latir como loco antes, incluso, de ver a la razón de sus nervios.

Él no era alguien común.

No importaba el tiempo que pasara, al parecer, pues Sebas seguía causándole la misma impresión que hace diez años. Las mariposas revoloteando en su estómago y las tremendas ganas de decir algo estúpido. Estaba seguro de que eso último lo iba a hacer no importaba cuan maduro se recordara que era ahora.

Se acercó con paso decidido, porque no importaba las veces que se dijera que era una mala idea, la realidad es que no podía dejar de pensar en el rostro desolado de Sebastián en el cementerio.

—Hola, ¿puedo sentarme? —preguntó deteniéndose justo al lado derecho del encorvado maestro.

El pueblo era lo suficiente pequeño para tener a todo mundo chismoseando sobre el otro, también estaban lo suficiente acobardados de él para decirle lo que quisiera. Sin mencionar que sentían que le debían algo por estar ayudando cuando años atrás había sido motivo casi de expulsión.

—Mmmmm no sé, creo que me pareces demasiado poli para mí —respondió la curiosa mujer que estaba al lado izquierdo de Sebas, este solo pegó la cabeza contra la barra sin decir nada.

Edward la miró de pies a cabeza, ella era hermosa de una manera bastante peculiar. Tal vez no tenía eso de la belleza "actual" -la que su madre aseguraba tenían que matarse de hambre para lograr-, pero tenía unos enormes ojos avellana que combinaban con su piel porcelana y su cabello negro. Pero sin duda lo que más llamaba la atención, pues tenía a varios hombres observándole sin mucho tacto, era su expresión seria con un ligero puchero en sus labios rosas.

Si Edward no estuviera claro sobre sus intereses sexuales, estaba seguro de que iría detrás de ella.

Sonrió.

Le alegraba ver que Sebas no estaba tan aislado en el pueblo como su fuente -una señora chismosa-, le hizo creer.

—Estoy en mí tiempo libre, señorita —explicó mirando a la pequeña fiera, quien no se había apartado en ningún momento de Sebastián, incluso cuando este parecía hacerse el que no escuchaba. Edward no podía, ni quería, dejar que el maestro lo ignorara—. Me hace falta una copa, tal vez una cerveza... estar un momento lejos de la locura de la estación y claro, tener un momento para hablar a solas con Sebastián.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados. Le tendió su mano derecha en forma de saludo, no dudo en corresponder, aunque no entendía por qué parecía estar a punto de lanzársele encima.

—Natalia Riviera —se presentó. Luego soltó su mano para acercarse demasiado a él y fulminarle con la mirada. —Ahora dejemos algo claro, agente federal...

Sebastián pegó su frente contra la barra mientras lo maldecía en voz baja. No lo suficiente baja para que no pudiera escucharle, pero se dio cuenta de que al parecer algo de lo que había dicho no le había parecido a la amiga, cuando se puso frente a él y lo apuñaló con un dedo.

INTUICIÓNDove le storie prendono vita. Scoprilo ora