ENCIERRO

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¿Existen los cuentos de hadas? ¿Esos mundos repletos de brujas feas y malvadas, hechizos, magos, príncipes azules, dragones, castillos y encantamientos? Yo creía que no, pero me equivocaba.

Esos cuentos que mi madre me contaba para dormirme cuando tenía un mes y de los que pronto me cansé, son reales. Lo que no sabía es que nada era como está relatado en los libros.

La madrastra no es mala, la bruja es hermosa y ayuda a la princesa fea, el mago es cruel y malvado, las princesas ya no quieren a un príncipe y Caperucita es la que tiene que internarse en el bosque oscuro para rescatar al lobo.

Cuando entendí esto último, todo cambió.

- ¡JACOB! – chillé, abriendo los ojos de repente.

Mi respiración iba a mil por hora y lo único que la entrecortaba era el enorme nudo que quebraba mi garganta y que ya había hecho que las lágrimas se derramasen por mi rostro.

Sin embargo, mi Jacob no estaba. Esta vez no había sido una pesadilla. Era el mundo real, la cruel y dura realidad.

Llevé mis temblorosas manos a las mejillas para secarme inútilmente esas lágrimas que no dejaban de brotar y entonces me di cuenta de que podía moverme a mi antojo. Me toqué el resto del cuerpo y la cara para comprobarlo bien. Sentía cada uno de los roces, mis manos me respondían, así como mis piernas, mis ojos, mi boca. Mi organismo volvía a ser mío.

Miré a mi alrededor, asustada y compungida, incorporándome para quedarme sentada.

Estaba en un camastro estrecho que se apoyaba en la pared, haciendo esquina, sobre una colcha de lana vieja de color gris, en una habitación pequeña y lúgubre que no tendría más de dos metros y medio de ancho por cuatro de largo. La estancia tenía una pequeña ventana en una de las paredes largas que aportaba muy poca luz y que estaba provista de una reja con unos fuertes barrotes. Debajo de la misma había una silla de madera que tenía el aspecto de ser muy antigua, al igual que el cabecero de la cama, la mesita, el armario y la puerta. Ésta abría hueco en la pared corta que seguía a la de la ventana y se notaba lo dura y pesada que era. Las paredes estaban formadas por unos bloques grandes de piedra gris.

Me sentía algo mareada y no tenía ganas de moverme, los pinchazos que aguijoneaban mi estómago y que perforaban mi corazón, junto con la desazón que me invadía, eran brutales, pero, aún así, me levanté.

Corrí hacia la puerta y tiré de la hebilla redonda que hacía las veces de pomo con todas mis fuerzas, apoyando la otra mano en la pared para conseguir más efecto, pero no había forma de abrirla. Repetí esta acción más veces, entre lágrimas de rabia y desesperación. Nada, la pesada hoja ni siquiera se movía.

- ¡Noooo! – grité, pegando puñetazos a la puerta.

No podía soportarlo, tenía que escapar de allí como fuera para llegar a Jacob.

La ventana. Tal vez pudiera salir por la ventana. Los enormes barrotes no eran un problema para mí, tenían toda la pinta de ser de hierro, y haciendo palanca con cualquier utensilio de la cama y con mi fuerza de medio vampiro seguramente podría hacer un hueco por el cual pasar.

Me aparté de la puerta y me dirigí a la ventana corriendo. Sin embargo, mi agitada respiración se transformó en llanto de nuevo cuando vi lo que había al otro lado.

La altura que me separaba del suelo era bastante grande, era la equivalente a seis pisos, y desde allí solamente se veían árboles por todas partes, una densa vegetación que lo cubría todo. Me desplacé un poco para tener visión desde otro ángulo y mis ojos se abrieron como platos.

JACOB Y NESSIE NUEVA ERA IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora