VIAJE

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El piloto anunció la inminente llegada al aeropuerto de Anchorage y todo el mundo siguió sus órdenes cuando mandó abrocharse el cinturón, puesto que iba a iniciar el descenso.

Jake y yo escogimos el asiento de la salida de emergencia, para que él tuviera más espacio, así que como el respaldo que tenía delante me quedaba algo lejos, demasiado para dejar ahí sola la peligrosa carpeta azul, la metí detrás de mi espalda.

Ya estaba obsesionada con esa dichosa carpeta, y no la soltaba ni aunque llevase una bomba dentro.

Para ir al aeropuerto, habíamos ido en el coche de Seth, acompañados por Quil y Embry. Quil fue delante, y yo me pasé el viaje espachurrada entre Jake y Embry, con la carpeta pegada a mi pecho. Todo para que llegásemos sin problemas casi hasta el mismo avión.

Ya en el aparato, la azafata se empeñó en que guardásemos el equipaje de mano en los compartimentos superiores, pero Jake la convenció para que me dejase llevar la carpeta, eso sí, ella nos instó amablemente a que la colocásemos en la redecilla del asiento de enfrente durante el despegue y el aterrizaje, aunque yo la puse en mi espalda.

Como estaba junto a la ventanilla, observé cómo el aeroplano viraba para descender hacia el aeropuerto y cómo la iluminada ciudad de Anchorage aparecía bajo nosotros, hasta que se avistó la pista de aterrizaje y la sobrevolamos; las ruedas del tren de aterrizaje rebotaron contra el suelo en el primer contacto, rodaron después en el segundo y aterrizamos sin problemas.

Nos desabrochamos los cinturones, agarré la carpeta y nos pusimos de pie para comenzar a desalojar el avión junto con el resto de pasajeros. La cabeza de Jake chocaba con el techo, así que tuvo que agacharse un poco para caber. Se me escapó una risilla, porque ya nos había pasado al subirnos al avión y ahora se repetía lo mismo. La gente lo miraba como si fuera un jugador de la NBA, sobretodo los pocos niños que había en el aparato, que lo observaban boquiabiertos, y hubo quien hasta le sacó una foto por si acaso; también me echaban alguna mirada a mí, pero, desde luego, Jake acaparó casi toda la atención. Retiró nuestra mochila del compartimento, me cogió de la mano y empezó a abrirse paso como pudo por ese estrecho pasillo para llegar a la puerta, entre las miradas curiosas y sorpresivas del resto del pasaje.

La gente lo miraría un poco sorprendida, pero yo no podía ir con la cabeza más alta por el orgullo que me producía mi novio; para mí, no había hombre más guapo, espectacular y perfecto en el universo, eso sin contar la persona tan buena y maravillosa que era.

Pasamos la puerta, con las correspondientes despedidas de las amables y pacientes azafatas, y seguimos por uno de esos pasadizos colgantes que unía el avión con el edificio del aeropuerto.

Estuvimos un rato esperando en la cinta del equipaje a que saliera nuestra maleta, y cuando lo hizo, Jake la agarró y nos dirigimos a las puertas correderas de cristal.

Jake y yo no fuimos los únicos que sonreímos de oreja a oreja, mis padres ya nos estaban esperando tras el cristal y sus impolutos y blancos rostros desplegaron esas sonrisas divinas de alegría.

En cuanto las puertas se abrieron, mis padres se abalanzaron para abrazarnos y saludarnos con efusividad, fue tan rápido, que me dio la impresión de que se les olvidó disimular y lo hicieron a su ritmo de vampiros.

- Hola, cielo – mamá me estrechó con fuerza entre sus brazos y luego me dio cincuenta mil besos, que a poco más, y me deja la cara congelada.

Mi padre hasta le dio un abrazo a Jake y todo que mi chico correspondió, eso sí, de esos cortos con palmadas en la espalda incluidas.

- Hola – le sonreí a mi madre, despegándome un poco de ella para darle un beso.

- ¿Has vuelto a crecer, o son cosas mías? – inquirió, estudiándome con la mirada para calcular cuántos milímetros más había aumentado.

JACOB Y NESSIE NUEVA ERA IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora