9 - Subte

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Dedicado a IvonneSolanGe y shamialvarez

Recorrió cada lugar. Clases. Se detuvo en la entrada del baño de mujeres. ¡Camila, Camila, Camila!, gritó. Esperaba una mínima respuesta, aunque fuese un susurro. Silencio. La imaginaba detrás de un inodoro, frágil. Ella le contestaba que él la había encontrado, pero jamás volvería a salir. Se quedaría en ese nuevo universo de olores y cañerías.

Subió al segundo piso. Aulas. Caminaba, la mano en la posición exacta para mover cada picaporte. Ansiaba abrir una puerta, cualquiera, y hallarla. Nada.

Se le ocurrió un último lado.

Bajo las escaleras, rápido.

Patio Grande.

A medida que avanzaba, veía el alrededor y le sorprendía los detalles que no se pueden advertir desde una ventana enrejada: el caucho esparcido por el pasto sintético, la pintura vieja de los arcos de futbol, unos avioncitos de papel ignorados. Subió dos escalones. Era un sector diminuto, al fondo del Patio Grande, donde en los días cálidos siempre pegaba el sol, las chicas se arrojaban en el piso y dejaban transcurrir los quince minutos de recreo. Camila tampoco estaba.

Tal vez, había tenido la valentía de huir a su rincón en el mundo. Miró hacia ambos costados, no había nadie. Deseaba ser igual a ella y arrancarse la obligación de seguir ahí. Se atrevió. La abrió sin hacer ruido, lento.

Recordaba cada momento que estuvo con Camila y lo único que permanecía en su memoria era ella en la boca del subterráneo contando sobre un guitarrista ciego y las canciones que tocaba. Terminaban en una mezcla única de ruidos y acordes imaginarios. Eran ellos dos y basta. Llegó a la esquina. Se acordó de ese dilema de calles que habían tenido y que había valido la pena haberla acompañado.

Faltaba poco. Apareció en su mente esa explicación de porqué Camila viajaba en ese transporte, teniendo otras posibilidades, y lo loca que se creía. "Le es una aventura". Paró a mitad de cuadra. Estalló en carcajadas, varias punzadas lo tiraron al suelo como si fuera participe de una pelea entre la cordura contra el anhelo de soltarse y se unieran para golpearlo. Daba vueltas y se reía más fuerte. Le dolía la panza. Se tapó la cara y poco le importaba las personas que pasaban, tenía dentro suyo la risa de su vida.

Paró. Era un idiota que volvía a razonar. Inventaba las caras que ella observaba, y era eso: inventar, ser ella, aunque fuese únicamente en los viajes.

Luego, el llanto.

—¡Camila! —exclamó Ismael. La advirtió, en el último asiento, frágil. Quizás, tenía la idea de huir en cada subte que se alejaba hacía paradas que poco importaban y se unían por un único hilo, una única razón: los recorridos. Era su refugio porque no sentía la obligación de reaccionar, podía estar quieta. Y esa era la idea: no tener la necesidad de ser algo.

—¿Qué haces acá?

—¡Te encontré!

—Fallé.

—Perdón.

—Me mentiste. Te había dicho que no fueras. Podías haber hecho otra cosa, no sé, pasar el sábado entero mirando una serie en Netflix o leyendo. Fuiste. Por una piba que ni vale la pena.

—Lo sé, ahora lo sé.

—¿Qué ganamos con que lo sepas? No puedo arrancarme el dolor. ¡ME NIEGO A OLVIDAR! Ojalá ese dolor se quedara, la vida entera, dentro mío y pudiese crearte y matarte, de cualquier forma, las veces que quiera.

VivirWhere stories live. Discover now