T2 - Capítulo III

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Eileen se levantó con el alba y rió entre dientes. Su tía, la Reina Amber, visitaría Enchantia con su familia. Aunque James era, por una notable diferencia, quien consentía más a la pequeña, Amber estaba fascinada con la hijita de su hermana menor. Muchos se lo atribuían a que ella no tenía hijas, sino un par de traviesos gemelos, poco mayores que su sobrina; los primos se llevaban de maravilla y cada vez que se reunían daban lugar a los mayores juegos y, esta vez, era el mayordomo de Tangu quien los vigilaba mientras que Baileywick se ocupaba del resto de los presentes.
Se paró de golpe y corrió a alistarse. El fiel mayordomo tocó la puerta.
—Buenos dí... —Notó la cama vacía y las sábanas en el suelo. —¿Princesa?
—Aquí estoy, Baileywick. —Salió de atrás de su biombo. Tenía una bata a los hombros sobre su camisón.
     —Lo siento, no sabía que te estabas cambiando. —Se giró para salir de la alcoba pero fue detenido por la menor al jalarle del frac.
     —Creo que me salió una marca en la espalda pero no puedo alcanzar a verla. —Extendía un espejo de mano intentando alcanzar aquel punto en su espalda, infructuosamente.
     —¿Otra? —Baileywick no sabía si alegrarse o preocuparse por la frecuencia en la que sus runas se iban marcando en su piel pero, tras haber escuchado la conversación estaba convencido que significaba que su poder crecía. Le hizo una seña para que le dejase ver y la pequeña se volteó y levantó la parte trasera de su camisón. Su espalda estaba llena de runas, casi tantas como la de su padre.
     —Ahí abajo, donde no alcanzo, me comenzó a arder durante la noche. —Una circunferencia con cuatro medios círculos, proyectados hacia afuera, en cada punto cardinal emitía una sutil fluorescencia.
     —Es...no sé, en realidad lo que sea. Lo lamento.
     Pero Eileen se bajó la ropa y corrió a su baúl por un crayón y papel. —¿Podrías dibujarlo, por favor?
     Cuando se lo entregó, ella sacó de debajo de su almohada un libro de cubierta de cuero café con un símbolo celta en la portada. Hojeó un poco buscando una coincidencia, una runa generadora de protección.
—¿Qué significa "inmunidad"? —Su pequeño dedo apuntaba a la palabra desconocida.
—Significa que algo no te puede hacer daño.
Asintió. —Dice que "confi...ere" inmunidad a ciertos tipos de magia oscura.
—Eso es bueno. —Le sonrió.
—Sí, pero pica. —Se frotó la espalda contra la pared, pero Baileywick la detuvo antes de que se hiciese daño.
—Quizás una compresa fría alivie la comezón. Será mejor que te alistes pronto, tu tía Amber llegará en cualquier minuto.
Apenas escuchó esto, corrió al armario y descolgó su túnica color hueso, una camisa de botones morada y un pantalón verde y saltó hasta su biombo. Mientras tanto, el mayordomo buscó su mascada color mostaza, la cual yacía tirada en el suelo y se la amarró en el cuello cuando salió.
—No demores tanto.

El carruaje aterrizó y de él brincaron dos pequeños príncipes de cabello castaño claro, vestidos con atuendos similares y corrieron al encuentro de su prima.
     —¡Eileen, Eileen. Debes ver lo que nos regalaron por nuestro cumpleaños! —El segundo en nacer exclamó
     Los gemelos le extendieron un par de alfombras enrolladas y amarradas con un listón dorado.
     —¡Son alfombras mágicas!
     La pequeña se paró de  puntas y les dio un abrazo. —Feliz cumpleaños, chicos.
     —¡Abuelo! —dijeron al unísono al ver al Rey Roland aproximarse.
     —Ahí están mis príncipes favoritos. Pero cómo han crecido.
     Miranda se mordió la lengua para no hacer ningún comentario sobre lo que su esposo acababa de sugerir. Después de todo, era el rey.
     Amber y Zandar descendieron del carruaje y saludaron a todos. La reina tomó a su hermana del brazo. —Oh, Sofia, tengo tanto que contarte. Llevamos sin vernos una eternidad. —Advirtió que llevaba un vestido muy cubierto y se le hizo extraño, tomando en cuenta que estaban a mitad del verano y éste era particularmente caluroso en Enchantia.
     —En efecto, hay que ponernos al día. Por qué no dejamos que los chicos se diviertan y tú y yo hablamos un rato?
     —Eso sería maravilloso. —Rió.
     Zandar saludó a su mejor amigo, y cuñado, como si nunca hubiesen dejado de verse. Ahora que era el rey de Tangu tenía demasiadas responsabilidades a su cargo y el tiempo libre no existía en su calendario, pero siempre hacía un espacio para escribir a James y relatarle cada travesura que hacían sus hijos, las cuales le recordaban a él y a James de pequeños; o para contarle cómo su hermana se había convertido en la primera reina de Tangu que no cargaba hijab y relucía siempre tiaras y coronas. Típico de Amber.
      —Asim, Alim, les tengo un regalo sorpresa. —El tío James le hizo una señal a Baileywick y éste trajo una gran caja envuelta en papel verde.
     —Muchas Gracias. —exclamó Asim, el primero en nacer.
     —Eres el mejor, tío James. —secundó, Alim.
     Tras abrir la caja descubrieron un cañón portátil, como los que solían armar Zandar y él en su infancia.
     —James, ¿les diste explosivos a los niños? —Amber se cubrió la boca.
     —No te preocupes, hermana. Tu esposo y yo los supervisaremos todo el tiempo, además, es un cañón de fuegos artificiales. —Aunque esa declaración no la tranquilizó.

El amor es la magia más poderosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora