Prólogo (Editado)

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Megan Madox tenía nueve años, y a su corta edad, ya había vivido mucho más que la mayoría de seres humanos en toda su existencia.

Estaba sentada en el sillón de su hogar contemplando la televisión, mientras que con el tenedor esparcía la comida por toda la superficie del plato. No tenía apetito, su estómago ya estaba lleno de preocupaciones. Su pequeño corazón aleteaba en el interior de su caja torácica como las alas de un colibrí asustado. Y es que justo así es como ella se sentía. Asustada, inquieta, temerosa de que de un momento a otro su padre cruzara el umbral de aquellas puertas y aniquilara en cuestión de segundos la paz de la que ella y su madre disfrutaban a duras penas.

Helen, su madre, le acariciaba el pelo con ternura, y le mostraba una sonrisa que Megan sabía de sobras no era sincera. Megan odiaba esa sonrisa, era la que su madre siempre exhibía cuando quería aparentar calma. Pero su mirada inquieta, sus constantes ir y venir a cualquier lugar de la vivienda recolocando todo en su sitio, la delataban a los ojos de su hija.

- Termínate la cena Megan, es tarde y tienes que dormir. - Dijo su madre, mientras movía por enésima vez la única figura de cristal que quedaba viva en aquella casa.

Megan desplazó la mirada hacia el viejo reloj que pendía de la pared. Era lo suficientemente mayor como para saber que aquello no era cierto, y también como para entender el nerviosismo de su madre.

Sus ojos oscuros, se desviaron sin permiso al moratón que aún decoraba el brazo de su progenitora, tenía un extraño color mezcla de verde y amarillo, y Megan aguantó las ganas de preguntarle a su madre si aún le dolía.

El movimiento que hizo su madre al bajarse la manga de la camisa, dio a entender a Megan que había sido descubierta observando la lesión. Se sintió terriblemente culpable cuando atisbó aquel destello de tristeza en la mirada de su progenitora. La había puesto triste, y ella odiaba verla así.

- Te quiero mamá. - Dijo la pequeña con la intención de borrar la aflicción de los ojos de su madre.

La mirada de Helen se dulcificó al contemplar a su hija, y una leve sonrisa asomó a sus labios. Sonrisa que se congeló en el acto.

La cancela de madera del patio retumbó, en un inconfundible sonido de que alguien acababa de llegar. Helen saltó en su asiento, y se acercó a su hija con fingida tranquilidad. Sosiego que Megan no se creyó.

- Venga Megan, es hora de dormir.

Megan no quería acostarse. Sabía que si dejaba a su madre sola con su padre empezarían las peleas, luego mamá lloraría y estaría triste durante varios días. Y ella quería impedir que aquello sucediese a toda costa.

Como la pequeña no se movía, Helen se apresuró a tomarla en sus brazos. Megan escuchó las tambaleantes pisadas de su padre que subían las escaleras del porche exterior, y sintió a través de la ropa, cómo el corazón de su madre se disparaba mientras la llevaba a pasos acelerados hasta su habitación en la planta de arriba.

- No me he lavado los dientes mamá. - Dijo Megan cuando comprobó que la intención de su madre era acostarla.

Helen la depositó sobre la cama mientras que dirigía miradas nerviosas hacia la puerta del dormitorio.

- No te preocupes mi vida, mañana te lavas los dientes dos veces por la mañana y así compensamos.

Su madre la tapó con la manta y le dio un beso rápido en la frente. Megan observó cómo las frágiles manos de su madre temblaban como la gelatina en movimiento, y ella aguantó las ganas de llorar. Odiaba ver a su mamá de aquella forma.

Su madre llegó hasta la puerta, frenó el paso unos segundos, el tiempo suficiente como para mirarla por encima del hombro y hablarle.

- Megan cariño, ¿me harás un favor? - Megan sacudió su pequeña cabecita en un gesto afirmativo. Haría cualquier cosa que su madre le pidiera si con ello conseguía borrar los surcos de preocupación que decoraban su frente. - Prométeme que cerrarás la puerta por dentro cuando yo me vaya, y que no saldrás de la habitación por nada. ¿Lo harás por mamá?

Los secretos de IZAN © EDITANDOWhere stories live. Discover now