Y vivieron felices

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Ya había pasado un año desde que Lexa partió de Mar de la Plata con rumbo incierto y, tras múltiples aventuras por todo el mundo, la joven capitana se dirigía al lugar que la vio nacer pues tenía una promesa que cumplir.

Su corazón empequeñecía a medida que se iba acercando al puerto donde hacia exactamente un año, había descendido para ver a su madre morir. En esa ocasión también llevaba por dentro el miedo a ser reconocida pues, desde su última aventura en Cartagena de Indias, su cara no era la única que cubría las calles con carteles de búsqueda, sino también la cara de su amada, convertida en forajida y sin una pizca de honor en su nombre.

Desde ese terrible día en el que Lexa lo había dado todo por perdido, tras la increíble actuación de la ahora llamada en todo el mundo "la temible sevillana" ambas se habían unido aún más si cabía. Clarke por fin se había ganado el respeto y la admiración de la tripulación, que la miraban con otros ojos desde que supieron cómo había expuesto su vida y renunciado a todo para salvar a su capitana. No se opusieron cuando Lexa decidió nombrarla su segunda de a bordo y, en caso de ella fallecer, Clarke heredaría la capitanía del Libertad.

Su amada, como siempre se encontraba a su lado sosteniendo su mano. Una promesa era una promesa y no se podía romper, además estaba convencida que pasar ese triste día junto a su padre haría bien a Lexa, mejor que pasarlo llorando en alta mar con el ron como compañía.

Lo que ninguna esperaba era la agradable sorpresa que tenía preparada el Virrey para cuando llegaran.

En casa del Virrey, un inquieto jovencito no podía estarse quieto. Llevaba esperando ese día durante meses y por fin había llegado, por fin vería a su madre, a su heroína, por fin conocería a Clarke, la mujer que había salvado la vida de su madre ganándose un lugar privilegiado en el corazón del infante.

La noticia de la última aventura de la capitana Woods había llegado a todos los rincones del nuevo mundo, por lo tanto no era un secreto ni para el Virrey ni para el joven Aden que Lexa vivía gracias a la formidable actuación de la rubia, agradeciendo ambos en su interior que Dios hubiese unido a ambas mujeres puesto que el destino las quería juntas mucho tiempo.

El jovencito no podía dejar de mirar hacia el horizonte, esperando ver llegar a su madre, sin intuir que la joven capitana había tomado un rumbo distinto y hacía ya unas horas que por tierra se dirigía a la casa que la vio nacer.

No quería levantar sospechas sobre su nave en el puerto, ni dejarse ver entre la multitud pues se había vuelto recelosa desde su último error. Junto a ella con paso decidido y todos los sentidos en alerta ante un posible ataque, se encontraba su rubia, siempre con una sonrisa en el rostro, incitándola a seguir a pesar de la dura situación que iban a enfrentar.

Cuando llegaron al caserío ambas saltaron por la parte de atrás, esperando no ser vistas por nadie pues no se fiaban ni de su sombra.

Una vez en el interior de la vivienda, con paso seguro la castaña se dirigió a los aposentos de su padre seguida por su amada de cerca cuando de pronto se cruzó con unos enormes ojos esmeralda mirándola desde el fondo del corredor. Se quedó quieta, congelada en su lugar, lo que provocó que Clarke se tropezase con ella y soltara un grito de sorpresa. Al ver que su castaña miraba hacia el fondo del pasillo como si hubiese visto un fantasma, la rubia también miró en la misma dirección, encontrándose con un muchacho que aparentaba tener no más de cinco años, un muchacho cuyo rostro le era demasiado familiar, era la viva imagen de Lexa en miniatura.

Congeladas como estatuas sin saber cómo reaccionar mirando en dirección a ese niño que no despegaba sus ojos de ellas, tan estático como las dos jóvenes al otro lado del pasillo.

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