Quiero ser libre

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A la mañana siguiente, Clarke despertó pensando que se encontraba sufriendo una de las torturas de los siete infiernos, la cabeza le iba a explotar y las nauseas y los mareos la atormentaban hasta límites insospechados.

Para colmo no recordaba nada de la noche anterior, ni cómo llegó a su camarote, ni que pudo decir en el estado en el que se encontraba. Lo último que recordaba con claridad fue haberse ahogado tras el primer sorbo de ron. Al recordar dicho brebaje sintió asco y nuevamente las arcadas, desde que se había acostumbrado a la vida en el mar no había estado tan mal como en ese momento.

Le venían a la memoria momentos en forma de recuerdos borrosos y distorsionados por culpa de su embriaguez, el más claro y a la vez más desconcertante era el recuerdo de unos ojos verdes, demasiado conocidos y un suave beso en su frente. No sabía si eso había ocurrido en verdad o había sido producto de sus sueños alterados por el alcohol que corría por sus venas.

A penas podía moverse sin que se le viniera el mundo encima, el sonido de las olas contra el casco del navío, retumbaba en sus oídos de forma ensordecedora, provocando que su cabeza quisiera estallar en mil pedazos y su humor fuese turbio. Si alguien se acercaba a ella en esos momentos sería capaz de matarlo de una sola mirada.

No entendía como la gente podía disfrutar de tomar esos brebajes que te embotan la mente y te enferman de ese modo, era masoquismo y tenía todo el sentido del mundo que estuviera prohibido. Una cosa estaba clara, no se acercaría a una botella de ron nunca más, ni aunque su vida dependiera de ello, prefería morir e ir al infierno mil veces a volver a sentirse como se estaba sintiendo en esos momentos.

De pronto tuvo miedo, miedo de que alguien se hubiese aprovechado de ella la noche anterior, miedo de que la joven capitana realmente la hubiese llevado a su camarote y, si así había sido, miedo a haberle dicho alguna estupidez que hiciera que Lexa se burlase aún más de ella, o a haberla ofendido sin querer y haberse ganado su enemistad.

Así, sumida en sus pensamientos y lamentaciones, odiándose a sí misma por haber caído en la tentación de probar ese elixir maldito y odiando ese castigo divino que le estaba martilleando la cabeza, fue como la encontró Lexa, entrando en el camarote sigilosamente para no despertarla, en una mano llevaba un cubo de madera y en la otra un cazo lleno de un brebaje asqueroso, un lavado de estómago para que la rubia lo echara todo y se sintiera mucho mejor.

Cuando Clarke se dio cuenta de que Lexa estaba ahí y la estaba observando, sus mejillas enrojecieron de vergüenza al verse en ese estado, y a la vez de ira puesto que la castaña estaba sonriendo, riéndose de ella seguramente, de ella y su desgracia.

-Toma marquesita, si te tomas esto que te he preparado echarás todo y te sentirás mejor, créeme es mano de santo, yo tuve que tomarlo muchas veces

-Huele asqueroso, ¿Qué lleva?

-Si te lo digo no te lo vas a tomar, anda confía en mí, te hará bien.

Con un suspiro de resignación, Clarke tomó el brebaje que le tendía la castaña, y arrugando la nariz lo tomó de un trago, provocando que su estómago expulsara todo cuanto tenía. Agradeció bastante tener un cubo en esos momentos e interiormente agradecía mil veces más tener a Lexa sujetándola para que no se precipitase al suelo tras los espasmos que le provocaban las arcadas. Definitivamente no volvería a tomar ron jamás en toda su vida.

Sintiéndose un poco mejor, suspiró aliviada. La cabeza aún le dolía pero no estaba tan mareada y al menos podía respirar sin sentir nauseas. Se fijó que la capitana le estaba mirando y con una débil sonrisa le susurró.

-Gracias, creí que me iba a morir.

-No es nada, la primera es la peor de todas, después ya te acostumbras.

LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora