30. Pesadilla

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El cielo teñido de rojo comenzaba lentamente a escupir la sangre que lo había intoxicado, pero no lo hacia para librarse... el cielo lo hacia como ritual de muertes.

Los gritos y llantos no cesaban, los gritos de inocentes y los llantos desesperados que querían salvarse. Miles de murmullos vueltos como un zumbido insoportable, un zumbido que revolvía las entrañas y perforaba la cabeza.

En las gradas de piedra no había ni un alma buena, ni un alma mala. No había vida en esas gradas más que aquel tirano fiel y hermoso triunfante. Causante de dolor. Causante de agonía.

Su sonrisa se ensanchaba cada vez más gozando del dolor del pobre infeliz que era flagelado en el centro de la pista, aquel infeliz que recibía millones de de latigazos pero, que aún no se decidía a expirar.

Eso molestaba tanto como excitaba de igual manera a aquel tirano.

Al tirano se unieron tres almas más. El joven amante transfigurado, participe de deshonra, el perro faldero del tirano y un juez cegado por la envidia y el pecado.

El joven amante grito.

El perro fiel se encogió cerrando los ojos abnegados en llanto..

El juez desenvainó una espada larga llena de inscripciones y sangre seca. Agito esta en el aire y con un movimiento obligo al que sufría mirase hacia ellos.

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