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| ✸ | Capítulo 3.

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Las heridas de mi hermano retrasaron nuestro regreso a la Corte Oscura. Sinéad no dejó de lado sus responsabilidades como rey: ocultó los vendajes bajo la ropa y ocupó su lugar en el trono, recibiendo a todos y enviando mensajeros hacia la Corte de Otoño para que ambos ejércitos empezaran a movilizarse; Deacon también estuvo ausente durante aquel tiempo, centrado en su papel de consejero y llevándole la información que le hacía llegar sus propios espías.

Anaheim me ayudó a recoger todas mis pertenencias y a guardarlas en baúles que mis doncellas me aseguraron que serían enviados de manera inmediata hacia la Corte Oscura; la que fue confidente de mi madre también nos acompañaría, después de mucha insistencia por mi parte, y todas sus cosas no habían tardado mucho en ser empaquetadas. Me pregunté cómo se sentiría Anaheim al respecto; había sido desterrada de aquel lugar y Deacon se lo había recordado cuando se le presentaba la oportunidad, a pesar de que había cedido en mis deseos de querer conservarla a mi lado.

Guardé uno de mis vestidos en el baúl que había encima de la cama y observé la habitación, mi habitación, que pronto quedaría vacía. Deacon había señalado nuestra partida aquella misma tarde, tras una última reunión con Sinéad y algunos de los señores que comandarían el ejército de la Corte de Invierno.

Suspiré cuando Anaheim puso su mano sobre mi hombro, a modo de silenciosa muestra de apoyo.

—Apenas quedan tres baúles, Maeve —me recordó.

Mis doncellas habían empezado a empaquetar mis cosas a la mañana siguiente del regreso de mi hermano y Deacon tras la incursión que hicieron a la Corte de Verano, y todo siguiendo órdenes del príncipe oscuro. Habían trabajado de manera concisa, logrando adelantar parte del trabajo en apenas unos días.

Bajé la tapa del baúl con cuidado, consciente de que era el último.

—No estoy preparada para marcharme —le confesé, con un nudo en la garganta—. No puedo dejar solo a mi hermano.

Me sentía responsable de Sinéad y, a pesar de los fallos que había cometido conmigo, no podía olvidar por un instante las cosas buenas que hizo por mí en el pasado, antes de que las cosas se torcieran; Robinia había resultado tener una faceta oculta, que había surgido tras su coronación. No sabía si podía confiar en ella, en dejar que ayudara a mi hermano a llevar la Corte de Invierno mientras estuviera ausente por la guerra.

Temía por Sinéad, a pesar del dolor que me había causado. Era mi única familia.

—El rey es capaz de cuidarse por sí solo —esgrimió Anaheim, quien no parecía conforme con el comportamiento de mi hermano.

Mordí mi labio inferior.

—Sé que puede hacerlo —coincidí con ella—. Pero el peso de la corona impide que escuche, la presión hace que tome malas decisiones... que se rodee de gente que no le conviene.

Una y otra vez había visto a Sinéad haciendo caso a Deacon, como un perro que sigue la correa de su amo; había permitido que el príncipe oscuro guiara sus movimientos en su beneficio, basándose en sus deseos. En sus órdenes.

Era evidente que Deacon buscaba que llegara la guerra, que se extendiera por todos los rincones del país. Los motivos que se escondían tras aquel deseo tan sangriento todavía eran un misterio para mí.

—Eres más de ayuda en la Corte Oscura que aquí —dijo Anaheim.

La miré por encima del hombro. La mujer tenía el rostro sombrío y sus ojos de color negro estaban clavados en mí; había abandonado su habitual tono rojo en las ropas por el negro, recordando a su amiga fallecida. No sabía qué sentía al encontrarnos a tan poco tiempo de nuestra marcha a la Corte Oscura, un lugar del que había sido desterrada y de la que no parecía añorar lo más mínimo.

THE DARK COURT | LAS CUATRO CORTES ✸ 3 |Onde histórias criam vida. Descubra agora