Un ataque pirata

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El destino es misterioso, impredecible. Sabe jugar bien sus cartas y disfruta desbaratando planes arduamente trazados, cambiándolos en cuestión de segundos. Todo cuanto Clarke deseaba al embarcarse en esa aventura era llegar a Cartagena de Indias y empezar de cero, lejos de la vida cortesana de Sevilla, lejos de pretendientes sin blanca y de las habladurías del populacho al ser mujer, joven y estar sola. Un poco de paz a sus días y quizá un nuevo esposo y una familia al otro lado del mundo. Mas en lugar de sus planes burgueses y acordes con la estricta educación recibida, se encontraba en su camarote, rezando todo cuanto sabía para que el navío no cayera frente a los bandidos que lo habían abordado.

Entre oraciones y letanías a cualquier santo que pudiera escucharla, Clarke recordaba el miedo que se apoderó de ella cuando vio la bandera pirata en el navío enemigo, como quedó paralizada sin saber qué hacer, recordando tantas historias sobre esos bribones del mar, que siguiendo su propia ley se apoderaban de todo cuanto querían, mataban a sangre fría y consideraban la inmensidad del océano como su propiedad, demasiados mitos y cuentos que escuchó de niña, la mantenían paralizada en su lugar mirando esa bandera como si de un sueño se tratara. El rugir de los cañones le hizo temblar, las órdenes a gritos del capitán para impedir el abordaje, todo el movimiento en cubierta para hacer todo lo posible y evitar que los piratas entraran en su barco, si conseguían penetrar en él, estaban perdidos.

Clarke, como si una estatua de mármol se tratara, no se movió hasta que el capitán ordenó que la escondieran, por su propio bien, en su camarote.

Lo último que vio antes de desaparecer en el interior del navío, fue una cabellera castaña, brillando bajo el sol volar hasta la cubierta del galeón y justo detrás de ella, unos veinte hombres armados hasta los diente. La llevaron a su camarote y en su mente un solo pensamiento, los piratas estaban entrando, podía ser el fin de su viaje, el fin de su vida. Solo le quedaba rezar y esperar que Dios se apiadase de ellos, que pudieran vencer a esos ladrones, que pudieran seguir tranquilamente su viaje, un viaje que llegaba a su fin. Ella solo deseaba despertar de esa pesadilla y llegar a Cartagena de Indias, llegar a su destino, sin saber que nunca fue ese lugar lo que la vida tenía preparado para ella. Estaba donde tenía que estar, tenía una cita con la libertad y no iba a llegar tarde, a pesar de que ignoraba completamente ese hecho.

Mientras Clarke permanecía escondida, atrapada en sus propios miedos y tradiciones precarias, en la cubierta del Galeón se llevaba a cabo una batalla cruda y violenta. La tripulación no estaba debidamente preparada pues jamás pensaron que los piratas se atreverían a atacar un navío con las insignias del rey. Llevaban todas las de perder pues la lenta actuación del vigía y su incompetencia ante esa situación, daba demasiada ventaja a sus enemigos que ya veían esa batalla ganada.

Entre risas, burlas y bailes de sables, los piratas se hicieron con la nave, apresando a los supervivientes y entre gritos y vítores aclamaban a su joven y experta capitana, quizá la única mujer reconocida como pirata hasta la época. Su destreza con la espada y su alma libertina le hicieron ganarse un hueco importante en un mundo de hombres, tenía a su tripulación en el bolsillo, el resto de sus colegas no se metían con ella, la respetaban, Woods la intrépida, Woods la libertina, Woods la alocada, tenía demasiados nombres pues sus acciones nunca dejaban indiferente, no se achantaba ante nada, ni tan siquiera ante un galeón Español. Una más de sus conquistas, una más de sus hazañas. Había logrado poner su nombre en la historia y era completamente feliz por ello.

Una vez seguros de que no quedaba nadie que les pusiese resistencia, la joven capitana ordenó desvalijar el barco, llevar todo cuanto encontraran a su pequeña embarcación. Después dejarían libres a los supervivientes y que hicieran lo que quisieran, al fin y al cabo lo único que buscaban eran los tesoros de la corona y no matar a cuatro marineros que a ella no le habían hecho nada. Ella misma puso empeño en buscar por todo el navío cualquier cosa que llamara su atención. Según su propia ley, todo era suyo pues lo había conquistado. Buscó por todos los camarotes algo que valiera la pena el esfuerzo cometido para tomar el buque cuando de pronto se encontró de frente con unos ojos claros, cargados de sorpresa y de terror.

Una enorme sonrisa nació en el rostro de la joven capitana, al ver a esa muchacha, podía verse a millas que tenía dinero, bastaba observar sus vestidos, las joyas que lucía y como tenía el pelo recogido a la última moda. Para la joven pirata era absurdo seguir esas modas que te hacen ser igual a todas las demás, mismo peinado, mismo vestido, nada propio, nada que te identifique como persona, como individuo. Su sonrisa se agrandó pues aparte de haber conseguido un botín bastante raro y preciado, sabía que se iba a divertir muchísimo sacando de quicio a esa muchacha, trastornaría todo su mundo, de eso estaba segura.

Por otro lado, Clarke se había quedado sin aliento. El pánico se apoderó de ella cuando se abrió la puerta del camarote y vio aparecer la misma melena castaña que había vislumbrado a lo lejos antes de que la metieran en su escondite. La melena pertenecía a una chica joven, quizá unos años mayor que ella pero no muchos, sus cabellos le recordaban a un amanecer, no solo por el color caoba claro sino porque eran rebeldes, descuidados y libres, llevaba un sable enfundado, ropa de hombre y un sombrero raído y gastado. Sus ojos le llamaron extremadamente la atención pues jamás había visto unos ojos así, le recordaban a ese momento en el que el mar y el cielo se unen, tenían esa mezcla de azul y verde intenso, una mirada fulminante, cargada de sueños, y sobre todo, una mirada que destilaba libertad.

Si esa mujer estaba ahí significaba que habían perdido, que los piratas habían tomado el navío, sintió mucho miedo por el cruel destino que le esperaba y mentalmente dio las gracias a Dios de que hubiese sido una mujer quien la encontrara, los hombres le daban aún más miedo. Volvió a mirarla al sentirse profundamente observada y vio que la muchacha estaba sonriendo.

Solo habían pasado unos segundos desde que había aparecido y se habían quedado mirando la una a la otra pero a Clarke le parecieron horas. Perdida en sus propios pensamientos sobre horribles destinos se sobresaltó ante la voz de la rubia, una voz cargada de ironía que la ponía furiosa. Sin duda esa muchacha sería una piedra en su zapato, no tenía duda de ello.

-Vaya, vaya, vaya... Buscando tesoros mira con lo que topé. ¿Tu nombre, condesita?

-No soy condesa, me llamo Clarke Griffin, Señora Griffin para usted.

-Encantada señora Griffin, yo soy Lexa Woods, Capitana Woods para usted.

Clarke no podía creer lo que oía, esa chiquilla no podía ser la capitana del otro navío, tenía que ser un grumete, le estaría tomando el pelo, sin duda. Era joven, era mujer, era imposible que ella fuese la ley en el navío pirata.

-Creo que conozco el apellido Griffin, por lo que he oído tenéis dinero proveniente de la seda ¿no es así?

-Sí, la seda era el negocio de mi padre y yo lo he heredado.

-¿A dónde os dirigíais señora Griffin?

-A Cartagena de Indias, ahí tengo contactos que me están esperando.

-Entonces señora Griffin, será mi invitada, yo la llevaré a Cartagena de Indias, a cambio de su vida y todas sus pertenencias.

Una vez más esa sonrisa sarcástica, esa ironía en sus palabras. No tenía alternativa, debía ir con ella o la mataría, el instinto de supervivencia la empujó a aceptar entregar sus pertenencias y embarcarse en aquel pequeño navío, irónicamente el nombre del barco pirata era "Libertad", la misma que ella estaba entregando pues, aunque la joven de ojos esmeralda le dijo que era su invitada, sabía perfectamente que era rehén de esa banda de ladrones y bandidos.

Vio alejarse el galeón a prisa, sintiéndose enferma y mareada de pronto, se agarró a un cabo para no caer cuando notó una presencia en su espalda, era otra vez la jovencita castaña, no recordaba su nombre pero la odiaba por haberla apresado. La muchacha la estaba mirando fijamente, su mirada era curiosa, parecía que quisiera leer en su rostro todo cuanto Clarke guardaba en su interior, sus ojos parecían escrutar su alma y por un momento la rubia se sintió abrumada, se sintió desnuda frente a su captora, se sintió visiblemente nerviosa.

Lexa simplemente se la quedó mirando, podía leer miedo en sus ojos, esa mujer que tenía delante era la típica chica buena que jamás hacía nada que no estuviera establecido, le causaba mucha curiosidad y a la vez sentía lástima de ella, quería consolarla de alguna manera, al fin y al cabo solo se la había llevado por el dinero que pudieran darle en Cartagena de Indias por ella, su apellido le daba un gran valor. Simplemente le dijo.

-Tranquila españolita, te devolveré pronto la libertad, te lo prometo.

Ni Clarke ni Lexa sabían en ese momento, cuán verdadera fue esa pequeña promesa.

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