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Ahora Álex le había dicho que había dudado sobre una ocasión sucedida hacía "mucho tiempo". Pero mucho tiempo era una medida relativa. Podía haber sido unos meses atrás, cuando salieron con Jorge y Migue por el Fraguel y el Giardino y acabaron teniendo que rescatar a Cheli de tres babosos y riéndose del estado etílico de algunos de sus compañeros, en parte fascinados, en parte asustados de que a ellos mismos pudieran acabar de esa manera la noche menos pensada.

Y también podía haber sido aquella extraña tarde de La boda de mi mejor amigo en la que se cogieron de la mano durante un minuto. Cuando más lo pensaba, más seguro estaba de que Álex se refería a eso. A pesar de la confianza con la que hablaban, Álex y él se tocaban muy poco. A ninguno le salía de forma natural, y Jorge vivía cada contacto con la piel de Álex como una verdadera epifanía. Y de algún modo sabía que a ella tampoco le era indiferente.

Se aferraba a ese pensamiento y su erección creció hasta hacerse completa y definitivamente dolorosa.

—¿Cuánto tiempo? —susurró—. ¿Semanas..., meses?

De pronto, Álex se levantó.

—¿Por qué no vamos al Banco de las Confesiones?

—¿Eh? —Jorge farfulló y se apretó contra el respaldo de la silla, muy consciente de que no era el mejor momento para incorporarse—. Pe-pero... ¿ahora?

—¿Por qué no?

—Pues... porque aquí estamos bien. Y tenemos que terminar las Coca-Colas.

Álex soltó un suspiro de hastío y bebió los últimos sorbos de su lata. Jorge trató desesperadamente de que sus ánimos bajaran hasta un punto más decente. Pensó en Cristina Almeida y en largos discursos de Aznar mientras Álex bajaba a tirar las Coca-Colas, y solo entonces Jorge pudo levantarse y recoger el tablero de juego para doblarlo y guardarlo en su caja. Ya se había resignado a que, en ocasiones, los juegos con Álex empezaban, pero no acababan; no podía culparla, porque escuchándola a él mismo se le iba el santo al cielo, pero resultaba un poco molesto. Nunca le había ocurrido algo parecido con Migue.

—Bueno, ¿entonces vamos a ir al final? —preguntó Álex desde el dintel de su dormitorio.

—Si te empeñas.

—Me empeño.

—Me podrías hacer al menos un avance.

—Hace mucho tiempo que esto ocurrió —repitió Álex con un bufido—. Fue antes de conocerte.

Boooom. Ahí volaban sus expectativas.

Rodeó a Álex, bajó las escaleras al trote y se encerró en el baño. Subió la tapa del váter con un golpe e intentó orinar. No lo consiguió. Estaba nervioso y enfadado. Álex no tenía la culpa, aunque no podía evitar pensar que hacía esas cosas para molestarle, para evitar hablar de lo que realmente le obsesionaba.

Un repiqueteo en la puerta le sacó de sus pensamientos.

—¿Te importa? —gruñó.

—¿Estás bien? —le llegó la voz de Álex a través de la pared.

—Muy bien, pero ahora estoy ocupado.

—Pero me has dejado sola de pronto y con la palabra en la boca. ¿Qué bicho te ha picado?

Jorge suspiró.

—¿Me puedes dejar un momento?

Álex no contestó, pero tampoco se movió ni un centímetro de su posición delante de la puerta del baño. Jorge maldijo para sí y se puso a contar los azulejos del techo. Estar con los pantalones desabrochados y saber que la chica que te gusta está a dos metros de ti, separada por una puerta tan fina que escuchará cada gota que repiquetee contra la loza del váter, era algo para cortarle la meada a cualquiera. Se concentró y logró expulsar un fino hilillo que rápidamente se convirtió en un chorro difícil de controlar. La erección aún no había terminado de bajarle del todo.

Cuando terminó, limpió los alrededores con papel higiénico y tiró de la cadena un par de veces. Aprovechó para calmarse un poco. Hasta ahora siempre había tenido una relación extraña con el pasado de Álex. Lo consideraba irrelevante; lo importante era lo que sucedía ahora entre ella y él.

Sin embargo, tenía claro que Álex había sido una chica precoz, incluso a pesar de sus reservas con el sexo. No era que hubiese echado más curvas que otras chicas de su clase (de hecho, por desgracia, había echado menos curvas que otras con cuyos cuerpos Jorge a veces fantaseaba), pero para ella nunca había existido la misma división entre niño y adolescente que para Jorge. Él había sido poco más que una planta hasta los once años, cuando le bajaron los testículos y de pronto su mente se llenó de imágenes de Madonna desnuda. Pero tenía la sensación de que, de algún modo, cuando él todavía estaba enfrascado en sus muñecos de Playmobil y en coleccionar MicroMachines, las chicas de su edad —entre las que se incluía Álex— estaban pensando en novios e incluso en algo parecido a follar. En eso Álex no había sido nunca la excepción.

Aquello le intimidaba un poco.

Pero, para ser sinceros, también le excitaba un poco.

Y, mientras se lavaba las manos, decidió abrir el pestillo de la puerta. Álex, apoyada en la pared de fuera, asomó por el hueco su rostro alargado. Tenía un amago de una sonrisa en la cara, como si la situación le divirtiera. O eso, o estaba viendo visiones.

—¿Por qué no puedes hablar mientras haces pis?

—Porque no es normal, Álex.

—Pues todas las chicas lo hacen. En el instituto, Cheli siempre me sigue hablando cuando va al váter. Tiene la capacidad de no cortar la conversación ni por un instante, al margen del... acompañamiento musical.

—Tú lo has dicho; será una cosa de chicas. —Jorge se secó con la toalla e intentó apartar de su mente todas las imágenes turbadoras que Álex, una vez más, insertaba en ella de forma despreocupada.

—Vamos, anda. —Álex le puso una mano en el hombro.

Jorge no se la sacudió. Avanzó, deseando que la mano siguiera sobre él cuanto más tiempo mejor, en dirección al perchero.

Para siempre (Un pavo rosa: Entreactos) (Jorge/Álex)Where stories live. Discover now