-Sí, ya me di cuenta de que estás consciente. -Dijo con una sonrisa.

-No sé por qué lo hizo. Discúlpame, está loca realmente. Podrías estar haciendo algo importante y ella te interrumpió de esa forma.

-Nada es más importante que tú. -Besó su frente.

-Bueno, ya que estás aquí, quería invitarte a... No sé, dar una vuelta por allí. ¿Sabes? Haré un intercambio de regalos con Kate, ¿Quisieras acompañarme a comprar el regalo? -Preguntó lentamente, sabía que aquello de ir de compras sería algo realmente ridículo para un hombre tan importante como él.

-Claro, bella. ¿Ahora mismo?

-Si puedes, claro.

-Cuando tú quieras. -Le acarició la mejilla.

-Vale, voy a arreglarme y salimos, ¿Te parece?

-Como quieras, yo espero.

Anastasia le dio un beso fugaz, para después desaparecer por el pasillo. Se cambió rápidamente de ropa, colocándose un vestido morado, era realmente sencillo, de esos que se usan para salir por allí. Se abotonaba por toda la parte del frente, y en la cintura tenía una especie de cinturón que servía solo de decoración. Se colocó unas zapatillas bajas que hacían juego con el vestido, como era costumbre, soltó sus rizos y se colocó solo un ligero rubor y un ligero brillo. Tomó su cartera y fue a la sala.

-Ya estoy lista, vida.

Tras soltar un pequeño silbido, Christian se acercó lentamente a ella, agarrándola de la cintura.

-Qué guapa está usted hoy, madame.

-Gracias, Monsieur. ¿Nos vamos?

-Después de usted.

**

Estaban ya dando una vuelta por el centro comercial, Anastasia había optado por comprarle una nueva billetera a Kate, junto con la saga de "Flores en el ático", pues sabía que su hermana amaba aquellos libros y aún no los conseguía. Si bien había tenido que buscarlos por todo Seattle, al final los había encontrado y esperaba que le gustase su regalo. Durante todo ese tiempo Christian había estado acompañarla sin poner un solo pero.

-Mira qué cosita tan hermosa. -Anastasia se colocó en cuclillas y observó a través del vidrio a la perrita que estaba en exhibición. Ella amaba los perros, estaba segura de que esa era una pekinés. -Hola, cosita. -Saludó desde el otro lado del vidrio, la perrita comenzó a mover la cola, colocándose en dos patas. -Mírala, Nene. -Giró la cabeza, mirando a Christian durante unos segundos. -Qué hermosa. Ay, cosita.

-No sabía que te gustaban los perros.

-Hay muchas cosas que no sabes de mí. -Le dijo, pensando en todos los secretos que ocultaba, los secretos de su pasado, secretos que... Lamentablemente no podría decirle a Christian. Nunca. -Qué cosa tan hermosa. -Siguió viendo a la perra. Christian se colocó en cuclillas, quedando al lado de Anastasia. -Recuerdo que en varias ocasiones, para navidad, pedía una perrita. -Le contó ella, que seguía con la mano en el vidrio, mientras la perra seguía moviendo la cola.

- ¿Y te lo dieron?

-Nunca. -Susurró. Desde siempre sus navidades habían sido pésimas, bueno, las primeras navidades, hasta los cinco años, habían sido... Buenas, o eso indicaban las fotos. Después las cosas fueron empeorando. Su padre odiaba la navidad y se encargaba de dañárselas a ella y a su mamá. Y cuando ya su madre había fallecido, las navidades para ella habían acabado, tenía que ver cómo en enero sus compañeros presumían sus regalos magníficos, mientras que a ella no le daban absolutamente nada.

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now