É L | D a r y l D i x o n

8.6K 319 94
                                    


Narrado en 1° persona.

   —Sigue caminando, Kiaralys —la voz de Carl se escuchó lejana, y el pitido que constantemente acechaba mi sistema auditivo comenzó de nuevo a sonar—. Vamos, Kia, más rápido.

Unos dedos largos tomaron mi brazo derecho y tiraron de él hacia delante, y durante unos segundos mis rodillas temblaron del cansancio. Las gotas de sudor resbalaron por los costados de mi rostro, y el sol quemó mi vista cuando intenté centrar mis ojos en el grupo. Estaba tan agotada y cansada que temía caer en cualquier momento, y estaba agradecida de que Carl por ahora no lo permitiera. Él estaba siempre ahí para mí, y no dudaba de que yo le importaba. Porque él se preocupaba por mí, lo hacía aún cuando mostraba ese rostro impasible y frío.

  —Carl... —conseguí susurrar con esfuerzo, llamando su atención—. Sabes que te quiero, ¿verdad?

   —¿Kia?, ¿estás bien? —me apoyé en su brazo, buscando estabilizar mis torpes pasos—. Mierda, Kiaralys, estás ardiendo en fiebre.

Unos dedos fríos tomaron mi frente, mas no me molesté porque sabía que se trataba de mi compañero.

   —Carl, ¿tú alguna vez has... has sentido frío? —él frunció el ceño, apretando los labios—. No ese tipo de frío pasajero que se quita con un abrigo, Grimes. Hablo de ese escalofrío que sientes cuando estás ardiendo, ese tipo de frío que te deja temblando aún cuando estás abrigada, todavía con unos paños en la frente sientes que no puedes parar de sufrir escalofríos y temblores. No puedes detenerlo. No puedes parar porque tu cuerpo enfermo no te lo permite, aunque supliques por mantenerte bien. Aunque reces en silencio para que todo pare y puedas descansar por fin... ¿Lo has sentido, Carl? ¿Lo sientes como yo?

Cerré los párpados durante unos milisegundos, sin querer quitar mi vista de su rostro. Estaba tan desconcertado y confundido como yo, pues ni siquiera entendía la razón de mi pregunta. O quizá sí, porque sentía frío y calor al mismo tiempo, y no sabía si eso era bueno.

   —Estás ardiendo en fiebre y dices incoherencias, maldita sea, ¿quieres sentarte un poco? —preguntó, sacudiendo mi mejilla para que abriera los ojos.

   —Sigamos.

Él bufó, mas no dijo nada mientras seguíamos detrás del grupo. No podíamos parar si queríamos llegar a un lugar seguro, y estaba oscureciendo. No sonaba tan loco si me negaba a descansar por mi estado en estos momentos. Mis pasos se oían arrastrados, como si estuviera a punto de desfallecer, y mis tobillos se tambaleaban constantemente mientras me sostenía del brazo derecho de Carl. Él me miraba de reojo, con unas pupilas calculadoras y heladas, pero se mantenía callado. Porque ambos sabíamos lo que me sucedía, y aunque yo me negaba a aceptar que estaba perdiendo mi fuerza, él parecía que me apoyaba hasta que finalmente lo hiciera.

   —¡Hay una cabaña!

Todos siguieron el grito de Carol, y cuando entramos no perdí el tiempo para sentarme en la esquina más alejada. Ellos se acomodaron tan bien y tan cerca, que no resistí el impulso de intentar escapar de allí. No lo hice hasta que todos estuvieron descansando, y sabiendo que Rick estaba haciendo guardia, salí con cuidado hasta que lo vi apoyado contra un árbol. No me acerqué. No lo hice porque no podría aguantar las ganas de contarle todo. Y con un arma y una sola bala, corrí sigilosamente hasta perderlo de vista.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos y mi dolor que no le di importancia a las lágrimas que corrían de manera torrencial por mis mejillas, y caí en la cuenta de que ellos habían sido mi familia y yo los había dejado sin despedirme. Pero no podía arriesgarme, no sabiendo que a la mañana siguiente podría despertar sin conocimientos de mi vida pasada y sin ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor. No podía porque ellos estarían allí y podría hacerles daño. Porque por más hipócrita que suene, sé que les dolería verme de esa forma. Dios santo, estaba allí, en medio de un bosque con un arma y no podía dejar de pensar en ellos. En él. Quería llevar el arma hacia arriba y posarla sobre mi sien, disparar de una vez y alejar todo mi sufrimiento para siempre. Pero me sentía desolada. Me sentía una cobarde porque estaba yéndome sin despedirme.

𝗢𝗡𝗘 𝗦𝗛𝗢𝗧 | 𝗱𝗮𝗿𝘆𝗹 𝗱𝗶𝘅𝗼𝗻Where stories live. Discover now