Capitulo IX

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IX

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IX

Creo que Enero y Febrero fueron demasiado fríos para que lográramos hacer algo de provecho o de mención, Socorrito y yo incluso tuvimos que suspender nuestros maratones diarios debido a que correr por ahí suponía helarte los pulmones y exponerte a que se te congelara un dedo. 14 de Febrero pasó casi desapercibido porque hubo tal helada que nadie fue a la secundaria, incluso yo que tenía un historial impecable me quede debajo de las sabanas y mi madre ni siquiera notó que seguía ahí cuando se fue, ya muy tarde, a trabajar.

En Marzo la temperatura empezó a subir, pero fue hasta Abril que hizo su entrada una boba primavera que aún nos obligaba a llevar suéteres. Todos nos vimos como si acabáramos de reinventarnos por esos días, muchos de los alumnos se habían puesto en engorda durante el invierno y hacían desesperados esfuerzos por esconderse en sus sudaderas mientras iniciaban una rigurosa dieta de emergencia, otros nos veíamos pálidos por la falta de sol y nuestra piel estaba reseca como las víboras que cambian de piel.

Arturo había crecido otro poco y nuestra diferencia de estaturas empezaba a ser insultante, yo me había quedado a un paso de ser considerada un enano o algún gnomo del bosque, él en cambio parecía que fuese a ir a jugar con algún equipo de basketball, Socorrito tenía una buena altura, ni muy alta ni muy pequeña, me sacaba unos cuantos centímetros, pero esos centímetros eran toda una diferencia cuando había una chica insultándonos y yo era poco menos que un perro chihuahua muy culto.

De todas maneras el frío también acallaba las disputas y habíamos pasado un invierno más o menos tranquilo en cuanto a riñas se refiere, no que Socorrito no hubiera buscado las cosquillas a alguna chica de vez en cuando. Por aquel entonces solíamos comprar un chocolate caliente cada quien y los tres nos íbamos a sentar atrás del foro intentando calentarnos las manos, nuestras conversaciones dependían de la persona que estaba hablando, si era yo les contaba alguna impactante escena bíblica, que en ese entonces me dio por escuchar a un testigo de Jehová que quería cambiar el corazón de mi madre y siempre me encontraba solo a mí en casa, si era Arturo el que hablaba nos la veíamos con chistes ridículos, bromas masculinas y uno que otro comentario insípido y sin sentido, si era Socorrito la que hablaba nos dábamos un buen atasco de chismorreos y planes frívolos para las horas inmediatas. En los últimos tiempos y a fuerza de estar tan juntos Socorrito había acabado por escuchar a Arturo, solo para burlarse de él o reñirlo por idiota, aunque en alguna que otra ocasión la observe sonreír ante sus bromas infantiles, aquello era bastante porque fuera de mí nadie podía hacerla reírse.

Las clases iban viento en popa para mí, desastrosas para Arturo y regulares para Socorrito, el maestro Ocampo ya no nos tenía tanto tiempo en la banca y Socorrito subió sus estándares de popularidad un paso más cuando se le declaró un chico frente a todo el mundo en los honores a la bandera del lunes, por supuesto el chico fue castigado una semana y para colmo Socorrito le dijo que no, pero el mal ya estaba hecho, no había una sola persona en la secundaria que no supiera quién era ella.

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