Capitulo V

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V

Como he dicho antes mi tío corrió con todos los gastos de mi educación desde que salí de la primaria, en el país se suponía que la educación era laica, gratuita y obligatoria hasta la secundaria, pero ninguno de los tres puntos se cumplía cabalmente.

Para estar en la secundaria debías pagar una cuota y comprar los libros, la mayoría de la gente no tenía para tanto así que era un hecho común que los libros pasaran de generación en generación y de mano en mano. Arturo tenía el libro de Introducción a la física y química en tan lamentable aspecto que daba trabajo pensar que se trataba efectivamente de un libro, no tenía pastas y en lugar de eso lo había metido de cualquier manera dentro de dos carpetas tamaño oficio que había pegado con cinta, cada que abría el libro se le escapaban las paginas.

Arturo pensaba que si tenías libros bonitos era más probable que fueras inteligente, así que daba por hecho que no podía llegar muy lejos con sus libros de lastima, a veces se dejaba todos los libros en casa y compartíamos el mío en clase, lo poníamos a la mitad y juntábamos hombro con hombro para poder leer.

Ningún maestro le ponía demasiada atención a Arturo, todos parecían darse cuenta de que sus capacidades eran limitadas y no le exigían nunca demasiado. Un día el profesor Rito me dijo que mi amigo sólo estaba allí para llevar una juventud más o menos normal, que por eso lo pasaban de año, dijo que él nunca podría ser alguien en la vida, su cerebro no funcionaba correctamente.

Aunque el profesor Rito era mi favorito sentí mucha rabia cuando dijo aquello, observaba a mi amigo deletreando con sus labios gruesos y aquellos ojos chispeantes y no podía creer que tanto esfuerzo no lo llevara a nada. Arturo era fiel como el más sumiso de los perros. Por lo general no había mucho contacto físico entre nosotros, pero en las extrañas ocasiones en las que le acomodaba un mechón de cabello o le enderezaba el cuello torcido de la playera él cerraba los ojos y se mantenía quieto, como un animalito que espera paciente a que lo mimen.

En el pasado siempre había sentido que Socorrito y yo nos consolábamos mutuamente, pero tener a Arturo era cuidar de alguien, fue un sentimiento nuevo. Nunca había sentido que pudiera ser más fuerte que otra persona, pero decididamente era más fuerte que Arturo, pudiera ser que él me sujetara por los codos y me levantara por encima de su cabeza, también era cierto que podía brincar por la ventana apoyándose en una sola mano y otras peripecias por el estilo, pero cuando llegaba la hora de la clase él era mío por entero, sus manos morenas se apoyaban con suavidad sobre las hojas de mis libros y me miraba de reojo cada dos por tres. Arturo dependía por completo de mí para poder copiar los dictados, para indicarle los puntos importantes de un resumen, para estudiar pacientemente las guías de examen.

Más que un amigo Arturo fue mi oportunidad de sentir que era necesaria, que mi existencia hasta ese momento tan simple era de utilidad para alguien. Es probable que los demás no entendieran mi afán de ayudarlo, quizás era yo quien necesitaba de él, no lo sé. El caso es que antes de darme cuenta habíamos creado una rutina que pocas veces se alteraba. Yo llegaba a la secundaria todos los días un poco antes de las siete con Socorrito, acomodaba la mochila bajo el pupitre y colocaba el libro de español abierto sobre la mesa, Arturo llegaba corriendo, casi siempre ganándole la entrada al profesor por un par de segundos, se sentaba jadeando a mi lado con su imperturbable sonrisa.

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