CAPITULO 31: Douglas

8.1K 541 16
                                    

Estaba en shock. No podía modular palabra, y ni siquiera quiso comer luego de leer la carta. Nunca pensé tampoco que él se atreviera a hacer algo así. Decían que el cielo jamás castigaba, pero si daba lecciones de vida que superaban cualquier otra cosa. Dios le hizo ver a ese pobre hombre, el remordimiento y la mala conciencia por lo que hizo. Tomó la decisión como último recurso.

Yo tampoco le insistí en que comiera, o que no le diera tanta importancia. Después de todo ellos habían tenido su tiempo juntos, y aunque él no la hubiera querido como hubiese sido lo justo. Ella si lo había hecho y le dolía lo ocurrido.

La miré de camino al hogar, contemplaba la carretera y le daba vueltas a sus dedos en el regazo, con la mano derecha aun vendada. Parecía triste y tenía motivos. Enterarse de la muerte de alguien conocido o muy familiar no era bueno, y menos si había fallecido en circunstancias tan traumáticas. Tomó el teléfono del salpicadero del auto y comenzó a marcar con frenesí.

—Tengo que llamarlos—susurró. La detuve.

—No. Recuerda lo que decía la nota, Roger te pidió no hacerlo. Sé que deseas saber que tal están y darles tu sentido pésame. Pero no es lo que ellos quisieran. Intentan olvidar la muerte de su hijo y el que los llames solo servirá para recordarles lo que perdieron—asintió apagando el móvil y volviendo a guardarlo en su bolso.

—Sé que no debo ser la mejor compañía ahora—sonrió tomando mi mano. La entrelacé con la mía, y dejándolas en su regazo.

Ya no se tensaba como antes, estaba más tranquila y menos tímida que antes, y eso se debía lo de la noche anterior. Había estado fantástica. A pesar de sus temores, se armó de todo el valor que pudo y lo consiguió. Conocí por fin a la auténtica Dulce María, a la mujer tierna y dulce, pero tambien a la mujer apasionada y sensual que era, y que llevaba ocultándolo durante años. 

Cuando la pobre cayó dormida, y completamente exhausta, yo me quedé contemplándola por horas, respirando al mismo tiempo que ella, viendo sus pestañas rozar las mejillas, los labios entreabiertos y la nariz llena de pecas diminutas. Era hermosísima por dentro y por fuera, y aunque ella no se daba cuenta antes, ahora lo empezaba a descubrir y salía de su caparazón.

—Llegamos—detuve el auto en la entrada y bajé con ella nada más apagar el motor.

Dos de los abuelos estaban sentados afuera de la casa, platicando y jugando una partida de damas, Nada más verla se pusieron de pie para saludarla. Eran los que ella llamaba el señor Patricio, y la señora Esther.

— ¡Dudi!—gritaron ambos, abrazándola.

Ella toda ternura los abrazó a los dos sonriente y besándolos en la coronilla. Le limpió al señor Patricio un hilillo de saliva que tenía en la barbilla, con un pañuelo.

— ¿Cómo han estado? Veo que muy bien. Patu has hecho por fin una amiga—el asintió señalándole tambien el juego de damas.

—Nos encanta jugar a las damas Dudi, Patricio sabe muy bien hacerlo y me enseñó. Ahora cada mañana antes del almuerzo, nos sentamos un rato a jugar—ella me llamó con la mirada y extendió su mano hacia mí.

—Cuanto me alegra—me miró a mí— ¿Lo recuerdan? Es el nieto de Adelaida—ambos asintieron y me abrazaron sin ninguna vergüenza.

—Hola muchacho—el señor me dirigió una sonrisa un poco desdentada.

—Qué alegría verte de nuevo Douglas—me tomó las manos la abuela.

—A ustedes igual, que bufanda tan bonita señora Esther—ella sonrió.

—Se la dio su hijo, la que tengo en mi cuarto tambien me la regaló a mí a petición de ella— le froté el brazo— ¿Dónde están mis padres y los demás?—

CON EL CORAZÓNМесто, где живут истории. Откройте их для себя