Caos

17.3K 1K 107
  • Dedicado a Jesús Enrique González
                                    

La tormenta era cada vez mayor. A través de la ventanilla podía observar los rayos que iluminaban el horizonte oscurecido; y a continuación, los truenos. Cada vez que escuchaba ese maldito estruendo, daba un bote en el asiento. No podía dejar de pensar en Gropius, en lo que podría haberle sucedido. Lo único que esperaba es que hubiese podido escapar de las garras de esos engendros. Solo había pasado con él un par de horas, pero me parecía conocerlo de toda la vida. Y no podía pasar por alto el hecho de que había arriesgado su vida, no solo por mí, sino por toda la humanidad. Aun hoy pienso que el doctor Gropius fue el hombre más valiente que he conocido en toda mi vida.

Durante el camino intenté encender la radio, pero había dejado de funcionar. Necesitaba saber lo que estaba sucediendo, ya que en mi interior sentía una opresión, una sensación de peligro inminente. Quizá era ese cielo tan negro que se mostraba ante mí, quizá el frío que calaba mis huesos.

A medida que me acercaba a la M-30 la situación era todavía peor. Por mi lado pasaron un par de coches de policía a toda velocidad, con las sirenas retumbando por entre los goterones de la lluvia. En cambio, los coches, motos y camiones de los civiles, se encontraban detenidos. Golpeé el volante, maldiciendo por lo bajo. Ahora tan solo podía ver, a través de la insistente lluvia que ocultaba casi el frente, unos cuantos coches ante mí. Supuse que la cola se extendía metros y metros más adelante. Pero no tenía otra opción si quería encontrar a Abbalon.

Apagué el motor y sin dudarlo más, salí del coche. La lluvia me empezó a golpear con una fuerza tremenda por todo el cuerpo. Avancé sin mirar atrás, con las llaves del coche en mi mano, apresándolas con intensidad por si tenía que escapar de allí en cualquier momento. A pesar de que yo tenía la vista fija en el frente para poder descubrir hacia dónde iba, notaba un sinfín de miradas clavadas en mí. Supongo que los ocupantes de los coches se preguntarían quién era ese loco que caminaba por la carretera con semejante tormenta.

Uno de los rayos pareció caer muy cerca. Cuando el trueno retumbó en el ambiente, me detuve en seco. Casi me ahogaba con aquel mar que el cielo soltaba. ¿Era eso a lo que el doctor Gropius se refería? ¿Abbalon quería ahogarnos con un diluvio universal? ¿Era yo un Noé moderno?

Al cabo de unos cinco minutos divisé a lo lejos las luces de la policía. Algunas personas habían salido de sus coches protegidos por paraguas. En un momento dado pasé por un coche cuya mujer había salido para saber de lo ocurrido. Llevaba de la mano a un niño de unos seis o siete años. Me detuve ante ellos con el corazón palpitando a mil por hora. Supongo que me quedé mirando al chiquillo durante demasiado tiempo y con una cara extraña, puesto que cuando la mujer se dio cuenta de que yo estaba allí, lo cogió y ambos se metieron en el coche, mientras ella me lanzaba miradas asustadas.

Intenté disculparme con un gesto, pero no me hizo caso. Estoy seguro de que le parecí un loco, y quizá si yo mismo me hubiese podido ver, habría pensado lo mismo. Me limpié la lluvia de los ojos. Estaba empezando a disminuir, pero aun así, la tormenta era devastadora. Continué con mi avance, hasta que pude distinguir a unos cuantos policías que gritaban y hacían aspavientos con las manos. Al cabo de unos segundos comprendí que era a mí a quién llamaban. Uno de ellos, de mediana edad y calvo, se acercó a mí con un paraguas enorme.

            —Disculpe, señor, no puede avanzar más.

            Me detuve ante él, observando el oscuro paraguas que se me antojaba un gran cuervo. Meneé la cabeza con incredulidad. Había llegado hasta allí para encontrar a Abbalon.

            —Necesito pasar. Tengo que ver —anuncié, con voz temblorosa. En realidad era yo el que me agitaba como una hoja. Estaba empapado y congelado.

            —¿Es usted familiar de alguna de las víctimas? —preguntó el hombre.

            Una pequeña brecha se abrió en mi cabeza, iluminándomela. Inmediatamente asentí con la cabeza.

El bebéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora