El inicio de la batalla

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  • Dedicado a Ariadna Rose
                                    

Salimos del Centro Cultural con el corazón palpitando en nuestros pechos. El doctor Gropius me agarró del brazo y me detuvo.

—¿Ha venido usted con coche?

Negué con la cabeza. Él asintió y se dirigió a uno de los guardaespaldas. Entonces me hizo una señal para que lo acompañara.

—Llegaremos antes en coche. Además, hace unos años, durante una lucha contra un demonio, tuve un accidente y la pierna se me resiente cuando hago esfuerzos.

Lo miré de reojo para que no se diera cuenta. Las dudas me sobrevenían de nuevo. ¿Realmente este señor podía ayudarme a vencer al que una vez fue mi hijo? En cuanto llegamos al coche, ambos guardaespaldas se situaron en los asientos delanteros, mientras que nosotros nos deslizamos al de atrás.

—¿Adónde tenemos que ir? —preguntó el que conducía.

Le dije la dirección y le expliqué un poco el recorrido. En cuanto arrancó, el doctor Gropius se arrimó a mí y empezó a hablarme en voz baja.

—Dígame su nombre.

—Samuel —respondí.

—De acuerdo, Samuel, a partir de ahora voy a tutearte.

Asentí con la cabeza, observando los vivos ojos de aquel hombre. Yo, sin embargo, no iba a poder hacerlo porque me inspiraba demasiado respeto.

—Luchar contra un demonio no es fácil —me dijo, con una sonrisa ladeada—. Y mucho menos lo es vencerlos.

—¿Se ha enfrentado a muchos? —le pregunté, movido por la curiosidad.

Gropius dirigió la mirada al frente y se quedó pensativo. Al cabo de unos segundos, contestó:

—A los suficientes —se rascó la barbilla mientras volvía la cabeza hacia mí de nuevo—. Por lo que me has dicho, tú ya lo conoces. No obstante, no sabes todo sobre él. Déjame decirte que, una vez nos enfrentemos a él, no habrá escapatoria: o viviremos o moriremos.

Se quedó callado durante un minuto, aunque a mí se me antojó eterno. No sabía qué responder, así que permanecí en mi asiento sin mover ni un pelo.

—¿Estás seguro de que quieres formar parte de esto?

Tardé unos segundos en responder porque tenía la boca seca.

—Por supuesto.

Gropius volvió a sonreír, y a continuación apoyó una mano sobre las mías, las cuales tenía cruzadas en el regazo. La suya estaba helada, casi como si fuese un muerto.

—Debo avisarte de que Abbalon es uno de los demonios más poderosos. Su presencia en la tierra es la causa de muchas muertes. Por él hemos vivido guerras y hemos sufrido la destrucción de numerosos pueblos.

—Lo sé, él mismo me lo dijo.

—Cuando Abbalon sepa que nos hemos convertido en su principal enemigo, tratará de hacernos sufrir todo lo posible —me dio un apretón en la mano—. Tienes que estar preparado, Samuel, y no sé si verdaderamente lo estás.

—¡Claro que sí! Mató a mi mujer. Lo que más ansío es acabar con él.

—Este demonio conoce la naturaleza humana a la perfección. Sabe todo lo que nos enoja o nos hace sufrir, conoce nuestros puntos débiles —sus ojos se me clavaron en lo más profundo del alma, y sentí que el corazón se me encogía en el pecho—. Y tú tienes uno muy grande: la venganza. Debes dejarla atrás. Si la guardas en tu alma, Abbalon la tomará y conseguirá hacer de ella una de sus armas para usarla contra ti.

El bebéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora