Bajo la misma estrella

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Todos enmudecieron al instante, como si la anciana que acababa de traspasar el umbral de la puerta se hubiera adueñado de todas las palabras. Era obvio que la señora Molina estaba disfrutando enormemente detoda la atención que estaba recibiendo, como si creyera que se la merecía. Con paso lento y tembloroso se empezó a acercar al señor Garrido. 

Aguie, con el ceño fruncido y una mueca de disgusto, la observaba con desprecio y ganas de echarla a patadas del edificio. Ella no tenía derecho a estar allí­ y arruinar su último día en ''Bibliopea''. Llevada por el mismo impulso frenético que le hizo pintar las paredes de la casa de la anciana, la niña avanzó un paso. Sin embargo, una huesuda mano sostuvo su hombro. Lina miró a la niña con tanta intensidad que no necesitaba verbalizar lo que transmitía. No era el momento, ahora no.

La niña no comprendía nada. Era mala, ¿verdad? Habí­a hecho daño, provocado lágrimas y destrozado corazones ¿Por qué no podí­a irse? ¿Por qué Lina miraba la escena con tanta intensidad, esperando algo? Incluso notó como Miguel cogí­a su temblorosa manita para retenerla. La rubita miró a su amigo con tanto desconcierto que él sólo pudo sonreí­r con cierta tristeza. Vocalizó lentamente la única palabra que ella necesitaba oí­r. 

''Familia''.

La anciana se paró a un escaso metro del señor Garrido, que parecí­a estar viendo a un fantasma. Todos podían notar como unas lágrimas cristalinas se empezaron a formar en sus ojos, las cuales no tardaron mucho en bañar sus mejillas. Con los ojos como platos y los labios entreabiertos, caminó un par de pasos hacia la anciana. Los dos se miraron sin apenas parpadear, como si tuvieran que recuperar muchos años de miradas. 

-He vuelto antes del ocaso.- dijo la señora Molina con una voz tan dulce y suave como su sonrisa. 

El señor Garrido carraspeó, intentando ocultar un sollozo.

-Has tardado mucho.- contestó él, como un niño pequeño indefenso apunto de desmoronarse.

-Sabía que me estarí­as esperando de todas maneras.- dijo ella con una sonrisa culpable.

No pudo resistirlo más, el señor Garrido, intentando refrenar sus impulsos, la abrazó. Ella no lo esperaba, sus labios agrietados dejaron escapar un suspiro de sorpresa. Con lentitud, correspondió al abrazo del señor Garrido y se permitió el lujo de dejar defingir durante el tiempo suficiente para dejar escapar una lágrima. 

Él la querí­a a ella, mucho más de lo que podía llegar a querer a cualquier otra persona. Pero ella no sentía el mismo tipo de amor apasionado que él, era sólo alguien más en una larga lista de personas que parecían perder el sentido con ella. Tení­a a su alrededor un aura que atraía a cualquier persona y la atrapaba, nublando sus sentidos, dispuesta a no dejarlos ir. Ella deseaba con todas sus fuerzas poder corresponderlos, pero parecía que le faltaba un pequeño trozo de corazón para poder amar de forma tan arrolladora. Por eso lloraba, abrazada al hombre que jamás dejaría de adorarla. 

Con delicadeza, la señora Molina se separó del agarre de su primo. Miró sus ojos, profundos por todo que habí­an tenido que ver y aguantar. Intentó mantenerse fuerte y sonrió con dulzura.

-Sólo he venido a despedirme, creo que nunca tuve la oportunidad de hacerlo correctamente.- dijo ella con delicadeza.

El señor Garrido tragó saliva, dispuesto a ser liberado, por fin, de la carga que había soportado su maltratada espalda durante tantos años. 

-Para mí­ ya ha anochecido.- dijo la anciana con cierta tristeza.- Adiós. 

Con paso vacilante, depositó un trémulo beso en la mejilla del señor Garrido, tan ligero como una mariposa. Después, volvió a sonreír, aliviada de poder haber saldado su última deuda. 

BibliopeaWhere stories live. Discover now