Los Cofres del Saber (Capítulos 4 y 5)

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            El tormento que la vapuleó durante sus años de fuga lo volvió a golpear con fiereza, como si su mente se hubiera sumido en un laberinto de angustias del que le era imposible salir. En un rincón apartado seguía viendo a Sara dentro del taxi, hablando con el conductor. Escuchaba la conversación en susurros que iban subiendo de intensidad a medida que la amenaza se iba haciendo real. Ignacio percibió la mirada de aquellos ojos negros en cerebro del taxista y supo que el hombre de las escaleras estaba dentro de él, que era el medio para localizar a su presa y que Sara estaba en peligro.

            Luchó acérrimamente entre sus dos visiones: la desesperación y Sara, su pasado y su presente, la culpa y la necesidad de ayudar a su amiga. Cuando Sara bajó del taxi Ignacio salió del hotel con pasos largos y rápidos. Sentía la amenaza sobre Sara. Las imágenes del pasado lo bombardeaban sin piedad, se colaban por los recovecos de su razón, le ametrallaban la determinación de auxiliar a Sara.

            El hotel estaba a tres calles del lugar de la cita con su amiga del alma. En su interior sentía los embistes de los ojos negros como si varios puñales afilados le estuvieran agujereando el cráneo. Le costaba andar, correr, avanzar. Pero la determinación lo empujaba hacia delante, recorriendo las calles a gran velocidad, acercándose a Sara.

           Vio el puño moverse a cámara lenta. Sintió el dolor en la mandíbula de Sara, la sangre brotar de las encías golpeadas y del labio hinchado. El cuerpo de su amiga salió disparado hacia un lado por culpa de la inercia y él escuchó el susurro del viento acompañando la caída. Giró en la última bocacalle a gran velocidad, con un dolor agudo en la cabeza que intentaba obligarlo a detenerse. Pero su fuerza interior lo ayudó a seguir corriendo hacia Sara y un encapuchado que la amenazaba con toda su postura y su cuerpo, alguien que al ver que Ignacio se acercaba desapareció en la negrura de la noche.

                                                                                      5

         En casa de Sara el hombre misterioso que amenazaba a la joven con la mirada seguía quieto en el rellano de las escaleras. Las sombras de la noche escondían su físico, sólo se entreveía una silueta alta, delgada, con largos cabellos lacios que caían al lado del rostro de manera un tanto descuidada. Su postura era estática, casi pétrea, como si fuera una escultura. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, con las manos abiertas a ambos lados de las mejillas, unas manos que desafiaban la oscuridad con su palidez extrema, sus largos y finos dedos, las uñas cuidadas y un poco crecidas. Sus ojos negros relucían como si fueran dos faros iluminando la noche con un brillo especial.

       En la mente del hombre se leían los años de aprendizaje, sus múltiples crímenes en pos de la búsqueda de los cofres, de la sabiduría que escondían, del poder que de ellos emanaba para la persona que lograra dominar sus secretos. Y él era esa persona, el único capaz de desafiar los obstáculos que se presentaran en el camino, con un férreo control de las emociones y una clara determinación.

       Se llamaba Vladimir, un hombre procedente de las legendarias tierras de Transilvania, del lugar donde los mitos hablaban de vampiros, del Conde Drácula, de Vlad el Empalador, de sangre, de los hombres adoradores de la oscuridad, moradores de las sombras. Él odiaba la luz, el día, el sol y adoraba la noche, la luna, los instantes en los que su figura quedaba relegada a la invisibilidad y sólo sus ojos poderosos lograban caminar tranquilos por las sendas de la maldad.

            Los cofres que buscaba aparecieron en el origen de los tiempos, cuando cuatro niños nacieron con una evolución genética que los adelantaba a su época y les concedía unos poderes infinitos. Eran dos hombres y dos mujeres pertenecientes a cuatro familias, capaces de dominar los cuatro elementos, de hablar con la mente, de volar con los pensamientos, de mover objetos sin tocarlos, de encender el fuego sin utensilios, de trasportarse de un lugar a otro, de recibir imágenes inconexas del devenir de los tiempos, de poseer a otros con la mirada, de entrar en sus mentes, de leer sus pensamientos…

         Sus ojos seguían brillando en la oscuridad, buscando a Sara en la lejanía, escrutando las profundidades de la ciudad para localizar a la única persona que posía el secreto del último cofre, un cofre que contenía el retazo de información que le falta para completar su transformación.

             Vladymir dedicó su vida a la búsqueda de los cofres para absorber su sabiduría. Quería convertirse en un hombre poderoso, uno capaz de dominar el devenir de la humanidad, igual que hicieron sus antepasados  miles de años atrás. En sus constantes viajes por el mundo encontró tres cofres y logró desarrollar una parte importante de su cerebro dormido, pero si no lograba hacerse con el último la evolución de su mente nunca llegará a ser total.

            Era un hombre sangriento, oscuro, sin sentimientos. Para arrebatar los cofres a sus guardianes mató, engañó y destrozó muchas vidas. Sentía el poder dentro de él, estaba convencido de su superioridad ante los demás y de que el destino lo había designado como el único merecedor de encontrar todos los cofres.

            Por eso había intentado durante dos meses llegar a la mente de Sara a través de sus poderes, drogándola y utilizando todos los medios a su alcance para conocer los secretos de la joven. Pero había algo que le impedía su cometido, una fuerza desconocida que emanaba del mismo cerebro de Sara, como si bloqueara conscientemente sus intentos de profanarlo.

        Úrsula le servía a sus intereses de una manera fiel y despiadada. Era una alma gemela, una persona sin escrúpulos a la que podía manipular con facilidad. La encontró de joven, en un bar de mala muerte en Transilvania cercano de su hogar. Al leer su mente descubrió que era una descendiente muy lejana de una de las familias de guardianes, una que ya hacía años que abandonó Rumania para instalarse en otro lugar de Europa.

          Jamás le iba a contar a su amante el verdadero alcance de sus actos, pero la joven le servía con astucia, así que se alió con ella y entre los dos habían perpetrado un plan que los acercaría a Ignacio. Úrsula viajó a Barcelona y se convirtió en la presentadora de un programa del corazón donde Ignacio fue uno de los invitados.

            Lo que no preveyeron fue que Ignacio muriera envenenado con las drogas que le suministraban para descifrar su mente y encontrar el cofre. Era como si los componentes de esa familia hubieran desarrollado algo extraño que impedía a Vladymir llegar al fondo de sus secretos. Por eso se habían pasado los últimos meses intentando que Sara hablara, probando con distintas substancias, drogándola para debilitar unas defensas que Vladymir no encontró antes en los guardianes. Tenía en su poder la carta que Jaime le entregó a su hija en su lecho de muerte, sabía que en esas palabras se hallaba la clave para encontrar el cofre, pero no podía descifrarla sin la colaboración de la chica.

          Esa noche, mientras Sara escapaba de la casa, Vladymir sintió esa fuga e intentó por todos los medios a su alcance impedirla. Pero la joven poseía algo que la ayudó a evitar sus embistes y logró salir al exterior. Tras un rastreo de las mentes de los alrededores, Vladymir logró entrar en la del taxista que la recogió y escuchar cuál era su destino. Por eso no le costó nada dominar la mente de un muchacho que estaba en el barrio gótico de Barcelona, que se encapuchara y que se preparara para apresarla. Lo obligó a esconderse hasta que llegara el taxi, a lanzarle el puñetazo.

         Cuando apareció Ignacio algo bloqueó la señal de Vladymir, fue como si sintiera unas interferencias en su interior y un sonido agudo le perforara el cráneo. El muchacho encapuchado, al ver a Sara en el suelo y a Ignacio acercándose a él, se fue corriendo, desapareció sin entender qué le había pasado y Vladymir se quedó en las escaleras, con una ira irrefrenable apresándole, con la certeza de haber perdido el rastro de Sara. 

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