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—¿Cuándo murió tu madre?
—Durante mi último año de instituto. En aquella época yo ya
estaba viviendo con mi padre en Selinsgrove. Ella vivía en San Luis.
—Lo siento.
—Gracias. —Julia abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero se quedó callada.
—No pasa nada —susurró él—. Puedes decir lo que quieras.
La animó con la mirada y, por un momento, Julia se olvidó de lo
que quería decir. Pero se obligó a concentrarse.
—Iba a decir que si alguna vez necesitas hablar con alguien...
sobre Grace... Quiero decir que... sé que Rachel va a volver pronto a
Filadelfia y... bueno, yo seguiré aquí. No será muy profesional, pero
bueno, eso.
Evitó mirarlo a los ojos y Zayn  notó que se estaba tensando
otra vez, como si esperara que pasara algo horrible.
«¿Qué le he hecho a esta pobre criatura? Está aterrorizada.
Tiene miedo de que empiece a gritarle en medio de toda esta gente.»
Sabía que se había ganado a pulso su desconfianza, así que
optó por colmarla de amabilidad... al menos hasta que la canción
terminase y volvieran a asumir sus roles profesionales. Entonces
seguiría siendo amable, pero distante.
—Julianne, mírame. No tengo ninguna regla en contra de que la
gente me mire a los ojos.
Ella levantó la vista, no muy convencida.
—Es una oferta muy generosa. Gracias. No me gusta hablar de
ciertas cosas, pero lo tendré en cuenta. —Sonrió y, esa vez, mantuvo
la sonrisa—. Posees amabilidad y caridad, dos de las principales
virtudes. De hecho, estoy seguro de que posees las siete.
«Especialmente, la castidad», pensaron los dos a la vez. «Y él
cree que la castidad es algo digno de burla», pensó Julia.
—Nunca había bailado así con nadie —confesó, melancólica.
—Pues me alegro de ser el primero —replicó él, apretándole la
mano cariñosamente.
Julia se quedó inmóvil.
—Julianne, ¿qué te pasa?
Los ojos de ella se nublaron y la piel se le enfrió rápidamente. El
rubor que se había extendido por sus mejillas un par de minutos antes
desapareció por completo, dejándole la piel más que blanca,
translúcida, como papel de arroz. Tenía la vista clavada en algún lugar
lejos de allí. Cuando Zayn le apretó el trasero, fue como si no lo
notara.
Cuando salió de aquella especie de trance, él trató de hacerla
hablar, pero estaba demasiado alterada para ello. Zayn  no tenía ni
idea de qué le había pasado, por lo que optó por ser prudente y le
pidió a Rachel con un gesto que la acompañara al baño de señoras. Luego se acercó a la barra y encargó un whisky doble, que se bebió
antes de que regresaran.
En ese momento tomó una decisión: era hora de volver a casa.
Era obvio que la señorita Mitchell no se encontraba bien y El Vestíbulo
no era un lugar adecuado para ella en ninguna circunstancia.
Sabía que en algún momento de la noche los hombres se
emborracharían y tendrían las manos demasiado largas y las mujeres
se emborracharían también y se pondrían cachondas. No quería
exponer a su hermana ni a la virginal señorita Mitchell a cualquiera de
esos tipos de comportamiento. Así que pagó la cuenta y le pidió a
Ethan que les consiguiera dos taxis. Pensaba darle una buena propina
al taxista de la señorita Mitchell para que dejara a ésta en la puerta de
su casa y esperara hasta que estuviera a salvo en el interior.
Pero por desgracia para él, Rachel tenía sus propios planes.
—¡Buenas noches, Julia! Te veo luego en casa, Zayn. Gracias
por acompañarla a casa —dijo, entrando en uno de los taxis, cerrando
la puerta de golpe y alargándole un billete de veinte dólares al taxista
para que arrancara antes de que su hermano pudiera preguntarle
nada.
Era obvio que estaba tratando de lanzarlos al uno en brazos del
otro. Sin embargo, era menos probable que Rachel se encontrara con
algún indeseable en el vestíbulo del edificio Manulife, donde siempre
había un vigilante de guardia, que la señorita Mitchell en la avenida
Madison. Así que no pudo enfadarse demasiado con ella.
Ayudó a Julia a entrar en el otro taxi antes de entrar él. Cuando
se detuvieron delante de su bloque de pisos, le indicó al taxista que lo
esperara. La acompañó hasta la puerta y aguardó mientras ella
buscaba las llaves. Por supuesto, se le cayeron al suelo, porque
seguía alterada por lo que había pasado en el club. Zayn las recogió
y abrió. Al devolvérselas, le acarició la mano con un dedo y se la
quedó mirando con expresión enigmática.
Julia inspiró hondo y empezó a hablarles a sus zapatos negros
—que eran un poco demasiado lujosos y brillantes incluso para
Zayn—, porque no podía decir lo que tenía que decir mirando
aquellos ojos preciosos pero tan fríos.
—Profesor Malik, quiero darle las gracias por abrirme las
puertas y por bailar conmigo. Estoy segura de que se ha sentido mal
por tener que comportarse así con una estudiante. Sé que sólo tolera
mi presencia porque Rachel está aquí y que, cuando se marche, todo
volverá a la normalidad entre nosotros. Prometo que no le diré nada a nadie. Se me da muy bien guardar secretos.
»Voy a solicitar un cambio de director de proyecto. Sé que
piensa que no soy demasiado brillante y que si no pidió el cambio fue
porque sintió lástima al ver mi apartamento. Es evidente que piensa
que no estoy a su altura y que le resulta muy duro tener que tratar con
una estudiante virgen y tonta. Así que, adiós.
Con el corazón encogido, se volvió para entrar en el edificio.
—¿Has terminado? —preguntó él, barrándole el paso.
Julia alzó la vista, temblando al oír la dureza en su voz.
—Tú has dicho lo que querías decir. Creo que las leyes de la
cortesía me otorgan el derecho de réplica. —Se apartó de la puerta y
se la quedó mirando fijamente, con furia reprimida—. Te abro las
puertas porque es así como se trata a las damas, y tú, señorita
Mitchell, eres una dama. Sé que yo no siempre me comporto como un
caballero, aunque Grace intentó inculcármelo.
»Rachel es una chica muy dulce, pero demasiado sentimental. Si
por ella fuera, estaría recitando sonetos bajo tu ventana, como un
adolescente. Así que vamos a dejar a mi hermana fuera de todo esto,
¿de acuerdo?
»Por lo que a ti respecta, si Grace te adoptó como me adoptó a
mí, quiere decir que vio en ti algo muy especial. Ella tenía un modo
muy particular de curar a la gente, gracias al amor. Por desgracia, en
tu caso, igual que en el mío, probablemente llegó demasiado tarde.
Julia levantó la vista al oír esas últimas palabras. Habría querido
preguntarle a qué se refería, pero no se atrevió.
—Te he pedido que bailaras conmigo porque me apetecía estar
contigo. Tienes una mente brillante y una personalidad encantadora.
Si quieres otro director, no me opondré, pero francamente, me
decepcionas. No creía que fueras de las que se rinden ante la primera
dificultad.
»Y si piensas que hago cosas por lástima es que no me
conoces. Soy un cabrón egoísta y egocéntrico que no suele darse
cuenta de los problemas de la gente que lo rodea. ¡Maldito sea tu
discurso, maldita sea tu baja autoestima y maldito sea el curso de
especialización! —resopló, tratando de no perder la compostura—. Tu
virginidad no es algo de lo que debas avergonzarte y, desde luego, no
es asunto mío. Sólo quería hacerte sonreír y...
Se calló y le acarició la barbilla. Luego le levantó la cara con
delicadeza hasta que sus ojos se encontraron.
Se inclinó hacia ella hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de distancia. Estaban tan cerca que Julia podía notar su
aliento en la cara.
«Whisky escocés y licor de menta.»
Los dos aspiraron, empapándose del aliento del otro. Ella cerró
los ojos y se humedeció el labio inferior, esperando.
—Facilis descensus Averni —susurró él y sus palabras agoreras
y premonitorias golpearon a Julia en el alma—. Qué fácil es descender
al infierno.
Enderezando la espalda, le soltó la barbilla y se dirigió al taxi,
cerrando la puerta con un golpe seco.
Julia abrió los ojos y vio que el coche se alejaba. Las piernas le
temblaban tanto que tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.

They Don't Know About Us🔷Zaylena (Español)Where stories live. Discover now