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Pasada la media noche aquellos extraños sueños se repetían una y otra vez dentro de mi cabeza

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Pasada la media noche aquellos extraños sueños se repetían una y otra vez dentro de mi cabeza. Algunos, en sí, eran sueños, otros eran fatídicos recuerdos (o pesadillas) que de alguna manera me atormetaban a pesar de los años.

Tomaba pastillas porque según Stephan, mi psiquiatra, me ayudaría a bloquear esos delirios y/o despojarlos de mi mente; y es que eso quería, lo deseaba como a nadie.

Pero no había funcionado, ¡las malditas pastillas solo me daban cólera! ¡Dammit!

Aquella tarde había llegado del museo que quedaba a cinco cuadras de mi hogar, recuerdo haberme sentido mal durante algunos minutos mientras contemplaba lo que era el fósil de un supuesto dinosaurio. Supuse que no se trataba de nada más que estrés, que el hecho de haber descuartizado a ese pequeño roedor me había abrumado.

Pero, ¡joder! Era parte de los efectos secundarios que me traerían esas píldoras, lo supe después de haberle comentado mis molestias a Stephan.

"Es normal Adler, el dolor en tu cabeza es solo una de las muchas consecuencias que faltan por desencadenar debido a las pastillas. Míra el lado bueno, al menos controlas tus emociones...". Interceptó mientras que con su mano cicatrizada rascaba su rodilla izquierda de manera consecutiva, casi como un tic.

Admito que tal vez mi coraje se extendió demasiado, que no supe controlar, justamente, mis emociones; después de todo ya había tirado a la basura todo mi progreso al insultarlo luego de su comentario. Sin embargo, a mis 19 años no podía pensar bien, y menos bajo presión, porque de nada vale que un hombre que te recuerda a tu mayor error sea tu consejero.

Y eso lo descubrí luego que mi mente se librara de cualquier tétrico pensamiento, luego que mi ceguera desapareciera como la neblina al salir el sol.

Pero fue inútil, me di cuenta que estuve equívoco cuando terminé de interceptar el lapicero de color negro —con el que alguna vez escribió la receta de mis medicamentos— en su nuca y la sangre ajena recorría mi brazo izquierdo siguiendo las marcas de mis venas que se habían marcado por la fuerza ejercida.

Al fin y al cabo ya había perdido la cordura, ¿cómo pretendía que la recuperara?

Al fin y al cabo ya había perdido la cordura, ¿cómo pretendía que la recuperara?

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Delirio ©Where stories live. Discover now