El embrujo de aquella mujer seguía hechizándome. No era capaz de articular palabra y, sin embargo, cuando ella me hacía una pregunta, casi instintivamente mi boca contestaba.

- Por supuesto, claro, señora Lincoln. No se preocupe –balbuceé.

- ¿Estás seguro, hijo? –Grace nos miraba alternativamente, saltando de su amiga a mí.

Temía que al hablar volvieran a atascarse las palabras en mi garganta así que asentí con la cabeza y prácticamente huí de allí dejándolas solas. Corrí lo más rápido que pude buscando refugio escaleras arriba en mi habitación, cerré la puerta y me apoyé sobre ella. Cerré los ojos tratando de apaciguar mi respiración. ¿Pero qué era eso que acababa de pasar? La señora Lincoln me había tocado, había bailado conmigo, y todavía podía sentir en las palmas de las manos un hormigueo. Sin ningún aspaviento, sin ningún ruido, había hecho conmigo algo que ni siquiera Grace había intentado en todos estos años. Me había tocado sin permiso, y yo no me había resistido al control silencioso que había ejercido sobre mí.

Una parte de mí se alegraba de que hubiera terminado aquel larguísimo vals pero otra añoraba de una forma extraña el alivio que había sentido al no tener que tomar ninguna decisión más allá de seguir las instrucciones que ella me dictaba. Por primera vez me había enfrentado al contacto físico de una manera que me resultaba fácil y natural.

Abrí unos centímetros la puerta intentando no hacer ruido para descubrir si aún estaban en la casa Grace y la señora Lincoln, pero no escuché nada. Me asomé a la ventana y entonces las vi, saliendo por el camino de grava en dirección al coche, y se marcharon. Mi corazón latía a mil por hora, sentía un sudor frío recorriendo mi espalda, de arriba abajo. Tenía los labios secos y una sensación de ansiedad en el estómago que me era totalmente nueva. Instintivamente me llevé la mano a los pantalones, entre las piernas para aliviar la presión. Estaba completamente empalmado. De pronto a la incertidumbre del episodio que acaba de pasar se unió la vergüenza, el miedo a que la señora Lincoln se hubiera dado cuenta de que estaba excitado. No sabía exactamente cuándo me había empalmado ni era capaz de recordar lo cerca que había estado mi cuerpo del suyo. Pero sabía que, si estaba como en ese momento, tanto la señora Lincoln como Grace lo habrían visto. Una oleada de rubor me recorrió, y supe que no había otra manera de aliviarme que masturbarme.

Pasé el resto de la tarde encerrado en mi habitación, sentado frente a la ventana viendo cómo el viento movía mi nuevo barco suavemente sobre las aguas de tranquilo lago. Desde mi posición dominaba el final del sendero de grava que conducía a la carretera pero no la verja de la puerta principal, y esperaba ver entrar el coche de Grace, a ser posible, con la señora Lincoln a su lado. Pero cuando el sonido metálico del mecanismo que accionaba la puerta me advirtió de que alguien entraba y me asomé, sólo vi a mi madre dentro del auto.

Grace no mencionó lo ocurrido al regresar para cenar, pero estaba rara. O tal vez estaba raro yo y quise verlo en ella también. Julianna había preparado jamón de pavo con salsa de grosellas y una crema fría de puerros. Hablamos de mi nuevo barco durante toda la cena, los dos solos. Le conté a Grace lo suave que era al navegar, lo ligero de su casco, y lo bien que se me daba enrollar y desenrollar la vela. En el campamento nos habían enseñado lo importante que era mantener limpias y libres de sal las embarcaciones y sus aparejos, y a mí me encantaba quedarme a aclarar con la manguera los barcos cuando los otros chicos se iban corriendo a bañar. Grace parecía contenta y relajada, y muy orgullosa de mí.

- Estás muy locuaz esta noche hijo. Hace tiempo que no me contabas tantas cosas.

- Es que estoy muy ilusionado con la barca Grace. Muchas gracias –mentí.

Aquella noche hablé sin parar porque tenía miedo de dejar un silencio que Grace pudiera llenar con preguntas acerca de lo que había pasado esa misma tarde con la señora Robinson. Mi madre sabía perfectamente que nunca dejaba que nadie pusiera una mano sobre mí, excepto Mia, y mucho menos que me abrazaran. Grace había sido quien más se había preocupado por intentar que yo tuviera una vida normal que incluía, por supuesto, que el contacto físico fuera una parte más de ella. Pero nunca había tenido éxito.

El origen de GreyWhere stories live. Discover now