Sombra 30

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Le he estado dando clases de matemáticas a Amanda. Un día ha llegado llorando porque le ha ido mal en examen.

Pero inmediatamente luego de decirlo, me ha confesado que está enamorada de mí.

Me quedo congelado al escuchar sus palabras. ¿Qué hago?

Ella me mira, como esperando una respuesta, una reacción, algo.

Lo que, por supuesto, me inhibe aún mucho más.

Una mezcla de sentimientos sobrevuelan en mi interior.

Me halaga, me molesta, me confunde.

No siento que pueda enamorarme de ella. De verdad que no.

Pero de repente siento que tengo el poder de manipularla, de hacer con ella lo que yo desee. Y que ella lo permitiría.

Y ese pensamiento me genera una extraña excitación.

Me pongo absolutamente colorado y voy al baño.

Me observo en el espejo. Pero no veo mi cara reflejada, sino que percibo la sombra que habita dentro de mí.

Cuando regreso al salón, Amanda se ha ido.

Ha dejado una nota.

“No quería molestarte. Solo que por un momento he sentido que podía ser verdad que a ti te pasara algo parecido. Lo he pensado por la forma en que me miras.

Lo siento si he sido molesta.”

Me quedo con su nota en las manos.

También siento algo de culpa por esos sentimientos que ella siente y yo no.

Y una vez más sentir eso me provoca una extraña excitación.

Trato de olvidarlo.

Ella deja de venir a las clases y todo va mejor.

Los primeros días, estoy nervioso. Miro la puerta imaginando que ella podría entrar en cualquier momento.

Con el transcurrir del tiempo, esa sensación se va calmando.

Sin embargo lo que permanece es ese extraño deseo que experimento cuando pienso en que podría hacer con ella lo que quisiera.

Ninguno de los chicos de mi edad podría sentir una cosa así. Mucho menos, entenderla.

Decididamente mi pasado me ha jodido. Ya no tengo remedio.

Experimento sensaciones que están fuera de mi control y eso no me gusta.

En el último tiempo he trabajado en poder controlar las situaciones. Y, en especial, en controlar lo que sucede en mi interior.

De a poco, todo funciona mejor.

Disciplino mis sentimientos y sensaciones. Y con eso consigo exteriorizarlas solo cuando quiero.

Por otra parte, esto me ayuda a controlar la situación en el colegio.

En los últimos días hay un chico que se puso un poco molesto y ha empezado a provocarme. Trato de no involucrarme en sus juegos.

Una tarde Grace me cita en su estudio porque quiere hablar conmigo.

Me siento frente a ella, expectante. Me intriga que tendrá para decirme, ya que últimamente todo está muy tranquilo.

“Tienes cara de preocupado, Christian. No todas son malas noticias. ¿O crees que sí?”, me dice con una sonrisa.

Niego con la cabeza pero, en el fondo, es claro que si ella me citado ahí para hablar es porque algo está sucediendo.

“Estoy contenta por cómo te has comportado en las últimas semanas” dice seria.

Escuchar esas palabras me da una esperanza de saber que las cosas están bastante bien.

“Quiero decirte que si todo sigue bien intentaré convencer a Carrick de la idea del campamento. Creo que te mereces una oportunidad de disfrutar de las vacaciones sin presión.”

Ahora que lo dice, me doy cuenta de que es cierto. Me hace bien escucharla.

Estoy todo el día presionado por las miradas de los otros, tratando de complacer y saber lo que ellos quieren.

Grace sabe entender a todos. Eso es lo más maravilloso de ella.

Sería fantástico evitarme el campamento.

Le agradezco mucho. No soy muy efusivo, pero ella sabe que es verdad lo que digo.

Elliot viene y cuando ve que estamos juntos se retira, sin decir palabras.

La relación con Elliot se ha roto. No sé si podremos volver a reconstruirla.

Hay cosas que llevan tiempo y dedicación. Y yo, mientras no me moleste, no tengo ningún interés en generar contacto entre nosotros.

Es evidente que no me quiere y que no se interesa por mí. Con eso me basta.

Llega la anteúltima semana de clases. Todo marcha muy bien. Se rumorea que ya me sacarán el castigo. Y que ya no hay riesgo de que me expulsen.

Todo va demasiado tranquilo para ser verdad.

Un martes salgo del colegio como todos los días. Veo un grupo de chicos reunidos y escucho una chica que parece estar llorando.

Me acerco.

Hay un grupo de chicos que están molestando a Amanda.

Ella llora y dice que la dejen tranquila. Pero ellos no le hacen caso y se ríen.

Voy hacia ellos sin pensarlo. Me lleva un impulso.

“Ella está diciendo que la dejen tranquila, ¿no han escuchado?”, les digo con una voz firme que desconocía en mí.

“Cuidado, llegó el novio a defenderla”, dice uno de ellos en tono desafiante.

La impotencia me ciega.

No pienso en consecuencias, no puedo medirlas ahora.

Logro escuchar que Amanda grita: “No, Christian!”.

Pero antes de que termine de pronunciar mi nombre ya le he dado el primer puñetazo al estúpido.

Nos trenzamos en una pelea descomunal.

Toda la furia contenida durante meses sale de mí.

Finalmente logran separarnos.

El chico se va con la nariz sangrando y me grita amenazante: “Ya verás, Grey, este es tu fin. No podrás sobrevivir a esto”.

Amanda intenta asistirme. No estoy tan golpeado.

La echo, le digo que por favor se vaya, que me deje solo.

Ella se va llorando.

Doy muchas vueltas antes de volver a casa.

No sé qué pasará cuando regrese.

Sin embargo, me siento bien por dentro. Hay algo que me dice que he hecho lo correcto.

El origen de GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora