Sombra 38

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El final de aquel verano estuvo marcado por la cordialidad en casa. Después de los últimos meses del curso en los que me habían castigado, expulsado de la escuela, me había metido en mil y una peleas, y había agotado la paciencia de todos los que me querían –salvo Grace, por supuesto- la llegada del otoño vino y se fue como si fuera sobre una balsa de aceite. Elliot, Mia y yo pasábamos las mañanas en el lago, navegando. Grace y Carrick nos dieron permiso para ir los tres solos, el aprendizaje del campamento de mis hermanos dio sus frutos y no necesitamos más al monitor para que nos acompañase.

Los días se iban haciendo poco a poco más cortos, las mañanas y las tardes más frescas. Los árboles del jardín fueron tiñéndose primero de amarillo, de rojo después, y al llegar octubre habían perdido casi todos sus hojas. Guardamos el “Grace” hasta nuevo aviso, y nos preparamos para el curso nuevo. Las actividades estivales fueron dejando poco a poco de ocupar nuestro tiempo y el de nuestros padres, entre ellas, y para mi desgracia, las cenas de los miércoles.

Desde que Elliot y Mia habían vuelto del campamento Grace no había querido llevarme de nuevo con ella a las reuniones con sus amigos. Tal vez pensó que ya no era necesario que fuera con ella, ahora que mis hermanos estaban también en casa. Lo que ella no podía imaginarse era que, por primera vez en meses, era yo el que quería ir. Ahora me imaginaba cómo serían esas cenas, sobre todo las que tenían lugar en casa de la señora Lincoln. Y ansiaba volver a ellas. Sin saber muy bien cómo hacerlo, la ocasión se me presentó sola. Una tarde Grace me llamó a su despacho, quería hablar conmigo. Esa noche Mia y Elliot tenían una fiesta de despedida del verano con sus amigos del campamento. Al parecer iban todos juntos a hacer una regata de despedida y ha comer pescado a la parrilla después en el club náutico. Como yo no había ido al campamento, Grace suponía que no querría ir, aunque por supuesto, si quería, al ser ellos miembros del club no habría ningún problema.

- Si no quieres ir querido, no hay ningún problema. Pero no me gustaría dejarte solo en casa y esta noche tu padre y yo tenemos la cena semanal de los amigos. Salimos para casa de Elena en un par de horas.

El corazón me dio un vuelco.

- ¿Elena?

- Sí, la señora Lincoln. Hoy la cena es en su casa. Pero no te sientas obligado a venir. No me importa nada quedarme contigo esta noche. Podemos ver una película y comer palomitas, ¿te apetece? ¡Incluso podemos inaugurar la temporada de chimenea?

Vi el cielo abierto. Hacía más de un mes que la señora Lincoln no pasaba por nuestra casa. De hecho, no había vuelto a verla desde el episodio del baile en el salón. Y desde aquella tarde ni un solo día había dejado de pensar en ella. En los volantes de su falda, en el calor de su piel, en su voz susurrándome enérgica pasos de baile.

- Puedo ir con vosotros Grace, está bien.

- ¿Seguro que no prefieres que nos quedemos aquí? ¿Ni ir al club náutico? Podrías presumir de barco.

- Seguro que no. Allí no pinto nada, no he ido al campamento así que no conozco a ninguno de los chicos que irán. Prefiero ir con vosotros, si te parece bien.

- Por supuesto, cariño. Arréglate entonces, salimos en media hora. Date una ducha y ponte algo abrigado, está refrescando mucho.

- De acuerdo. Gracias por no obligarme a ir al club, Grace.

- De nada Christian. Sabes que nunca te obligaría a nada.

Con el corazón a punto de salírseme del pecho subía mi habitación a ducharme. Una mezcla de ansiedad, miedo y nervios me confundían los sentidos. Cuando media hora más tarde escuché a Carrick decirle a Grace que iba a sacar el coche y que nos esperaba en el sendero, salí volando escaleras abajo. Mia estaba en el salón. Con una gorra y una camiseta azul a juego.

El origen de GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora