-¡Hace un tiempo que no te veía por acá, chico!

Midoriya miró hacia la izquierda y se encontró con un viejo conocido. Se acercó hasta él con una gran sonrisa.

-¡Señor Sekijirou! ¿Cómo ha estado?

El hombre al que le habló era un antiguo compañero de trabajo, mucho más grande que él, tanto en tamaño como en edad. Él trabajaba directamente en las calderas de la estación y en las de cada tren, además se encargaba de mantenerlas o arreglarlas de tanto en tanto.

El señor Sekijirou extendió su mano hasta Midoriya, quien dudoso, lo hizo también. Como era de esperar, el gran hombre apretó la mano del joven hasta que le pidió por favor que le soltara.

-Esta vez has aguantado más. ¡Cómo se nota que has crecido! -dijo para luego reír con mucho ánimo.

Por su lado, Midoriya sonreía algo preocupado mientras se sobaba la mano. Sekijirou nunca había sido bueno para contenerse.

-¿Y qué te trae por aquí, chico? Pensé que te habían trasladado definitivamente al interior de los trenes.

-Creo que me quieren mantener alejado de ello un poco, después de lo que pasó...

El hombre abrió los ojos, como si recordara el suceso, luego los cerró y se llevó una mano a la barbilla.

-Oí algo de ello. Lo siento mucho chico. Tengo entendido que eran amigos.

-Sí, lo éramos...

-Realmente lo siento. Nadie merece morir a manos de un delincuente.

Midoriya solo pudo asentir. No se encontraba de ánimo para hablar de ello.

-Señor Sekijirou, me han enviado para limpiar unos vagones que recién terminaron de arreglar, pero no los he visto. ¿Sabe a cuáles se refieren?

-En la mañana llegaron unos vagones... deberían ser esos. Están en la parte trasera de la estación -dijo mientras apuntaba con su pulgar-. Solo sigue derecho por aquí y verás una puerta, al otro lado están.

-Muchas gracias señor. Nos vemos a la tarde.

-Si necesitas ayuda sólo dímelo, ¿si? ¡Hasta pronto!

Midoriya siguió el camino indicado por Sekijirou hasta que llegó a aquella puerta, sin retraso la abrió y finalmente encontró los vagones del otro lado. Nunca antes había estado en aquel lugar, por lo que se sorprendió de que fuese a cielo abierto y solo hubiese un par de rieles en donde los trenes descansaban, además de una que otra caja de herramientas y cosas relacionadas. Cerró la puerta detrás suyo y, después de aspirar una gran bocanada de aire, comenzó a trabajar.

Primero los limpió por fuera, lanzando sobre sus paredes toda el agua que una cubeta puede contener. Repitió el ejercicio unas cuantas veces más y luego se encargó de restregar con un paño cada parte del exterior del vagón. Cuando estuvo contento con el resultado, decidió seguir con el segundo.

Mientras llenaba nuevamente las dos cubetas que utilizaba, se quedó mirando el cielo a lo lejos desde donde estaba. Creía estar pensando en nada, pero a la vez en todo. Dos semanas era muy poco tiempo como para sobrellevar una muerte, pero aún así parecía que a la ciudad no le importaba nada más que el trabajo y la producción, y las persona no eran más que solo un medio para conseguir riqueza y fama entre los otros reinos.

Se apresuró en cerrar las llaves en cuanto notó que había dejado corriendo el agua más de lo debido y que ésta se había expandido por todo el suelo, mojando la tierra e incluso sus zapatos. Suspiró cansado cuando sintió los pies húmedos dentro de los zapatos; solo esperaba no atrapar un resfriado gracias a ello.

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⏰ Última actualización: Sep 17, 2017 ⏰

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