En el interior del Centro nanobiótico de adaptación y cultivo (2º Parte)

605 75 15
                                    

Veo algo que capta mi atención. La última puerta queda un poco escondida del resto y está algo entreabierta. Me asomo un poco y hago una evaluación visual, parece que no hay nadie. Me decido y entro para encontrarme con dos puertas más, una de ellas abierta de par en par. Parece que he llegado a una especie de laboratorio o algo así, hay mucho instrumental, muchos armarios y muchos tubos extraños.

Voy a la puerta de la derecha, la que está abierta, y entro bastante decidida ya que no se escucha ningún sonido. Lo que veo me deja sin palabras. Grito en mi interior desesperada, si dejo escapar algún sonido tal vez me oigan y me atrapen.

Tengo que salir de aquí, porque no me puedo creer lo que veo. Tengo ganas de vomitar y no lo puedo contener. Vomito y vomito hasta que me duele el esófago. Mis piernas no me sostienen, no puedo seguir mirando aquello. Lo peor son esos ojos que me miran inquisidores, esos ojos llenos de odio como si yo tuviera la culpa de todo.

Él está allí tumbado, consciente, con el pecho abierto en canal, con todos los órganos desparramados por la mesa del quirófano. Su boca forma una sonrisa maléfica, una sonrisa llena de unos dientes atroces, como los dientes de un tiburón. Parece que no le importa estar allí de aquella manera, parece como si tuviera hambre y yo fuera un delicioso filete o vete tú a saber. Sus ojos... un azul acuoso que lo ocupa todo y que va cambiando a negro a medida que van pasando los segundos.

Sé que me tengo que ir, sé que no debo esperar más tiempo o luego no tendré oportunidad de escapar. No sé qué debo hacer, el terror de ver a ese ser me ha dejado clavada en el suelo. Me pesan los pies y me cuesta trabajo pensar, me he quedado paralizada y con la mente en blanco.

Consigo serenarme y cerrar los ojos. Cuando los abro ya vuelvo a ser dueña de mi ser y salgo de allí corriendo. Me parece oír un fuerte siseo, pero no me giro, no hago caso de la curiosidad que ese sonido despierta en mí, así que encajo la puerta violentamente y con tanta fuerza que creo que me he cargado las bisagras que la sostienen.

Me dirijo hacía la otra puerta. Todavía me tiembla todo el cuerpo y tengo miedo. Pero respiro hondo y me armo de un valor del que siempre he carecido. Abro lentamente la otra puerta. Está encajada y me cuesta mucho abrirla, así que clamo a una fuerza que sé por instinto que poseo y la empujo con el hombro como he visto hacer en muchas películas.

Cuando consigo entrar me doy cuenta de que el lugar está lleno de escombros, todavía se distingue una fina capa de polvo. Hay papeles volando a mí alrededor, cristales y otros utensilios rotos en lo que queda de suelo.

Paseo mi mirada por aquel lugar en ruinas y veo que hay un enorme hueco en la pared. Me acerco sorteando las grandes rocas y otros escombros que se acumulan y me aproximo más al hueco que ha quedado en medio del quirófano.

Al acercarme más, unos tímidos rayos de sol acarician mis pies desnudos y me quedo boquiabierta contemplando el trocito de cielo que se ve, hacía tantísimo tiempo que no lo contemplaba.

Cuando consigo despegar mis ojos de ese trocito de sol, algo rojo capta mi atención. Es un pedacito de tela que está enganchado en una de las piedras que dan comienzo al ascenso por aquel hueco. Lo cojo entre mis dedos, lo acaricio y tengo una extraña sensación en las entrañas. Me acerco con cierto recelo, y allí me encuentro otro pequeño pedacito de tela roja con restos de sangre. Mi corazón golpea esperanzado, deseoso de que mi compañera haya podido escapar.

Quiero salir, pero después de llevar encerrada tanto tiempo me da miedo el exterior, pero lo sé, sé que es peor quedarse aquí, sé que pronto vendrá algún coronel con los protoners, y más si esto ha sido un ataque.

Me doy valor y ánimos a mí misma y al fin salgo al exterior. Por unos instantes pienso que estoy soñando, que estoy todavía en mi celda, pero los recuerdos que tengo de mi vida anterior no pueden ser tan reales como esto. Me quedo maravillada ante el precioso atardecer y respiro oxígeno, respiro libertad. Me alejo unos pasos del laboratorio y después siento una extraña energía por mi cuerpo. Corro, corro y salto piedras y escombros, aunque no sin cierta dificultad, ya que me voy hincando piedras y cristales en mis pies desnudos. Aun así, a pesar del dolor lacerante y de la sangre que sé que voy dejando tras de mí, sonrío por primera vez en mucho tiempo.

Soy libre, no me lo puedo creer, soy libre.

De pronto mi felicidad se ve empañada por el recuerdo de mis otras compañeras. Debería encontrar la manera de poder liberarlas a ellas también. Siento una enorme ansiedad. ¿Cómo me he podido olvidar de ellas? La impotencia vuelve a adueñarse de mi ser, pero esta vez no me voy a rendir.

Intento orientarme y me dirijo hacia el lugar que deberían estar las celdas, pero no lo consigo. Estoy confusa. Cuando sorteo otra serie de escombros, vuelve a nacer la esperanza en mí. Creo que he encontrado el camino hacia las celdas y corro veloz en su dirección hasta que de pronto caigo al suelo estrepitosamente.

He chocado con algo, pero no sabría decir el qué. Me levanto y me dispongo a proseguir mi camino cuando me doy cuenta de que me acabo de topar con unos individuos mal carados que me apuntan con unas armas de última generación. Mi mente llora desconsolada... me han atrapado.

Unos ojos azules me miran llenos de odio.

─Asquerosos experimentos ─le oigo mascullar entre dientes mientras apunta su arma hacia mi cabeza decidido a dispararme.

─¡No! ─oigo que alguien dice a mis espaldas─. Nos puede ser útil.

Me atrevo a girarme y lo primero que veo es un grupo de tres chicos que me miran el cuerpo a través del camisón sin ningún disimulo. Eso me cabrea, ¿cómo se atreven? Intento taparme como puedo avergonzada de tal escrutinio.

Mi mirada de desesperación se posa ante un individuo al que solo le veo los ojos, pero esos ojos, esa mirada, entran en mi cerebro haciendo "click" y desconectándolo. Noto como caigo y todo se vuelve oscuro a mi alrededor.

Oigo sus voces y como discuten sobre mi muerte.

Qué fácil es matar. Nuestras vidas dependen de gente que está dispuesta a sacrificarnos, unos por lo que consideran científicamente interesante, otros porque nos consideran monstruos genéticamente modificados.

Me da igual morir, es preferible a soportar todo lo que he pasado en los últimos meses. Casi les estaría agradecida que acabaran con mi sufrimiento.

Pero esos ojos, esa voz que escucho, eso es lo único que me impide rendirme del todo. Miles de recuerdos invaden mi mente antes de sumirme en la más intensa de las oscuridades.

Sentencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora