—Permítanme presentarme, mi nombre es Cuarimon —dijo aquel hombre con tono pausado, quitándose la tierra de encima—. Carmiel me ha encomendado que los acompañe en su viaje —siguió diciendo, secándose el sudor de la frente.

"¡Un metamorfo!" pensó Climo, aún estupefacto.

Era bastante raro verlos y no solían comulgar con otras razas, pero parecía ser que la hechicera tenía más amigos que cualquiera. Cuarimon volvió a convertirse pero esta vez no en un pequeño pájaro sino en un águila de gran tamaño y, antes de hacerlo, dijo:

—Sigan adelante, estaré vigilando.

Se miraron sin decir nada y retomaron la marcha, cada vez más desconcertados. "¿Tantas razas juntas? ¿Para qué? ¿Por qué?" Éstas eran sólo algunas de las preguntas que rondaban la cabeza de Climo, que no hacía otra cosa que mirar al águila, o mejor dicho, a Cuarimon que volaba sobre sus cabezas.

—¿Por qué crees que nos ha reunido la hechicera? —Preguntó el enano a Axul, a la vez que intentaba encender su pipa, con un rudimentario yesquero, sin caer del poni.

—No lo sé mi señor enano, pero estoy seguro de que el motivo vale la pena —respondió el centauro que, en realidad, se hacía la misma pregunta.

Al llegar la noche, acamparon al reparo de un pequeño bosque esperando que llegara Cuarimon. La espera fue en vano. No llegó y el sueño los venció.

A la mañana siguiente, Tifar salió en busca de alguna presa para cocinar. El enano disfrutaba mucho cazando. Se internó en el bosque, en busca de un buen trofeo para alardear delante de sus compañeros, en especial delante de Axul.

Entre la espesura, llegó a divisar a un pequeño ciervo que pastaba tranquilo cerca de un arroyo. Entonces se acercó con sigilo hacia el lugar donde se encontraba. La luz penetraba con timidez en la fronda, pero era suficiente para que Tifar pudiera observar a su presa con detenimiento. El murmullo del arroyo disimulaba de alguna manera la presencia de Tifar. El ciervo no llegaba a escuchar los pasos del enano.

Agazapado entre la espesa vegetación, tomó posición y se preparó. Y, cuando estaba lo bastante cerca, estudió su ataque. Sacó su pequeña hacha y esperó paciente. Todo estaba listo para asestar el golpe. El sudor corría por la frente del enano mientras sus dedos inquietos jugueteaban con el mango del hacha.

Cuando por fin decidió que era el momento apropiado, inspiró profundo y lanzó su ataque. Al arrojar su arma, el ciervo dio un salto, cambiando de forma, convirtiéndose en un feroz lobo que se abalanzó sobre Tifar, tirándolo de espaldas al suelo, mientras mostraba sus afilados y brillantes dientes. El pobre enano sudaba más de lo que nunca lo había hecho en su vida. En ese momento, y con un aterrador rugido que dejó sordo a Tifar, el lobo volvió a cambiar de forma. Obviamente era Cuarimon.

—¡Si vuelvo a verte cazar sin necesidad no seré tan piadoso, señor enano! —Increpó Cuarimon, con tono fuerte y severo, clavando sus ojos en los de Tifar, mientras lo tomaba por las ropas para ponerlo en pie—. Tienes suficientes provisiones para llegar a destino sin necesidad de matar ningún animal —vociferó entonces.

El enano comprendió, en aquel instante, que Cuarimon tenía un apego muy fuerte hacia los animales y que, en cierto modo, tenía razón. No había necesidad alguna de cazar. Pidió una disculpa y los ánimos se calmaron.

Luego de que Tifar recogiera su hacha y amilanado se quitara la tierra de encima, volvieron juntos en busca de los otros dos compañeros quienes, a esta altura, ya habían desayunado y se preparaban para partir.

—Tifar, te hemos guardado el desayuno —dijo Axul, alcanzándole un jarro con bebida caliente.

—No gracias, creo que por hoy no comeré mucho y en lo posible sólo verduras —contestó el enano mirando a Cuarimon, quien rio pero no le quitaba la mirada de encima para recordarle qué pasaría si volvía a cazar sin necesidad.

Tierra Mágica - 1 Corazón de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora