4. Geonomar

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Cuando despertaron a la mañana siguiente, retomaron el viaje. Esta vez con mucho más ánimo que antes. El sol asomaba con fuerza aquel día y el grupo era más numeroso.

El poblado de Dixx comenzó a quedar detrás a medida que avanzaban y no tardó en desaparecer de la vista. Remontaron una pequeña pero empinada subida en la que tuvieron que desmontar para llegar a la parte superior de una estrecha meseta. Recorrieron un tramo llano que comenzaba a descender con lentitud para convertirse luego, en un camino que descendía áspero y repentino. Después de esto no vieron más la aldea.

Climo permanecía callado, perdido en sus propios pensamientos, mientras el resto hacía algunas bromas y cantaban distintas canciones despreocupados. Sentía que cada vez estaba más lejos de su amada Emaingh. En esos momentos, volvía a tomar el amuleto entre sus manos y parecía olvidar todo. El objeto que Carmiel le había obsequiado tenía algún poder que le daba fuerzas. Todo lo que la hechicera tocaba, siempre estaba envuelto en una magia benigna.

Se decía que Carmiel había nacido de la unión entre un hada y un noble caballero que había servido a Geonomar hacía ya mucho tiempo. Sin embargo, ella permanecía muy reservada respecto al tema. Su origen era un misterio para todos los que la conocían. Solo algunos de los magos más allegados a ella sabían la verdadera historia. De lo que no había duda alguna, era que su magia era muy poderosa.

Ya entrado el mediodía, cruzaron los límites de Dixx, entrando a las tierras de Geonomar. Todo marchaba tranquilo y aún debían recorrer un trecho considerable antes de llegar al primer pueblo. Pero al poco tiempo de haber entrado en esos dominios, un grupo de guardias del rey Sideron, Los Fronteros, los detuvieron para preguntarles quiénes eran y hacia dónde se dirigían. Al escuchar el nombre de Climo sus caras se transformaron y, haciendo una reverencia que ninguno de los cuatro compañeros comprendió, les dieron el paso sin hacer más preguntas.

—¿Por qué te han hecho esa reverencia Climo? —Preguntó Axul intrigado.

—Me gustaría mucho saberlo —respondió Climo un poco incómodo—. Supongo que Carmiel tendrá respuestas cuando lleguemos. O al menos, eso espero.

Los tres compañeros observaron a Climo con mucha intriga pero ninguno quiso incomodarlo con más preguntas. Continuaron la marcha en silencio por un rato, para luego cambiar el tema y comenzar a hablar acerca de cómo sería la fortaleza de Geonomar. Por supuesto, Climo ya lo conocía, así que no prestaba demasiada atención a la conversación

—¿Cuán grande crees que sea la fortaleza? —Preguntó Tifar.

—Más grande de lo que puedas imaginar Tifar —contestó Axul—. Aún para un gran enano como tú, sería difícil recorrerla en un solo año —todos rieron.

—¡No es gracioso, no es gracioso! —Bufó Tifar.

El sol comenzaba a calentar con fuerza sobre sus cabezas pero el terreno era bastante bueno y los árboles frondosos. De tanto en tanto, cruzaban algún arroyo pequeño en el cual cargaban agua y los caballos bebían. En Geonomar había varios pueblos separados unos de otros, a veces por llanura, otras por mesetas o ríos.

El centauro no estaba tranquilo. Miraba todo el tiempo alrededor en busca de algo. Sabía que, aunque estuvieran en las tierras de Geonomar, no eran épocas seguras. Su intranquilidad era tan evidente que, a veces, tropezaba con alguna roca tan pequeña que hasta el enano más bajo hubiera podido esquivar. Sus compañeros lo observaban, pero no preguntaban qué le ocurría, ya que se había puesto de muy mal humor.

En un momento dado, Tifar sobresaltó al grupo con una pregunta que más bien pareció un grito.

—¡¿Qué es aquello?! —Exclamó señalando hacia un monte sobre el cual se erguía una silueta negra que, desde esa distancia, no podían apreciar con mucho detalle.

Tierra Mágica - 1 Corazón de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora