1. La visita de la hechicera

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En las tierras de Emaingh, existía un valle verde, rodeado de bosques espesos donde los tumultuosos ríos y cascadas que descendían de las montañas Coldart, cantaban día y noche. Allí habitaban vistosas y coloridas aves que convivían con animales únicos sobre la tierra. Ese valle estaba habitado por los Oldgandor, personas que cultivaban la tierra y criaban ganado. Alejados de los otros reinados de esa época y con costumbres propias. No respondían a ningún rey y vivían en paz y armonía con la naturaleza, sin mezclarse en los asuntos de los demás.

A menudo eran visitados por los centauros, raza de tierras lejanas, con los que mantenían una vieja amistad. Ellos degustaban con mucho placer sus frutas y hortalizas, carnes, bebidas y dulces. Los Oldgandor eran bien conocidos en la región por su gran capacidad para sembrar las mejores semillas, cosechar los mejores frutos y cocinarlos de manera excelsa. Cuando los señores de comarcas vecinas realizaban alguna celebración, les encomendaban a ellos la preparación de sus banquetes: asados de jabalí, pasteles de fresas y licores de menta que eran bien recompensados.

No había memoria de ningún Oldgandor que hubiera sido guerrero o soldado. Sin embargo, cuando en una oportunidad fueron atacados por los trolls del norte se defendieron muy bien y, desde entonces, las tierras de Emaingh fueron respetadas por todas las razas. Bravos ejércitos habían caído ante los trolls del norte. No fue ése el caso de los Oldgandor, quienes luego de aquel incidente volvieron a su vida tranquila.

Las pintorescas casas de Emaingh estaban construidas de roca, con el techo de paja. Por sus ventanas, el sol de la mañana caía como una luminosa estaca dorada para hacer madrugar uno a uno a sus habitantes.

La puerta de entrada era amplia y acogedora, en el recinto de entrada había un perchero tallado en madera de roble para los abrigos y sombreros. En la sala principal había un fuego ardiendo día y noche. Su llama invitaba a contemplarlo por horas, sentado en los mullidos montones de pieles que allí tenían y donde sus habitantes pasaban largos ratos contando historias y cantando canciones muy antiguas que relataban las hazañas de sus antepasados.

En una de esas casas vivía un Oldgandor llamado Climo, hijo de Sabal Cricar y Rócola. Desde pequeño, Climo fue diferente a los demás Oldgandor. En varias oportunidades sus padres se habían enfadado con él porque realizaba largas travesías en compañía de sus amigos, los elfos, para luego regresar como si nada hubiera ocurrido. La última discusión que habían tenido era porque se había ausentado en una de sus aventuras y tardando más de ocho meses en regresar. Faltando al cumpleaños número setenta y cinco de su padre, el cual era muy importante para los Oldgandor ya que el promedio de vida de estos hombres era de ciento cincuenta años. Y, al cumplir los setenta y cinco, estaban en la mitad de su vida. Solían dar grandes fiestas con numerosos invitados. Ese cumpleaños marcaba el tiempo de la plenitud y la madurez. Se suponía que ya habían vivido grandes aventuras y que los esperaba la placidez del hogar y la transmisión de conocimientos.

Sin embargo, Sabal perdonaba a Climo, ya que era su único hijo varón y realizaba todo el trabajo en la mitad del tiempo que cualquiera de los demás. Era muy fuerte y estaba lleno de energía, a pesar de tener sólo veintitrés años.

Pero Climo no era feliz, a pesar de sus innumerables viajes, de conocer muy bien a los elfos y a los centauros, de haber navegado hasta el otro lado de la costa y de haber recibido una espada de la mano de Sideron, rey de Geonomar. A Climo le faltaba algo. No sabía muy bien qué era, pero se sentía diferente al resto de los habitantes de Emaingh. Quizás era apenas una percepción. Recordaba correrías infantiles en las que no había sido lastimado y encuentros con animales misteriosos a los que había alejado sólo con el pensamiento.

Pasaron los años. Lunas y soles orbitaron sobre las cabezas de los Oldgandor. Los ciclos de la tierra se fueron sucediendo. Las ramas secas y los árboles en flor fueron desplazándose unos tras otros.

Tierra Mágica - 1 Corazón de FuegoWhere stories live. Discover now