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—Elimina mi perfil. —Mis cortantes palabras hicieron a Gwen volver su desgreñada cabeza. Al igual que cada mañana, estaba sentada en el sofá con la portátil en sus piernas y una enorme taza de café entre sus manos.

Me miró con ojos adormilados.

—Traté de mantenerme despierta por ti anoche, pero el vino... ¿la cita no salió muy bien? ¿O fue demasiado bien? —Su sonrisa de complicidad trajo una avalancha de recuerdos de pasillos oscuros y dedos codiciosos.

Maldiciendo en voz baja, me tambaleé hacia la cocina, hacia el aroma atrayente a café.

—Sólo elimínalo.

El teclado hizo clic.

—Tienes un mensaje de él.

—Elimínalo.

—Alguien no tuvo sexo anoche —murmuró Gwen.

Apreté los dientes y derramé el café sobre el mostrador mientras trataba de servirme.

—Ese alguien se acercó tremendamente a hacerlo sin realmente quererlo. Ella se quedó sin aliento.

—¿Qué?

Agarrando la taza caliente, me di la vuelta.

—No es lo que estás pensando, Gwen. Sólo no tenía intención de ser engatusada tan fácilmente. Tan sin esfuerzo.

Ella se dejó caer en el sofá. —Otro imbécil, ¿eh?

Un sorbo del líquido oscuro se deslizó por mi garganta, y respiré más fácilmente.

—¿No lo son todos?

Gwen no contestó, y levanté la cabeza.

Una sonrisa triste curvaba sus labios mientras se encogía de hombros.

—Me gusta pensar que no lo son.

—Sí, bueno, lo son. —Deambulé por el pasillo para prepararme para un sábado de nada más que escaparme dentro de una novela—. Elimina mi perfil. Fingiré que nunca conocí a Harry Styles. —Y su perfecto cuerpo, dedos, boca y risa.

Maldición.

Cerrar de golpe la puerta de mi habitación hizo poco para disminuir mi mal humor.

El fin de semana pasó, pero no sin la ayuda de un par de botellas de vino e incontables películas ñoñas. Gwen se quedó conmigo, rechazando a un bombón real que insistía en que sabía cómo darle un buen momento.

Su sitio web me cabreaba, pero le ofrecía la acción que había ansiado desde no mucho después de la graduación. ¿Quién era yo para juzgar?

El lunes pasó lentamente en un borrón de números, medias de nylon y una blusa demasiado ajustada. Los siguientes dos días en el trabajo pasaron casi de la misma manera.

El miércoles era la cena semanal de la familia Risso. Tenía ganas de buena comida y de olvidar mi miseria por un rato, viendo a papá, mamá y a mis hermanos, Cole, Zane, y Bastian. O más bien, Ercole, Zanebono, y Sebastiano como papá tan gentilmente los nombró.

Mamá me recibió en la puerta como siempre, atrayéndome a una dosis de dos minutos completos de masaje en la espalda y un abrazo de mejillas frotadas. Bulliciosas carcajadas salieron por las puertas francesas abiertas del comedor.

—¿Soy la última en llegar?

Finalmente me liberó.

—Zane llamó. Dijo que llegaría tarde.

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