1

12K 315 37
                                    

—Te conseguí una cita para esta noche.

Las palabras de mi compañera de habitación me hicieron voltear rápidamente la cabeza y las llaves que arrojé aterrizaron en el suelo dentro de nuestro apartamento en lugar de en la parte superior de la estantería a donde pertenecían. Miré enfurecida el cabello rojo en picos lleno de gel en lo alto de su cabeza, mientras cerraba de una patada la puerta detrás de mí.

—¿Hiciste qué?

Hundida en su lugar habitual en nuestro destartalado sofá, Gwen hizo clic en su computadora portátil.

—Vas a salir esta noche con un bombón real.

—Una cita. Con un bombón.

—Eso fue lo que dije.

Frunciendo el ceño, lancé mi bolso sobre la mesa de la cocina y abrí la puerta del refrigerador. Un vistazo rápido a los exiguos contenidos, y mi ceño se profundizó.

—¿Te comiste mis sobras de lo mein?

—Síp.

—Perra.

—Síp.

—Tuve un día de mierda, Gwen. No estoy de humor.

Ella cerró de golpe su portátil, la colocó en la mesita de café y se levantó. —Han pasado dos años.

Jack.

Mi garganta se apretó, atenuando mi enojo. El amor de mi vida desde los trece años, mi novio de secundaria.

Quien, en nuestro último año en la universidad, me prometió la eternidad con una piedra de dos quilates engarzada en platino. Con el que había esperado pasar cada día de San Valentín hasta que yaciera muerta en una tumba.

—Sabes qué día es hoy. —Las palabras salieron de mis labios—. ¿Por qué haces esto?

—Es tiempo de seguir adelante, _______.

Cerré mis ojos e incliné la cabeza hacia atrás. Mi dolía el cuello. Me ardían los ojos. Al igual que cada tarde al volver a casa del trabajo, maldije mi vida, mi elección de empleo. Los hombres y la contabilidad apestaban.

—No puedo.

—Sí puedes, y lo harás.

Lanzando un suspiro, me encontré con su mirada de ojos color avellana. Mi mejor amiga desde la secundaria, no había nada que Gwen no supiera sobre mí. Fuimos compañeras de habitación durante toda la universidad y luego conseguimos un apartamento en North End después de la graduación.

Lo suficientemente cerca de casa para complacer a mi papá, pero lo suficientemente lejos para disfrutar de cierta independencia.

No es que yo hubiese hecho algo para justificar cualquier desaprobación de mis padres desde que firmé el contrato de arrendamiento.

El aro en el labio inferior de Gwen tembló, y poco después le siguió una sonrisa.

Mi cuerpo se quedó inmóvil. Conocía bien esa mirada, aquella que siempre nos había hecho meternos en problemas durante nuestros años universitarios.

—¿Qué hiciste?

—No te enojes.

—Qué. Fue. Lo. Que. Hiciste.

Ella tiró del deshilachado borde de su camiseta descolorida de la Princesa Ariel. Sus pálidas mejillas se sonrojaron.

—¿Conoces el sitio web que uso?

Dispuesta a ElDonde viven las historias. Descúbrelo ahora