27.

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La calentura que me había obligado a dejar en cuanto bajamos del auto para entrar al polígono de tiro, la llevé de inmediato donde la dejamos cuando hice a propósito cada cosa que siguió en los pasos. Lyan guardó el arma junto a las balas y lo ayudé preguntándole como si me interesaran los nombres de cada una, usé a mi favor la importancia que él le daba a eso y fingí todo lo posible para sonar interesante. Cuando nos lavamos las manos para sacar los restos de pólvora, le hice notar mis heridas que prometió sanar y que sin mucho remedio para solucionar, pedí que fuera a besos.

Las caricias en medio de nuestro beso se volvieron más intencionales, yo sólo pasé mis frágiles dedos adoloridos por su suave pero tonificada espalda y él, como ya tenía acostumbrada la mano, no le dolía nada para indagar más debajo de mi ropa. Me levantó la pollera hasta la cintura y sin poder quejarme, me tocó muchísimo más de lo que hubiese querido en el cuarto de armas.

—No sé si da acá.

—Estamos solos.

—Pero es incómodo. —le dije entre besos y no le dio importancia, me presionó contra la isla que había en el centro del cuartito y buscó que mi musculosa saliera para bajar su boca a besarme el cuello y el pecho. No podía negarme ni aunque quisiera y como quería, usé la fragilidad de mis manos para desabrocharle el pantalón y hacer que funcionara su idea.

No llegaron a ser diez horas el tiempo que estuvimos separados y por consecuencia, él dentro de mí, no tenía sexo tan seguido desde que me había separado y eso fue hacía un año y un poco más, volver a tenerlo frecuente y con la intensidad que demandaba mi amante, podía ser un perjudicial por la falta de costumbre, sin embargo no había motivo de queja cuando Lyan se hundía en mí y me hacía llegar al cielo con cada parte de su cuerpo, complementando al mío.

Estaba apoyada sobre la isla del cuartito, agarrándome con fuerza de lo que podía mientras él se mantenía por detrás de mí, haciéndome jadear, gemir y repetir su nombre cada vez más desahuciada. Su respiración acelerada sobre mi oído y su piel caliente contra la mía, eran como quemaduras en cada embestida. Nadie podía ser capaz de quejarse de él y yo no iba a ser la excepción porque cada toque suyo en mi cuerpo, cada embestida contra mí, cada beso y caricia, eran razones de mera locura.

—Ya ni me acuerdo la última vez que una boca me volvió tan loco. —dijo haciéndome dar vuelta para besarme, le correspondí de la manera que me lo exigía y yo no me consideraba muy buena besadora, pero de repente parecía serlo porque nuestros labios se atraían como imanes y la forma en la que desenvolvíamos el contacto era adictiva para los dos. Algo debía estar haciendo bien.

Levantó mi pierna al costado de su cadera y sosteniéndome con fuerza, volvió a entrar en mí para que el último goce se diera y así poder llegar a un orgasmo, no estaba muy alejada de eso y encandilada con su boca y lo que me hacía sentir, me dejé llevar a cualquier lugar.


—Ay no la puta madre. —bufó y me di la vuelta para mirarlo, renegaba con el celular en la mano y se paró frente al auto sin abrirlo. —es mi mamá, dice que están todas reservadas las habitaciones.

— ¿No la reservaste como cliente?

—Sí pero recién ahora me contesta.

—Bueno no pasa nada, de todas formas ya tuvimos nuestro momento. —le dije pero no estaba conforme, abrió el auto y yo me subí para esperarlo. Me conformaba con haberlo visto pero me hubiese gustado que me llevara a la entrevista de nuevo, era mucho más fácil si iba en auto ya que me ahorraba colectivos, alteraciones por el tráfico y mala presencia por el día que podía causarlo.

Un cambio al Mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora