Capítulo 4- Momentos de despedidas

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Se acercaba el fin de semana y con él, la tan mencionada cena benéfica. Entre tanto, Marlowe seguía teniendo sus episodios de dolores de estómago e insensibilidad en el tacto; por supuesto, él atribuía el dolor a todo el nerviosismo por lo que estaba pasando entre pérdidas cuantiosas de dinero y, por otro lado, la sucursal. ¿Sería capaz de dejar el vicio por las apuestas? Aun si lo abandonara... ¿no debía ya demasiado dinero? Quizás tendría que pagar mucho más y por ello debería deshacerse de unos cuantos bienes materiales... ¡Oh, de nuevo el dolor!... "Sí, estoy nervioso, eso es todo. El temblor de mis manos se lo puedo atribuir al exceso de cafeína. A veces los nervios y el café no deberían mezclarse". Tontamente, Marlowe pensó que la salud se recobra con un par de pretextos simples o con solamente ignorarlos. Poco tiempo después, lamentaría ese pensamiento. 

Por fin llegó llegó la noche del sábado. El elegante atuendo de Marlowe yacía sobre la cama. Con algo de dificultad fue capaz de ponerse su elegante traje. Podría haber pedido la ayuda de un asistente pero prefirió convencerse a sí mismo que era capaz de cambiarse solo... todavía. Caminó hasta el espejo para darse los últimos retoques en su ya peinado cabello rubio  y pidió al asistente que llamara al coche que lo llevaría a su destino.

Una vez en el lugar donde se llevaba a cabo la cena, encontró a unos cuantos conocidos, y al Dr. Leonard, quien desde hace rato, observa al Sr. Marlowe con la curiosidad que observa un doctor la evolución del paciente. "Es fuerte" -pensó el doctor - "no creí encontrármelo aquí debido a su estado de salud". Ya no era su paciente y el doctor no quiso importunarlo con preguntas médicas, tampoco era el momento para hacerlo. De todas maneras, como cualquier otro conocido lo haría, se acercó al ex-paciente y le saludó de forma corta pero amable.

-Me da gusto verlo, Sr. Marlowe. 

El doctor extendió la mano para saludarle pero Marlowe no pudo dar el apretón con la firmeza que le hubiera gustado. El doctor se dijo a sí mismo que ese síntoma era de esperarse. No quiso comentar nada al respecto e hizo que la conversación tomara otro rumbo.

-He leído en los periódicos que su banco se inaugurará dentro de dos semanas. 

-Así es, doctor. Por supuesto que su presencia me honraría y quiero contar con ella.

Leonard vaciló un poco pero luego pensó que complacer a un hombre cuya salud estaba colgando de un hilo, no le haría mal a nadie.

-Gracias, Sr. Marlowe. Ahí estaré.

-No vaya solo, por favor. Invite a su familia. La mía también estará y es muy probable que se lleven bien.

Marlowe pensó en su bella hija, Susana, y aunque ella estaba aún muy joven, él pensaba que ella encontraría en uno de los hijos de Leonard – si es que los tenía – algún amigo con quien pasar el rato mientras la Sra. Marlowe e hija estuvieran en Chicago para la inauguración; y así la solitaria chica no estaría tan aburrida. 

-Así lo haré. Gracias nuevamente. -Terminó de decir el doctor. 

Doctor y empresario dirigieron la mirada a la concurrencia y se dieron cuenta que Kathy y Peter estaban ahí. Leonard se sorprendió al ver a la enfermera, y Marlowe, adivinando su pensamiento, le dijo:

-Por favor, no tome a mal la presencia de la enfermera, de hecho, mi amigo Peter tuvo que rogarla un poco para que ella le acompañara. 

-Si usted me lo pide, haré de cuenta que no he visto nada.

De nuevo, el doctor cedió a la petición de aquel pobre hombre.

* * *

La hora de regresar a Nueva York había llegado para Marlowe y Peter. En aquella ciudad, la Sra. Marlowe e hija discutían la relación que la jovenzuela mantenía con Terrel. 

-Eres simplemente una chiquilla caprichosa. Esa relación no puede traerte nada bueno, no solamente por tu edad, si no por la de él. Cuando regrese tu padre le pondré al tanto de tus locuras y veremos si te gustan las medidas que él tome. 

-No se trata de un capricho, mamá. Estoy enamorada de verdad y recuerda algo: papá me complace en todo. Tú también eras así pero te has portado extraña desde que sabes que me veo con Terrel.

-¡Porque no es sano!  - Gritó la señora con toda la indignación que pudo.

El Rey BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora